Tenis
La sombra de Djokovic todavía es demasiado alargada para Alcaraz, y más en Australia: "Sentí que lo estaba controlando..."
El murciano revivió 170 días después la pesadilla de la final de los Juegos Olímpicos de París
Djokovic muestra a Alcaraz su dominio en Australia

Carlos Alcaraz, durante su derrota frente a Djokovic en el Open de Australia. / Ap
Novak Djokovic nunca fue, al menos para el mundo del tenis, el prototipo de tipo impecable al que admirar. Por eso, con él no va eso de "o mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano". Él siempre fue el malo de peli, así que no tiene pinta que, a estas alturas, le importe mucho la forma en la que morirá su inigualable carrera deportiva. Incluso seguramente piense, con ese carácter suyo tan orgullosamente balcánico, que aún está para ser el mejor. Y a veces, si eres un coloso como él, resulta suficiente. Incluso contra uno de los nuevos titanes, "titancito" como él mismo le dijo a Carlos Alcaraz, que aprietan para sacarle del mapa.
Pero aún no. Digan lo que digan. Inteligencia, creer y confianza ciega en sí mismo y en sus posibilidades, la receta de siempre en el 'yo contra el mundo' en el que convirtió su carrera deportiva. Un plan y la posibilidad de regalarse otra noche en esa pista que para él es como el jardín de su casa, la Rod Laver Arena. En la que ha ganado, se dice pronto, diez Open de Australia y hace no tanto, parecía invencible. Por algo decía Alcaraz que no tenía "ninguna gana" de cruzarse con él tan pronto, en unos cuartos de final. Porque nadie es inmortal, pero el serbio a veces, en el plano deportivo, lo parece.
"Ha sido uno de los más épicos que he jugado aquí y en cualquier pista", reconoció tras el choque Nole, que lleva varios meses lidiando, y peleando contra esa sensación de que el tren le se le acerca, que está a punto de atropellarle. De que ya no está para estos trotes, le dicen. Pero en Australia demuestra que si se va, será a la fuerza, porque le echen, porque ya no le quede nada. Ante la juventud, experiencia y paciencia, que de eso va sobrado rozando ya la cuarentena.
El primer set, un espejismo
Y eso que ahora, cuando muerde, a veces suelta a sus presas. No con todas, porque sigue teniendo la capacidad de ganar sin despeinarse al 95 por ciento del circuito, pero sí a los nuevos titanes. Básicamente, a Jannik Sinner y Alcaraz. Lo hizo en el primer set, en el que salió activo y rompió el servicio de Carlitos, bastante desacertado por el viento, a las primeras de cambio. Pero en cuanto el murciano encontró su sitio y se colocó bien en la pista, volcó el set a su favor con facilidad, sobre todo tirando del que es el mejor arma de su rival: el revés.

Carlos Alcaraz, en su partido contra Djokovic. / EFE
De los siguientes ocho juegos, Alcaraz se llevó seis, consiguiendo el contrabreak a la primera y rompiendo en el momento de la verdad, en el 4-4, algo casi impensable en los buenos tiempos de Nole. Esos que ahora parecen difíciles de volver a ver, quién sabe. Porque el ritmo de los dos jóvenes, de bola y de piernas, supone un paso más en la evolución del tenis y a los 38 años del serbio parece por primera vez complicado de verdad pensar que pueda subirse a su estela. Aunque quizás no le haga falta.
La tela de araña de Djokovic con Alcaraz
"Sentí que estaba controlando el partido y le he dejado volver en el segundo set y ha sido el gran error del partido. Tenía que empujarle más al límite y no lo hice. Después creo que él empezó a sentirse mejor y ha sido mi gran error. He tenido mis oportunidades, pero casi todos los puntos importantes han ido de su lado. Novak ha sido más agresivo”, reconoció tras el choque Alcaraz, encontrando en ese paso del primer set el punto de inflexión.

Novak Djokovic, en el Open de Australia. / EFE
Sin ganadores, Nole no tenía opciones. Lo sabía el serbio, que en el segundo salió decidido a tirar más, arriesgando y hasta donde llegara. Y volvió a pasar lo mismo. Rompió a las primeras de cambio a un desacertado Alcaraz, que parecía querer ponerse piedras en su propio camino para reactivarse después y conseguir la motivación necesaria para afrontar cada set ante un rival. Y volvió a responderle, pero esta vez el serbio no permitió que ocurriera lo de antes. Esta vez, ralentizó y enfangó el choque y empezó a tejer su tela de la araña.
Jugando al ralentí, como a cámara lenta, sin desgastarse mucho, empezó meterse en la cabeza de Alcaraz y a revivir en él los fantasmas de París 170 días después. De esa final de los Juegos Olímpicos que fue, en palabras del propio tenista murciano, el partido más duro de su vida. Y mordió, esta vez sí, como antes había hecho su rival. En el 4-4 quebró, y ya no soltó a su presa. Esta vez no. De repente el serbio se vio poniendo el 1-1 en el marcador. Resucitado.
Y con una grada plagada de serbios al grito de "idemo!", el "vamos" serbio, empezó a venirse arriba. No es que sacara su versión más brillante, pero en el juego de imprecisiones en el que se convirtió el partido si que tiró de su versión más robótica, esa que le lleva a no fallar una bola y descargar la responsabilidad en su rival. Y en la maraña de breaks y contrabreaks que se convirtió el tercero, terminó de desquiciar al murciano, al que le robó el 50 por ciento de puntos con su servicio.
Sumó un juego más, lo justo necesario, y lo que parecía imposible tras el primer set se volvió real. Se había metido en la cabeza de Alcaraz, de lleno. Y más tras romper de nuevo, otra vez, en el primer juego al servicio del murciano. El cuarto tatuaje de Alcaraz, y los cuatro grandes, tendrán que esperar. El chacal había llegado a Australia, y su mordedura vuelve a ser letal. Otra vez, como en París, ya no soltó a su presa y reivindicó su vigencia. Con 38 años, que no le den por muerto. Va a por el 25º.
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