BARRACA Y TANGANA
Tenemos que inventarnos dramas
Sobreviví a aquellos buitres igual que a los tropiezos de mi equipo: sin más mérito que seguir respirando

Carlos Bilardo, en su primer entrenamiento con el Sevilla, en 1997. / JULIO MUÑOZ


Enrique Ballester
Enrique BallesterPeriodista
Los que apenas hemos sufrido en la vida tendemos a la construcción de dudosas heroicidades. El realismo mágico de la desdicha conlleva a menudo la sobreactuación, y es algo que se ve bastante en el fútbol y sus aficionados. En las etapas felices de nuestros equipos, a veces abogamos por inventarnos dramas. Estás un mes sin ganar o alguna calamidad así y lo estás pasando fatal, y el mundo se acaba. La tontería se te quita cuando llegan las etapas oscuras de verdad. Cuando nuestro equipo está a punto de desaparecer y piensas, entonces, qué feliz eras cuando tu mayor problema era estar un mes sin ganar o alguna semejante bobada.
En mi caso, y dejando el fútbol al margen por un rato, pienso exprimir al máximo el tortuoso arranque de 2025, donde he sufrido tres gripes en cinco semanas. A medida que cuente la historia aumentará el supuesto drama. Puedo ya deslizar que el pasado miércoles, cuando desperté febril de madrugada, vi apostado en el balcón, de perfil y amenazante, a un auténtico buitre al otro lado de la ventana.
No puedo asegurarlo al cien por cien, por lo que sea, pero ojo con los buitres. Un recuerdo veraz e infantil me traslada al monte y a mi pueblo, en la zona de una sima en la que lanzaban residuos y basuras antes de hacernos europeos. Recuerdo estar por ahí con la bicicleta de montaña, cuesta arriba y cuesta abajo, tan tranquilo, un niño haciendo movidas de niños, y observar de repente a un par de buitres volando, dibujando trazadas circulares, con un silencio inquietante al máximo.
Recuerdo también que no soporté la presión. Conocedor del espíritu carroñero del animal, esprinté hacia mi casa sin mirar atrás, escuchando el ruido de la bici y el viento afilado, sospechando que esos buitres sabían 'algo'. Asumiendo que me estaban anunciando la peor de las noticias. Entendiendo que si pinchaba o me caía, moriría. Respirando peor sin motivo claro. Por si acaso, sugestionado y preso de la angustia, huí. Y obviamente, décadas después de aquel momento, sigo pensando que esos buitres sabían 'algo'.
Sobreviví a aquellos buitres igual que ahora a los tropiezos de mi equipo o a las gripes encadenadas: sin más mérito que seguir respirando. Comparto mis grandes heroicidades, pero hoy añado una idea: cabría empezar a utilizar a los buitres para turbar a los futbolistas rivales. Sería muy simple, y a la vez muy útil, teniendo en cuenta las limitaciones que imponen la Liga y la Comisión Antiviolencia en materia de cánticos, de un tiempo a esta parte.
Aquí no sería necesario cantar. Ni siquiera decir nada. Es el clásico caso de vacío legal que conviene aprovechar antes de que se le ocurra al adversario. Ningún portero sería capaz de manejar la turbación de tener a un par de buitres dando vueltas por su área, posándose sobre el travesaño de la portería, y observándolo fijamente. Ningún portero podría rendir a su mejor nivel, así de incómodo en una batalla mental perdida de antemano. No entiendo cómo no se le ocurrió en su día, todo esto, a algún genio tipo Bilardo. Luego dicen que en el fútbol está todo inventado, pero ya solo inventamos dramas.
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