HOMENAJE AL DOCTOR MIÑARRO
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La imagen del doctor Carles Miñarro durante el minuto de silencio en el Barça-Benfica de Montjuïc. / Jordi Cotrina


Joan Domènech
Joan DomènechPeriodista
Periodista. Título de Entrenador de fútbol nivel A. Deportista vocacional. Tras retirarme como futbolista, empecé a trabajar en Mundo Deportivo (12 años, 1988-2000). He asistido a cuatro Mundiales y cuatro Eurocopas. Coautor de varios libros. Miembro del colectivo ‘Periodistes Solidaris’ y 'Amics de Johan'.
La luz diurna y el cielo despejado negaban el aire de fatalidad que había caído sobre el Barça con la enésima tragedia, esta vez el fallecimiento del doctor del primer equipo la tarde del sábado, pocas horas antes del partido ante Osasuna. El minuto de silencio -los 20 segundos de ceremonia que oficia el club- se quebró con una ovación y empezó el ruido.
La vida continuaba. Pero no era un día cualquiera; triste, eso sí. De vuelta al estadio donde supieron que ya no verían más a Carles Miñarro, el médico que les curó, les mimó, les animó, les aconsejó, le tributaron el homenaje que el momento requería, aunque habrían preferido no haberlo hecho nunca.

Lamine Yamal y Raphinha festejan el 1-0 del Barça al Benfica en Montjuïc. / Jordi Cotrina
Pedri repitió sus trucos ante el especialista más reputado, Raphinha pasó a ser el ‘pichichi’ de la Champions con su doblete y Lamine Yamal envió un regalo único al cielo en el homenaje colectivo al doctor Miñarro.
La bolita desaparece
Doqui, así llamaban al doctor Miñarro, merecía un recuerdo inolvidable, además de una eliminatoria superada. Al tributo colaboraron todos y Raphinha por partida doble, aupándose al liderato del máximo goleador de la competición.
Otros, como Pedri, prestaron la mejor dedicatoria con una actuación mágica, una más, pretendidamente discreta, pero tan llamativa que ya se le corean las carreras defensivas que coronan sus exhibiciones de pase, dirección y regate. El Mago Pop, en el palco, reconoció a su versión futbolística. A Pedri tampoco le pillan el truco. La bolita es mayor, pero desaparece con idéntica rapidez a la vista de todos.
Lamine Yamal, el más jovencito de todos, el más moderno, el más tecnológico, dejó una obra de arte de esas que llaman NFTs y que podría catalogarse de única e irrepetible si no fuera porque a los 17 años creará otra semejante, o mejor, quién sabe cuándo. Igual el domingo en el Metropolitano. La ideada ante el Benfica tenía una dedicatoria exclusiva. Señaló Lamine Yamal hacia arriba, al cielo ya oscurecido, donde supuestamente habita el alma de Carles Miñarro.

Lamine Yamal sienta a Florentino en la acción previa al 1-0 de Raphinha al Benfica en Montjuïc. / Jordi Cotrina
Un regalo de autor
Fue un regalo de autor. Lo manufacturó él solo, al recoger un balón que iba a perderse fuera de banda. Lo salvó. Se giró hacia el campo y encaró a Dahl, el lateral izquierdo y avanzó hacia el interior, y avanzó y avanzó, con el cuero cosido a la bota. Levantó la vista, intuyó un hueco y armó la pierna para dibujar una parábola preciosa, a media altura, que sublimó la imponente e impotente estirada de Trubin por llegar a ese balón que se alejaba y alejaba hasta que se alojó con suavidad en la red.

Raphinha dedica su segundo gol al cielo. / Jordi Cotrina
Un gol que expulsó el miedo a que la pena fuera un adversario que reforzase a un Benfica que había ganado cuatro de los cinco partidos de visitante en la Champions y que había igualado muy pronto el primer gol de Raphinha tras un servicio -¿un mal tiro aprovechado o una genial asistencia?- de Lamine Yamal. Comenzaba calcado el duelo a la última eliminatoria europea del Barça frente al París Saint Germain, y el juvenil musulmán, que había recobrado fuerzas en el parón médico al cuarto de hora de partido -por el Ramadán- cuando anocheció, ahuyentaba los malos presentimientos.
Lamine Yamal, sustituido otra vez, puso carita. Esta vez de felicidad, conforme y orgulloso del golazo que envió a la posteridad.
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