LA INDUSTRIA DEL DEPORTE

Golf, pádel y cortoplacismo

LIV Golf Invitational series

LIV Golf Invitational series / NEIL HALL

Marc Menchén

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El mundo del golf se encuentra en estado de shock. Los petrodólares se habían centrado hasta ahora en la compra de clubes de fútbol y la atracción de grandes eventos, pero nunca antes habían amenazado la existencia de ningún organizador. Hasta que Arabia Saudí ha sacado la chequera con unas series que ofrecen 25 millones de dólares en premios por torneo, 5 millones de dólares para el ganador (casi el doble que el Masters) y cheques de más de 100 millones sólo por enrolarse en su proyecto a algunas de las grandes estrellas del green. Dustin Johnson ha cobrado por unirse a LIV Golf más de 150 millones de dólares, el doble de todo lo que ha ganado como profesional hasta hoy.

¿Esto es sostenible? Ya les digo yo que no. La industria del deporte se encuentra inmersa en un profundo proceso de reflexión sobre su modelo de negocio y gobernanza. Todos, sean clubes o atletas, quieren más poder y más dinero, siempre bajo la premisa de que los promotores actuales no están tan capacitados para hacer crecer los ingresos. El problema de esa visión es que abrazan cualquier propuesta económica que multiplique sus ingresos a corto plazo.

Reinventar la lógica

Lo estamos viendo internacionalmente con el golf ahora, con jugadores incapaces de saber cómo justificar su apoyo saudí frente a un circuito centenario como el PGA Tour. Pero también sucede aquí en España con el World Padel Tour, al que Damm ha dedicado más de 40 millones de euros para liderar el crecimiento de la disciplina. Y lo sigue haciendo, pese a que aún soporta importantes pérdidas cada año para dar estabilidad económica a los jugadores y hacer un producto atractivo para aficionados, teles y patrocinadores. Nada que hacer si Qatar se inventa un nuevo circuito respaldado por la Federación Internacional que también ha reventado la lógica del mercado con bolsas de premios que hasta cuadriplican lo que hoy da el circuito que profesionalizó la disciplina cuando no había patrocinadores ni gradas que llenar.

Dicho esto, evidentemente que cualquier atleta tiene todo el derecho a desligarse de un proyecto y enrolarse en otro que le da más dinero, igual que muchos cambian de trabajo por la misma razón. Ahora bien, también deberían ser coherentes en su discurso, asumir que apuestan por proyectos insostenibles económicamente que pueden caer si el emirato de turno se cansa de poner dinero, y que el día de mañana, eso puede romper unas estructuras que, con sus imperfecciones, sí buscan la sostenibilidad para los que hoy compiten, pero también para los del mañana.

Bitci, las cripto y el pedir garantías

Durante muchos meses hubo runrún en Barcelona sobre la idoneidad de aceptar las mareantes ofertas que llegaban del mundo cripto para aparecer en la equipación del Barça. Acertadamente, y tras el fracaso de la alianza con Ownix, desde la junta directiva de Joan Laporta se fueron desestimando ofertas que prometían una fuerte inyección de recursos. Eso sobre el papel, porque la realidad de la industria es que muchas promesas procedentes de este sector se están incumpliendo.

Bitci aterrizó el año pasado en el fútbol español firmando con la Federación, Cádiz CF, RC Celta, RCD Espanyol y Deportivo Alavés. También compró los title rights de Baskonia en ACB, entró como espónsor de MotoGP e incluso entró en la cartera de socios de McLaren, que fueron los primeros en rescindirles. Todos ellos recibieron un primer pago y buenas palabras, pero ahora la mayoría ya han iniciado la batalla legal para cobrar todo lo firmado en sus contratos.

Prometer dinero es fácil, pero las garantías de pago son otra cosa. Y esa es la principal incertidumbre que deben resolver este tipo de compañías, tan culpables si no pagan como los clubes por no auditar mejor con quién se alían.

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