FÚTBOL

Las puertas cerradas gestaron la tragedia de Indonesia

Una estampida durante un partido de fútbol en Indonesia causa casi 200 muertos

Una estampida durante un partido de fútbol en Indonesia causa casi 200 muertos / STR / AFP

Adrián Foncillas

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En la tragedia convergieron la ineptitud de policías y organizadores. Los primeros, por empujar a los aficionados a las puertas con gases lacrimógenos. Y los segundos, por mantener las puestas cerradas o abrirlas tarde y mal. La investigación de la masacre del estadio indonesio de Kanhuruhan sugiere que unas gotas de sensatez habrían evitado los 125 muertos.  

“Las puertas deberían de haber estado abiertas pero estaban cerradas”, ha concluido la Asociación de Fútbol de Indonesia. La normativa nacional ordena su apertura diez minutos antes del final del partido pero seguían cerradas siete minutos después, ha aclarado Erwin Tobing, jefe de la Comisión de Disciplina. Existen aún versiones contrarias sobre qué ocurrió con las puertas. La policía, tras revisar las cámaras que apuntaban a seis de las catorce, sostiene que estaban abiertas pero que eran demasiado estrechas para absorber el caudal de aficionados. Y las puertas, enfatiza, competen al equipo organizador. Algunos supervivientes, en cambio, las recuerdan cerradas. La asociación ha lamentado que siguieran cerradas tras recibir órdenes urgentes para lo contrario y el equipo local ha explicado que sus escasos trabajadores no dieron abasto para abrirlas todas.  

Escenas angustiosas

La catástrofe se había gestado en la invasión de campo de los aficionados del Arema FC para pedir explicaciones a sus jugadores tras perder por primera vez en 23 años contra su rival regional. La policía los dispersó con porrazos y gases lacrimógenos y las estampidas se frenaron frente las puertas. Hasta ahí llegaron muchos de los 42.000 espectadores del sábado cuando el aforo permitido no supera los 38.000.

Algunos supervivientes han descrito escenas angustiosas de la muchedumbre apretada. Aficionados llorando, gritando que no podían respirar o levantando sobre sus hombros a sus hijos para mitigarles la asfixia. Murieron al menos 32 menores de edad, de entre tres y 17 años, según fuentes policiales. Frente a las puertas 12 y 13, donde se produjeron la mayoría de las muertes, se acumulaban esta mañana pétalos de rosas, coronas de flores y bufandas del equipo local. 

No ha habido día sin castigos desde el drama. El presidente y el coordinador de seguridad del Arema FC han sido desterrados del fútbol a perpetuidad por impedir la invasión de campo y desoír la apertura urgente de las puertas. Al equipo se le ha prohibido jugar más partidos en casa hasta el próximo año. La policía ha despedido al alto mando a cargo de la seguridad en el estadio, a nueve agentes y está investigando a otros 18 por lanzar gas. 

Campeonato cancelado

El campeonato nacional ha sido cancelado a la espera de que todos los estadios pasen una auditoría. “Necesitamos mejoras en toda la gestión de los espectadores. Todo tiene que ser examinado para evitar que esta tragedia se repita”, ha anunciado hoy el presidente indonesio, Joko Widodo, tras visitar a los heridos en los hospitales y anunciar una “ayuda simbólica” de 50 millones de rupias (unos 3.300 euros) a las familias con víctimas. También contarán con los 30.000 euros recaudados por el club de fans del grupo pop surcoreano BTS.  

Widodo ha desvelado que Gianni Infantino, presidente de la FIFA, le auxiliará para arreglar “el problema” del fútbol indonesio. Es un problema enorme. Ya antes del sábado, los estadios indonesios estaban entre los más peligrosos del mundo, con casi un centenar de muertos relacionados con el fútbol en las últimas décadas y un creciente fenómeno ultra.

En Kanhuruhan se juntaron todos los signos inquietantes: aforo superior al permitido, actuación policial desmedida e irresponsabilidad organizativa. El estadio ha engordado el listado de la ignominia junto a Heysel, Sheffield o Acra. Sólo los 328 muertos medio siglo atrás en Lima superan la desgracia del sábado en la isla de Java.