GOLPE FRANCO

La religión del Barça

La crónica: Un Barcelona salvaje sepulta al Madrid y abre una nueva era (4-3)

La contracrónica: La peligrosa (y maravillosa) adicción a las remontadas

El Barça gana el clásico ante el Madrid en el estadi Lluis Companys

El Barça gana el clásico ante el Madrid en el estadi Lluis Companys / SPO_Javi Ferrándiz

Juan Cruz Ruiz

Juan Cruz Ruiz

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Prometí antes del partido, y en sus intermedios, que ahora, si el Barça ganaba, reanudaría mis votos por el equipo. Esa promesa nació en la época de Luis Suárez y de Ladislao Kubala. La gesta mayor de aquellos años difíciles fue el gol que Evaristo le hizo a Domínguez, el benemérito cancerbero blanco, lanzándose en plongeon (así se decía) para desnivelar un partido que ponía en peligro al equipo azulgrana. Sentí ahora que aquellos votos habían de reiterarse. 

Desde entonces, y cada vez que había crisis en los minutos finales, o en las horas y días y años en que no éramos capaces de nada, primero desde mi casa, en Tenerife, y luego en Inglaterra, y ahora en Madrid, donde vi el partido que ni pudimos ganar en Milán, siempre he buscado que viniera Evaristo (que luego se hizo del Madrid, por cierto) a salvarnos de la nada hecha pedazos que fueron muchas veces (como el otro día en Milán) nuestras ilusiones, en realidad el esfuerzo de los jugadores. 

Esta vez apagué el teléfono, traté de escuchar lo que pasara en la voz de Flaquer, de la cadena Ser, pues siempre tiene en cuenta que los errores, e incluso las catástrofes, no son para siempre. Al tiempo les dije a algunos amigos, de Barcelona, de Madrid, donde hubiera sentido de la recepción de mi plegaria, que si salíamos adelante, si este partido ponía al Barça en el camino de una victoria que limpiara luces oscuras del pasado, renovaría la religión que me une al equipo, el color azulgrana. 

El Barça gana el clásico ante el Madrid en el estadi Lluis Companys

El Barça gana el clásico ante el Madrid en el estadi Lluis Companys / JORDI COTRINA

Nada más comenzar los extremos que dura una plegaria el Madrid hizo lo que Evaristo (esta vez de nombre Mbappé): adelantó gravemente al conjunto blanco que tanto miedo me daba cuando yo veía los partidos por la radio. Dejé el teléfono apagado, me dediqué a un libro bellísimo de Juan José Millás, el último, que se titula como mi mal momento (Ese imbécil va a escribir una novela. Alfaguara), y esperé a que la vida fuera otra, o que hubiera, por citar a Francisco Candel, una juventud que aguarda a hacer el milagro. 

En el Barça los nombres propios del milagro, en esta religión que el fútbol permite, son Pedri, Lamine y Raphinha, no necesariamente por este orden. Pero el gran sacerdote contrario, Mbappé, ya nos había enseñado que, con tres pasos bien dados, entre ellos el penalti, nos iba a dejar buscando en la hierba razones para la esperanza. 

Cuando íbamos 4 a 2 creí que el milagro que pedí ya estaba hecho, pero luego pasó el infarto (4-3), que duró hasta que el más joven de los que entraron, Fermín, se empeña en aligerar la historia. El árbitro, que cree en cualquier dios, dejó el 4-3 como estaba. Y ahora ya soy de pleno de la religión que ha ganado, con el mismo entusiasmo que tuve cuando perdían Kubala y Suárez, hasta que los salvaba Evaristo