BARRACA Y TANGANA
Todo lo que se pueda, por Enrique Ballester
A veces los arbitrajes ponen a prueba nuestra paciencia, nuestra estabilidad mental y nuestra fe en el estado de derecho

Catorce árbitros de Primera, con Medina Cantalejo, el presidente del colectivo, en el centro. / CTA


Enrique Ballester
Enrique BallesterPeriodista
A partir de cierta edad, raro es el año que no suceda algo así: de repente un día estás haciendo justo aquello que dijiste que nunca harías, bajo ningún concepto. Es sabido que la vida adulta consiste básicamente en eso.
En los últimos tiempos, estoy haciendo unos esfuerzos enormes por mantener un mínimo de coherencia. Por ejemplo, para no llamar a la policía y quejarme por el ruido que hacen los jóvenes de fiesta, y convertirme oficialmente en un viejo asqueroso. También me está costando muchísimo que no me afecten demasiado las decisiones de los árbitros.
Lo intento, bien sabe Dios que lo intento, pero también sabe Dios que vivo rodeado de discomóviles que aprietan durante las fiestas, y bien sabe el Dios del VAR que a veces los arbitrajes ponen a prueba nuestra paciencia, nuestra estabilidad mental y nuestra fe en el estado de derecho.

Dani Olmo se lamenta antes de ser sustituido. / Jordi Cotrina
Honestamente, no puedo asegurar que no acabe el fin de semana entre rejas. Que no baje con mi mejor batín, mi mejor pijama y mi mejor katana a visitar a los borrachos. En realidad, lo pienso y lo escribo sabiendo que no lo haré: quejarme aquí ya es suficiente condena y muestra de decadencia.
Pero lo cierto es que cada vez es más difícil encontrar cosas que sabes que no te pasarán. Cosas que puedas asegurar que no harás. A mí me queda lo de correr un maratón, subir el Everest y poco más.
Taza de columnista de verdad
Hace unos días reparé en otra que me hizo mínimamente feliz. Porque escuché a un futbolista explicar que no había conseguido convencer a su padre para que dejara de trabajar. El hijo era millonario gracias al fútbol y el padre no quería jubilarse, y seguía madrugando y echando horas en el taxi. Esto es algo que dicen mucho los futbolistas, con cierto orgullo, y es de lo poco que puedo estar seguro que no haré jamás: si mi hijo juega en Primera no será necesario que me pida que deje de trabajar. Esto lo puedo asegurar.
Mi postura tiene cero épica, pero me proporciona una certeza, y no es fácil, porque escasean. Mi hijo no será futbolista, pero es feliz con poco, que quizá sea más importante. El otro día tuvimos un largo debate sobre una cuestión de peso: por qué en el fútbol se saca de banda con la mano y en el balonmano no se saca de banda con el pie. Reflexionamos.
Sus preocupaciones son de este tipo, y que sigan siéndolo. Todo lo que se pueda.
Yo estoy en otro plano. Hace un par de semanas me invitaron a un coloquio en mi querida y antigua universidad, y al terminar me regalaron una taza y una botella. Me centraré en la taza.
La taza incorpora el lema de la universidad: sapienta sola libertas est. Estas palabras generan en mí una bonita sensación de seguridad. Todo suena mejor en latín, pero en este caso funciona en cualquier idioma. Preparo una infusión de jengibre, bebo un traguito, suspiro y pienso ‘ah, solo la sabiduría es la libertad’, y aquello me sabe a brebaje divino, a pura inmortalidad, a inteligencia eterna. Con esta taza parezco un columnista de verdad.
Pienso utilizar la frase para esquivar cualquier discusión. ¿Se ha lesionado Dani Olmo? Sapienta sola libertas est. ¿El VAR ataca de nuevo? Sapienta sola libertas est. ¿Vas a cumplir 42 años y te estás convirtiendo en aquello que odiabas? Sapienta sola libertas est.
Queda claro el concepto.
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