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La verdad sobre Nadia Comaneci, la niña de Ceausescu

Nadia Comaneci /
En los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976, el mundo descubrió a la que está considerada la mejor gimnasta de todos los tiempos. Con solo 14 años, la rumana Nadia Comaneci logró lo que nunca nadie antes en una cita olímpica: un 10 perfecto. Una gesta gloriosa que la sucumbió en un infierno que duraría años, hasta que una noche de noviembre de 1989 logró a escapar a pie del país que la adoró y a la vez fue su cárcel: la Rumanía de Nicolae Ceausescu, el dictador que, como una broma del destino, caería un mes más tarde, ejecutado con su esposa Elena el día de Navidad.
Esa noche, junto a otras seis personas desconocidas, como ella misma relató, abandonó “su hogar y a todos aquellos que amaba". Se arrastró “por el barro y el agua, a través de campos congelados, alambradas de púas, con el miedo de que me dispararan por la espalda”. Llegó casi de mañana a Hungría y la mañana del 2 de diciembre aterrizó en Nueva York, tras conseguir un visado de refugiada Estados Unidos. Solo quería “una vida libre”. Nadia Comaneci, que en la actualidad tiene 62 años, sigue residiendo en EEUU, vinculada a la gimnasia con una academia propia y como propietaria de tiendas de material deportivo. Su infancia y juventud gloriosa distó mucho de ser feliz.
En plena guerra fría y de cierto distanciamiento de Moscú, Ceausescu quiso convertir a la “Diosa de Montreal” en un símbolo de su régimen comunista. Gracias a ella y los éxitos del equipo olímpico, la gimnasia se había convertido en un asunto de Estado, y quería controlar a su estrella. En el libro 'Nadia Comaneci y la policía secreta’ (Oberon), el historiador Stejarel Olaru relata cómo bajo la misión de “protegerla”, la gimnasta fue objeto de la obsesiva vigilancia de la Securitate, la policía política del régimen, que fue tan temida como eficaz.
De nombre 'Corina'
‘Corina’ era el nombre con el que la Securitate bautizó a Nadia. La policía elaboró un árbol genealógico de la gimnasta para identificar a todos los familiares y explorar en su pasado, pincharon sus teléfonos, y sus círculos de amigos también fueron controlados. Ordenaron reclutar informantes no solo entre el personal docente de su escuela sino también entre sus compañeras de clase, niñas de apenas 16 años. “Todo para proteger a Nadia y a sus padres y para evitar cualquier reacción de su parte que pudiera dañar la imagen del régimen comunista”, escribe Olaru.
Gracias a esa persecución de la que fueron objeto ella y su familia se supo el también en tiempo real el maltrato al que la pareja de entrenadores que formaban el matrimonio Béla y Marta Károlyi sometieron a Comaneci y sus compañeras a abusos físicos y psicológicos, entrenos abusivos y hambre, mucha hambre. La Securitate también vigiló estrechamente a los Károlyi porque se consideraba que eran desleales a Rumanía. El matrimonio escapó y pidió asilo político en Estados Unidos en 1981.
Y lo que pasaba en el equipo de gimnastas lo sabía hasta el mismo Ceausescu porque las niñas entrenadas por la pareja enviaron una carta anónima al dictador de un país en el que nada se movía sin que él lo supiera. El libro reproduce la misiva, que empieza así: “Nos dirigimos a usted para pedirle que haga algo para devolvernos la infancia que día a día nos roba ese hombre sin alma que se llama Prof. Béla Károlyi"."Nos ha convertido en sus esclavas. Es capaz de matarnos, así amenazó a Nadia si no gana”, dice en otro de sus párrafos.
La carta es uno de los documentos a los que ha accedido Olaru, así como a informes y archivos inéditos de la Securitate y a conversaciones telefónicas interceptadas por la policía política, en donde que queda claro el “régimen de terror” reinante en el equipo de gimnasia, en palabras de uno de los agentes. “Insultos, palabras ofensivas e incluso la administración de palizas han establecido un régimen de terror dentro del equipo”, se lee.
Hambre y jornadas agotadoras
Noticias relacionadasEl libro relata también las jornadas agotadoras de entrenamiento –hasta siete y ocho horas diarias- a las que se sometían a las gimnastas y el hambre que pasaban, lo que provocó que algunas llegaran a desarrollar bulimia y a convertirse en expertas en robar comida que luego escondían. Convencido el entrenador que los logros se obtienen “más fácilmente en un entorno agotador”, las niñas llegaron a entrenar y competir enfermas o lesionadas.
“No tendrás más que aire para comer. Pero verás que hasta el aire engorda”, le dijo Károlyi a Nadia en septiembre de 1977, antes de viajar a México para participar en un torneo de exhibición. La tuvo tres días sin comer. Ella confesó que no soportaba a su entrenador y que quería dejar la gimnasia. Quería solo “ser una niña normal, ir de vacaciones, dormir algunas veces hasta tarde y comer” porque ser Nadia Comaneci era "muy duro”.
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