Barça 4 Bayern 1

Raphinha alumbra una era al frente de un Barça de ensueño

El brasileño marca tres goles y propicia el triunfo azulgrana frente un Bayern al que no ganaba desde hacía nueve años

Raphinha celebra sus tres goles al Bayern.

Raphinha celebra sus tres goles al Bayern. / Jordi Cotrina

Francisco Cabezas

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En Raphinha habitan nuestras miserias, pero también nuestros sueños. Patizambo y presuntamente desastroso, deprimido ante los azotes y los insultos, y poco válido para quienes todo lo juzgan, hace unos meses nadie hubiera lamentado su ausencia; y, de repente, es querido y respetado, monumental en el juego y las emociones, y responsable, con el brazalete anudado al brazo y con Casadó como salvaje aliado, de que el Barça aplastara al Bayern y rompiera con el pasado. Bendito fútbol. Bendita vida.

Los aficionados que acudieron al Olímpic Lluís Companys, que se dejaron la garganta y acabaron con los ojos bien rojos, quizá recuerden durante mucho tiempo la noche vivida. Porque fue en la montaña mágica y frente a uno de sus mayores demonios, un Bayern al que el Barça no ganaba desde hacía nueve años, donde vieron el alumbramiento real de un equipo.

No quería Hansi Flick remover un pasado que llevaba al Barça a sus tormentos con el Bayern y a aquella tragedia covidiana del 2-8 en la luminosidad de tanatorio de Da Luz en 2020, por mucho que fuera él, desde el banquillo bávaro, quien diera la última palada a aquella era azulgrana. Sus motivos tenía el ahora entrenador del Barcelona, consciente de que aquellos pecados de entonces no se pueden mirar con los ojos del presente.

No contaminados

Las miradas de complicidad entre chicos aún no contaminados y que tienen toda una vida por la delante, la ilusión con la que afrontan retos que entienden como grupales y la rebeldía propia del adolescente salvaje hacen de este Barça un equipo fascinante. 

No hubo más que ver a Marc Casadó, correcaminos pero también coyote, cómo saltaba como un bendito loco al ver a Raphinha cómo marcaba el 3-1. Una acción que había iniciado el mismo centrocampista de Sant Pere de Vilamajor con un cambio de juego que desgarró las líneas, pero también el escudo del Bayern.

Raphinha celebra uno de sus goles con Casadó.

Raphinha celebra uno de sus goles con Casadó. / Jordi Cotrina

O a Fermín, por fin titular tras el atracón olímpico, tan pillo en el empujoncito trasero al atolondrado Kim, como hábil para desentenderse de lo que pudiera ver el árbitro –el esloveno Vincic y el VAR se abstuvieron– y superar con gracia a Neuer para que Lewandowski tomara el 2-1.

O, claro, a Lamine Yamal, que tras aquellos 18 minutos en que el Bayern amagó con apalizar a un Barça que no supo creerse su temprana ventaja [Raphinha había madrugado con el 1-0 a los 57 segundos], pidió el balón y castigó a todo aquel que se le puso por delante. Porque con él no bastaba con los marcajes individuales dispuestos por Kompany en todo el campo. Si venía Gnabry, le colaba el balón entre las piernas y le hacía ver que bajo sus gayumbos se abría un gran vacío;y si venía Palhinha a darle estopa en la ayuda, aguantaba la embestida y, en vez de quejarse, animaba a su hinchada a seguir vitoreándole.

Neuer, a cámara lenta

El primer orgasmo azulgrana fue muy intenso, aunque llegó demasiado rápido. Raphinha, destinado a ser quien descuartizara la defensa que Kompany ponía en la línea de medios, coronó su primera carrera con el primer gol. Neuer, a sus 38 años, no se estira ya a por los balones, sino que observa su vida, y sus paradas, a cámara lenta. El brasileño le regateó como si le diera la vuelta a un vaso sobre la ouija. 

El Barça no esperaba ese placer tan precoz, y el Bayern lo encerró hasta que Harry Kane empató –a la primera le anularon el gol por fuera de juego, a la segunda, su estético remate ya no tuvo tacha–. Pero tras la travesura de Fermín a la espalda de Kim, y el remate de Raphinha en el 3-1 -incomprensible para todos menos para él mismo-, el Barça se convenció de que ya no habría vuelta atrás. Más aún cuando el capitán del Barça, después de controlar con una pluma la asistencia de Lamine, provocó un terremoto en el estadio con el gol definitivo para dar paso a los olés y a la clase de violín de Pedri.

Raphinha se fue de Montjuïc con la sensación de haber vivido uno de los momentos de su vida. Lo que quizá aún no sepa es que él mismo se lo ofreció a todos aquellos que lloraron el fin en Lisboa. El Barça ha vuelto a nacer.