El Tourmalet

El bidón, el tesoro de los niños en las metas de la Volta

Tourmalet por Sergi López-Egea

Tourmalet por Sergi López-Egea / EPC

Sergi López-Egea

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¡Ay el bidón! Pasarán los años, cambiarán las generaciones, crecerán los chavales, pero por décadas que pasen los más pequeños seguirán enloqueciendo en cuanto ven a un corredor con un bidón en la bici. Siguen siendo reliquias para esos niños que se llevarán los botellines en la mano, que tratarán de pillar el máximo posible y que un día después del paso de la Volta, o de la carrera que sea, quedarán en el fondo de un armario hasta que los padres hagan limpieza.

Sucedía hace 30 años cuando Miguel Induráin dominaba las carreras, venía a la Volta y la ganaba. Ocurre ahora en los tiempos dominados por Tadej Pogacar y se repite día a día en las llegadas de Sant Feliu de Guíxols, Figueres o La Molina. Sobre todo, en las ciudades, más que en las montañas entre semana en periodo escolar y lejos de las escuelas, se produce una locura a la hora de tratar de pillar el tesoro del bidón. Y eso, que muchos ciclistas ya han lanzado el botellín a las cunetas buscando eliminar peso cuando la carrera llega al punto culminante, bien sea para preparar el esprint, como en Sant Feliu o Figueres, o enfrentarse a las rampas finales de La Molina, cada cual con el objetivo determinado que tenga en la etapa.

Las viejas gorrillas

Hubo una época en la que las gorritas ciclistas eran las alhajas más estimadas, incluso, por el precio que suponía para un equipo, resultaban más baratas a los equipos a la hora de entregarlas a los aficionados, mayoritariamente niñas y niños. Pero los chavales que solicitaban gorritas ahora ya son mozas o mozos creciditos y, en todo caso, serían los hijos quienes se lanzarían ahora al pillaje de una gorra.

Gorras, lo que se dice gorras, ya no existen. Han pasado a la historia. Llegó el casco, se hizo obligatorio por cuestiones de seguridad, y las gorrillas de ciclistas, aquellas que se colocaban con la visera hacia arriba donde el corredor mostraba el nombre del patrocinador, han pasado a mejor vida. Las nuevas generaciones de corredores ni las conocen. Se han acostumbrado al casco y si se ponen una gorra son las típicas heredadas del béisbol que se coloca cualquier persona para protegerse del calor cuando las temperaturas aprietan.

Alma de las carreras

Los bidones, en cambio, siguen siendo mágicos. Los niños se enfrentan en la captura a rivales más creciditos y que hasta visten de forma extraña, tan extraña que hasta parecen los propios corredores que compiten en la Volta. Son los cicloturistas que aparecen con los maillots, los coulotes y cabalgando sobre las bicicletas. Ellos también enloquecen con los bidones y no les da vergüenza alguna competir con los chavales a la hora de llevarse el obsequio a casa. Al menos, ellos, no se olvidarán del bidón al día siguiente hasta que se llene de polvo en una estantería o cajón. Los cicloturistas saldrán a pedalear con el botellín. Y si es de su equipo, o corredor preferido, muchísimo mejor.

Los bidones son el alma de las carreras, el mejor aliciente para que los niños se acerquen a las llegadas y comiencen a aficionarse con un deporte llamado ciclismo soñando que algún día no sólo disputarán la Volta sino el mismísimo Tour de Francia. Quedan 99 días, por cierto, para que se suba el telón de la ronda francesa.

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