Opinión | Golpe franco

Periodista y escritor

Juan Cruz Ruiz
Juan Cruz RuizPeriodista y escritor
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El Barça rescata el himno a la alegría, por Juan Cruz Ruiz

Lewandowski celebra el triunfo en el Metropolitano. / Afp
En la primera mitad jugó la mitad del Barça. Era como si le hubieran hurtado el respirador. El equipo jugó a medio gas, como si estuviera aún en las estribaciones de Zaragoza y no le esperara, con los dientes preparados, los principales equipos de la capital, el Real Madrid que lo acecha y el Atlético, que lo aguardaba como agua de marzo para limpiarse las lágrimas que le dejó el malestar de aquella decaída final de la Champions.
Parecía que el equipo de Pedri y Lamine Yamal habían venido a Madrid a arreglar la tristeza que fue la secuela de la caída del equipo que había alegrado, para nada, aquel gran partido que luego el Madrid se lo llevó a los penalties.
Todo ha sido muy raro estos días, y el Barça no iba a ser, parecía, la excepción en la sucesión de desgracias que favorecieron al equipo que pasaba a los cuartos de final. Así que empezó a amagar calidad y después, cansado de tenerla, se hizo mediocre como un surfista cansado. De pronto se le paró el reloj hasta a Pedri, a Lewandowski se le quedó la respiración en el vestuario y Lamine estaba enfadado con la suerte.
Cuando el Atlético empezó a marcar yo me fui al escritorio a contar que el Barça se había puesto a jugar con la mitad de su cielo apagado, hasta el punto que hice lo que a un cronista no se le permite: regalar pesimismo al titular (había escrito 'La mitad del Barça'), cuando sonó un pitido que parecía más que un grito y acerté a parar mi pesimismo y me puse a desearle suerte, por ejemplo, a Pedri, que se había repuesto y había conseguido abrazar, al fin, un acierto letal de Lewandowski.
El resultado se fue haciendo como si el mar asomara al equipo, con sus vaivenes de olas y de truenos, ante un conjunto perplejo, el de Simeone, que parecía haber dejado que lo que quedara en adelante se llamara en sueco o en italiano o en francés. Pero ni su delantero más eficaz, ni el hijo de Simeone ni el gran delantero francés que fue nuestro acertaron como aquel Lewandowki que ahora parece un juvenil riendo, como el más grande de los brasileños, Raphinha, como el impar Lamine Yamal, que marcó un gol para los almanaques (y que por eso el héroe polaco le dio un abrazo de los de antes) y, para que la vida repartiera otro semblante de alegría, los dos goles de Ferran parecieron no un fin de fiesta, sino una advertencia, como diciendo aquí estoy, ya no me olviden.
La mitad del Barça fue, al final, un Barça entero. Un equipo que, al fin, fue también el himno a la alegría.
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