La actuación madridista
El Real Madrid, un finalista sin gasolina ni jerarquía en defensa
Los blancos se encomendaron a su dupla de ataque, que marcaron los goles adelantando al Madrid, pero la acumulación de minutos por no rotar terminó pasando factura a los de Ancelotti, que llegan a la final en reserva.
Hay un axioma que dice ‘Ayuda a tus jugadores y tus jugadores te ayudarán’. Esta boutade la aplica con celo Ancelotti, que coloca a sus futbolistas donde mejor se desempeñan, lo que explica la fluidez de este Real Madrid que destaca por la buena lectura de los partidos. La naturalidad en la gestión del italiano ha convertido a Vinicius en el jugador más desequilibrante de la Liga, y a Benzema en un killer que siempre aparece. Pero Carletto se ha desentendido de las rotaciones desde el inicio de temporada y en el Clásico de Riad el Madrid pudo pagarlo muy caro.
Presión culé
La baja de Alaba animó al Barça de Xavi apretar arriba, consciente de que Nacho no es el austriaco y Militao menos aún. Pero la orden del italiano fue concluyente: “Salimos tocando”. Ancelotti convirtió un problema en una oportunidad. Abrió a los centrales para obligar a los delanteros salir a los costados y activó a Kross, Casemiro y Modric en la salida de la pelota. El italiano sabía que solo Gavi tenía físico para presionar. Con Busquets y Frenkie de Jong a su aire, el problema desapareció.
En defensa, el técnico dio orden a Asensio y Vinicius de recular para formar cortina en la medular, cerrando los pasillos interiores a un Barça sin ideas. Y además ordenó acabar todos los ataques, lo que explica que Asensio acabase la primera parte con cinco disparos, Benzema con un par y Vinicius con tres. Eso imposibilitaba las llegadas rápidas por fuera de Dembelé y Ferrán. Mandaban con superioridad los blancos.
Sin Alaba, defensa de papel
Y llegó el primer gol, muy sintomático. Un Busquets lento perdió una pelota ante el hambre de otro veterano, Benzema, que recuperó y sirvió a Vinicius para que marcase. El Madrid se relajó con la ventaja y echó en falta la personalidad de Alaba, el jugador con más jerarquía atrás que no deja recular al equipo y lo saca a defender lejos del área, reduciendo así el espacio al rival. Alaba es de esos futbolistas que se notan más cuando no están que cuando están. Y es un elogio.
Pero no estaba Alaba y el Madrid se acochinó en tablas. El empate también fue sintomático. Un pelotazo que De Jong peinó hacia Dembelé. Carvajal se quedó en inferioridad, al no estar Asensio ni el mediocentro, lo que permitió al francés centrar y la fe de Luuk hizo el resto. Marcó de rebote tras un despeje tierno de Militao, que cometía otro error letal. Y van varios.
Ancelotti mantuvo su apuesta de agazapar al equipo y esperar. Monopolizó el ataque Vinicius, donde el brasileño encaraba a un Dani Alves mayor. Al Real Madrid le saltó la reserva, con Kroos y Modric a la deriva. Pero en una jugada aislada Benzema remachó a la red un centro de Carvajal. Ganaba el Madrid con goles de la sociedad de moda: Vinicius y Benzema.
Pero los blancos se iban arrugando, huérfanos de Alaba. Y en un córner en corto ante la pasividad blanca Ansu empató. La prórroga fue una ruleta rusa, con los madridistas agotados esperando una contra, su especialidad, y el Barcelona invadiendo el área. Hasta que los blancos recuperaron una pelota y cinco madridistas salieron en estampida, marcando el Valverde el gol del triunfo. Finalistas felices, pero agotados. Ancelotti tiene más de que preocuparse que de celebrar.
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