Golpe franco
Tot el camp és un clam… por Juan Cruz Ruiz
El Barça sí tiene fútbol para remontar
Las cuatro claves tácticas del Barça-Celta: Olmo decide; Raphinha resuelve

Barcelona - Celta / Associated Press/LaPresse / LAP


Juan Cruz Ruiz
Juan Cruz RuizPeriodista y escritor
Periodista y escritor
Som la gent blaugrana… El oído del mundo, es decir, de la gente azulgrana, está hecho a ese sonido que es más que un club, es una esperanza, la sensación de que nunca se acaban los partidos hasta que no suena la suerte.
Y cuando esta es esquiva, de todos modos, el cántico en el temple que guarda esa canción nos acompaña hasta la nueva esperanza, y así sucesivamente. Desde niño, cuando empezaba a cantarse ese himno que fue desde entonces mi oración civil en la escuela, sentí que si cantaba, aunque fuera en silencio, esa melodía imperiosa, todo se le arreglaría a mi equipo, nada sería como iba diciendo el marcador.
El sábado pasó algo poco común en mi pasión por invocar esa canción pasara lo que pasara. A mi lado empezaron a escucharse otras melodías; yo sentí que a Pedri, por ejemplo, le faltaba ritmo, como si lo que sucedía en el campo fuera parte de lo que sucedía en el bar donde daba igual, o no tanto, que perdiera o ganara el Barça, aunque desde el principio de aquellas jugadas rotas del equipo sentí que meigas inesperadas estaban tratando de romper el equilibrio que este muchacho le presta a los colores y al campo.
A ese mal fario le siguió el juego, que era el espejo de lo que sucedía en la defensa, mucho más dañada que nunca, capaz de defender y a la vez de olvidarse de defender, hasta que el Celta, ese equipo hecho de astucias y oportunidades, decidió subir sus barbas atlánticas al Mediterráneo que sonaba en Barcelona.
Un dolor de cabeza
El desastre fue un dolor de cabeza en el que no cabía la música, o al menos no otra música que el guineo de las gaitas que vino a repicar, con poco sentido, esta es la verdad, el más arriesgado de los gallegos, Iago Aspas.
La derrota súbita del Barcelona fue un golpe de fuerza que reclamaba una música especial, ese tot el camp que ahora parece tocarse en los pases que se hacen sin mirarse Pedri y Lamin, o cualesquiera que se le parezcan.
Cuando ese concierto halló sus debidos decibelios, el Barça que aspira a ser el mejor de 2025 se resarció de su descalabro y yo sentí que al final ese penalti no era otra cosa que hacerle justicia al ritmo de los dos muchachos, uno de Tegueste y el otro de Barcelona, juntos para explicar al graderío, como si fuera una disculpa, esta insólita vuelta de tuerca con que el azar, y un penalti, sacaron al equipo de su atolladero.
El juego terminó siendo el fin de un himno, tot el camp és un clam, y así lo sentí cuando le dije a un amigo que se sabe más que nadie esta música: el Barça jugó dos partidos y en uno de ellos no estaba el Barça. En el bar me levanté como si estuviera cantando este himno, y no tan solo: estaba cantándole al niño que fui en la escuela.
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