Carrascazos

Sonrisas y lágrimas, por Lluís Carrasco

Mbappé celebra un gol con Vinicius en segundo plano.

Mbappé celebra un gol con Vinicius en segundo plano. / JUANJO MARTIN / EFE

Lluís Carrasco

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Un fin de semana extraño, extraño y triste, el que nos ha tocado vivir en la familia blaugrana. La muerte inesperada de Carles Miñarro nos ha recordado con dolor que, al final, todo es lo que somos y todo queda marcado por lo que decidimos. Esta teoría, fruto de la mente preclara del filósofo danés Soren Kierkegaard, defiende con vehemencia que la existencia humana no se rige por valores absolutos, sino por el libre ejercicio de la voluntad que permite al individuo construir su propia existencia. Y eso hizo el Barça como institución el sábado: Ejercer con libertad y sabiduría el libre ejercicio de apostar por el respeto, el luto y el dolor, aparcando el presente y la competición, vaciando las gradas de las personas, y llenando, una vez más, la grada de los valores.

Y aun consternado, pero ávido de alguna pelotita que me evadiera por unos minutos, el domingo me instalé a ver un partido que se antojaba, por los dos equipos protagonistas, atractivo: El Real Madrid-Rayo Vallecano. 

No se soportan

Pocas novedades (más allá del buen momento vallecano) pude extraer del encuentro, pero una sí una conclusión muy clara: Vinicius y Mbappé, definitivamente, no se soportan. Saben que me dedico a la comunicación, y por tanto, el lenguaje gestual, facial, postural, visual, proxémico o kinésico forman parte de mi día a día, cada día, y les aseguro que estos dos deportistas de élite, pero al final dos seres humanos, no se aguantan entre sí.

No les voy a mentir, esta distancia social evidentísima entre ellos es una gran suerte para cualquiera de sus adversarios, también el Barça, porque su ridícula animadversión es un chollo sideral para poder combatirlos. No combinan, no se buscan, no componen, no se acoplan… Y lo que resulta más expresivo: ¡Pueden llegar a ni mirarse durante todo un partido! Créanme, si se tratara de dos patanes sería una anécdota, pero tratándose de dos de los mejores futbolistas del mundo vistiendo la misma camiseta, es un brindis infinito al fracaso personal y colectivo. Y si no… al tiempo.