FÚTBOL AMERICANO
¿Triplete inédito o venganza? Ni Trump se va a perder esta Super Bowl
Super Bowl 2025: horarios, equipos, actuaciones, artistas y dónde ver

Patrick Mahomes y Jalen Hurts, los dos quarterbacks de la Super Bowl. / REUTERS


Albert Guasch
Albert GuaschPeriodista
En la 59ª edición de la Super Bowl que se disputa esta próxima madrugada puede que se vean algunas cosas inéditas. Nunca un presidente de EEUU ha asistido a la final de la NFL y ahí en Nueva Orleans estará Donald Trump con todo su estruendo. Nunca se ha visto un despliegue de seguridad tan colosal en un evento deportivo (por la presencia presidencial y por el atentado reciente en Bourbon Street). Y lo más importante, nunca un equipo ha conquistado tres veces consecutivas el título y a eso aspiran los Kansas City Chiefs, ganadores de tres de las últimas cinco ligas. Tratarán de impedir la gesta histórica los Philadelphia Eagles, ligeramente favoritos según las casas de apuestas (00.30 horas, Movistar+).
Es curioso que Trump sea el primer presidente de la historia en disfrutar en vivo de una Super Bowl. En su primer mandato tuvo un duro enfrentamiento con la NFL por la negativa de algunos jugadores negros a respetar el himno estadounidense. Y ahora la dirección de la liga de fútbol americano ha decidido llevarle la contraria en sus directrices contra las políticas de diversidad e integración racial.
Quizá influye la presencia de Patrick Mahomes, el quarterback de los Chiefs, el actual rostro del deporte del balón ovalado con casco. Creyente confeso, nunca se ha mojado políticamente, pero se sabe que su esposa apoya al republicano y su madre ha asistido a partidos de su hijo con la gorra roja del Make American Great Again.
Y a Trump le gustan los ganadores y los que le adoran. Puede -y ahí otro elemento insólito e irónico- que el presidente acabe apoyando al mismo equipo que Taylor Swift, la novia de Travis Kelce, la otra estrella de los Chiefs. De sobras es conocido el desprecio mutuo entre la cantante y el político.
Dinastía triunfal
A Trump también le gustan los números grandes y hay cálculos de que este año se pueden superar los 123,4 millones de telespectadores de la campaña pasada, todo un récord histórico, y de que los anuncios televisados de 30 segundos alcancen los 8 millones de dólares. En tiempos de polarización máxima, nada une tanto a la sociedad estadounidense como el interés por este partido, de pronóstico muy igualado en esta edición y con el suspense por el three-peat, es decir, el posible triplete de títulos consecutivos de los Chiefs.
Los Chiefs han gestado una dinastía ganadora orquestada por Andy Reid, un entrenador bigotudo y reverenciado, y conducida por Mahomes, el mariscal que sabe lanzar y correr como pocos. El equipo del estado de Missouri (y no de Kansas, pese a lo que pueda parecer) ha acumulado tantos devotos como haters, como les ocurre a los que parecen imbatibles en cualquier deporte, y la cancioncilla de esta temporada ha sido la ayuda arbitral recibida en momentos cruciales. Ni en la NFL se libran de las teorías conspiranoicas sobre los que imparten justicia.

Travis Kelce, campeón del Super Bowl con Chiefs, participa en un concierto de Taylor Swift / REUTERS
Esta Super Bowl es una repetición de la disputada hace dos años. Ganaron los de Kansas City, claro. Y en Filadelfia solo se habla de consumar una venganza. De los Eagles se dice que tienen la mejor plantilla de la liga, pero los Chiefs cuentan con aquello tan etéreo, tan inasible, de los campeones, que es la capacidad de competir y ganar aun jugando mal. Y eso ha ocurrido muchas veces en este curso.
Las bazas de los Eagles para obtener el segundo campeonato de su historia se llaman Jalen Hurts, un quarterback elegido en segunda ronda del draft del 2020 que ha excedido las expectativas y, sobre todo, un running back que es un búfalo que atraviesa líneas defensivas como si en lugar de tipos fuertes como el cemento hubiera delante hombres de pastelina. Es Saquon Barkley.
Nadie corre como él. Como si tuviera un sexto sentido, encuentra casi siempre la manera de maniobrar entre espacios cerrados y huir a la carrera. Su explosividad es fenomenal. No le han dado el MVP de la temporada (ha recaído en Josh Allen, quarterback de los Bills), pero para muchos habría sido justo merecedor del galardón. Esta noche puede reivindicarse. Es el partido de su vida. No solo para él. Es un partido que puede entrar en los anales del deporte estadounidense.
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