Golpe franco

19 gritos de gol para el gol del 19, por Juan Cruz

La sonrisa metálica: el Barça de Lamine Yamal vuela en la Champions

Las cuatro claves del Barça-Benfica: Lamine Yamal y sus regates (y goles) mágicos

Raphinha, felicitado por Balde ante Lamine, tras el tercer gol del Barça.

Raphinha, felicitado por Balde ante Lamine, tras el tercer gol del Barça. / JORDI COTRINA / EPC

Juan Cruz Ruiz

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La razón de ser del fútbol es el gol, después de la calidad. En este caso, el gol de Lamine Yamal abrazaba las dos entidades, el buen juego y el gran gol, ese inmenso trallazo de Lamine Yamal que le valió a Lluís Flaquer, en su interpretación imperiosa del gol en la retransmisión de la SER, el grito múltiple de su alegría. Diecinueve gritos, diecinueve, para celebrar ante el micrófono lo que era delirio en el graderío.

Durante años escuché los susurros con los que Miguel Ángel Valdivieso o José Félix Pons remarcaban los difíciles goles del Barça en el extranjero; escuché de chico, incluso, y no me olvido, el gol que cuando el fútbol tan solo se radiaba destrozó al equipo azulgrana ante los mismos colores que anoche amenazaron con desviar la ilusión de ganar que ahora acompaña al Barça.

Aquel desastre de Berna era entonces el abrazo triste a una oportunidad perdida. Y este martes, ante el Benfica que entonces nos puso cara a la pared de la mala suerte, el Barça de Pedri (y de Lamine, y de Frenkie De Jong, y de Raphinha, y de tantos otros) demostró que su juego se concentra en esa metáfora que hizo gritar tantas veces, "¡¡¡Golazo, Golazo, Golazo!", al heredero de aquellos maestros susurrantes de la radio que entonces tardaban tardes y tardes hasta decir gol como si el grito fuera una pavesa.

Como un músico del fútbol

Ahora el FC Barcelona de Flick el del Milagro puede permitirse el grito como parte esencial, y de calidad, de su alegría. Fue un partido hecho para la solemnidad y la reivindicación, un partido de fútbol tras una cortina solemne en recuerdo de un hombre, el doctor Carles Miñarro, cuya muerte el último sábado llenó de dolor a quienes fueron sus compañeros del vestuario y de la cancha. 

El Barça ha vivido muchas noches de dolor y de fuego, de frustración y de quebranto. Pero ahora, y la de este martes era una tarde especial, vive entrenándose para ganar, no para resignarse o perder. Por eso el gol, ese trallazo que parecía una bengala en honor de quien ya no está para quererlos y cuidarlos, fue recibido con la garganta llena de pasión de una afición que Lluís Flaquer interpretó como un músico del fútbol. 

19 veces aquel grito, como el dorsal del más joven de todos, el que espera que el futuro lo lleve a exhibir, quizá, la Copa de Europa.