Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

Que renueve Szczesny

Szczesny, durante el triunfo del Barça en Lisboa.

Szczesny, durante el triunfo del Barça en Lisboa. / Afp7

A Pau Cubarsí, a sus 18 años, le exigimos que juegue siempre concentrado y atento a las marcas, que ponga un pie delicado en los desplazamientos, y otro duro en los duelos. Y, claro que tenga la pachorra y el temple viejuno de Matusalén. O de Szczesny. Incluso en escenarios tan intimidatorios como Da Luz, donde es fácil ser engullido entre el griterío, la bruma, los petardos y delanteros con la determinación homérica de Pavlidis. Igual sería el momento de recomendarle a Cubarsí que se dejara barba, tal y como dictan los cánones de los defensores fieros y con malas pulgas. Quizá así habría quien pudiera perdonar sus errores de juventud, más que necesarios en su proceso de maduración.

Cubarsí dejó al Barça en inferioridad en uno de aquellos episodios que te persiguen. Con más de una hora por delante, y después de que De Jong se viera sepultado en su mundo, se encontró con el mismo dilema al que se enfrentó Araujo con Barcola en el dramático desplome frente al PSG de la vuelta de cuartos de la Champions de la temporada pasada. Y Cubarsí tomó con Pavlidis la misma decisión. En vez de dejarle rematar y esperar a que Szczesny siguiera jugando con el rosario en las manoplas, optó por llevárselo por delante. Esa misma confianza extrema en sus posibilidades que le ha convertido en titular sin discusión en el Barça es la que quizá le llevó a pensar que podría tocar el balón antes de barrer al delantero. Pero qué sería de un defensa si no tirara de valentía. Tiempo tendrá para medirla.

Como todo necesita su huella estadística, Mister Chip ofreció uno de aquellos datos que ayudan a tomar perspectiva: con 18 años y 42 días, nunca un futbolista tan joven había sido expulsado en un partido de eliminatorias de la Champions.

Metido ya el Barça en el lío, lo que le tocaba a Hansi Flick era tramar un ejercicio de supervivencia que le permitiera salir lo más indemne posible ante un Benfica al que eso de jugar a tumba abierta se le da de fábula. 

Se le podría rebatir a Flick que, a la hora de reformular la defensa con Araujo, se desprendiera de Dani Olmo, un buen faro, y no de Lewandowski. Aunque un buen entrenador, además de estratega, tiene que ir con mucho cuidado con la gestión de egos. No es poca cosa. Además, con Pedri en pleno estado de gracia y con el don de la ubicuidad más que desarrollado, debió pensar el técnico que ya le bastaría. Y no se equivocó. El polaco se dejó el pellejo. Justo lo que se le pidió.

A este Barça, más allá del valor de sus piezas individuales, le define esa fe grupal que tiene en Raphinha su mejor metáfora y que acostumbra a acompañar a los equipos campeones . Una mentalidad ganadora que Flick ha incrustado en las meninges de sus jugadores. Cualquiera se siente capacitado para ser el mejor. Como Iñigo Martínez, un tipo sin miedo que un día manda a la porra a un tiktoker por ponerse pesado, y en Lisboa tira al suelo su espinillera al suelo porque el árbitro no expulsa a quien le ha pisoteado la tibia. O como, por supuesto, Szczesny, que en Lisboa jugó su mejor partido desde que la lesión de Ter Stegen obligó a sacarlo de su jubilación. El portero que vapea, a una esquina de los 35 años, hizo ocho paradas, ninguna para el vacile, y vio la luz cuando un fuera de juego impidió que le señalaran un penalti en contra. Ya puede renovar.

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