EL ÉXITO OLÍMPICO

Italia debate sobre su multietnicidad tras el éxito en los Juegos Olímpicos de Tokio

Una semana después del cierre de Tokio 2020, las medallas dan aire a la lucha de los hijos de inmigrantes por conseguir la nacionalidad italiana

Los triunfos de los velocistas Lamont Marcell Jacobs y Eseosa Fostine Desalu impulsan las peticiones políticas de que se nacionalice cuanto antes a jóvenes con talento deportivo

Lamont Jacobs.

Lamont Jacobs.

Irene Savio

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Lamont Marcell Jacobs, la nueva estrella del atletismo italiano y europeo, el hombre más rápido del mundo, fue recibido el pasado lunes como un héroe a su llegada a Fiumicino, el aeropuerto de Roma. Jacobs, de madre italiana y padre afroestadounidense, carácter templado y voz tranquila en público, y quien era un perfecto desconocido en Italia hasta los Juegos Olímpicos, agradeció los cumplidos y se mostró sorprendido por el momento excitante, insólito, que ha generado en su país desde que el 1 de agosto ganó la carrera de los 100m en 9,8 segundos, regalándole a Europa una medalla que no tenía desde 1992. 

Pero lo que no se llegó a saber a ciencia cierta es si Jacobs sabía en esos instantes que, detrás de esa expectación, también yacía una polémica activada días antes por la solicitud del presidente del Comité Olímpico Italiano (Coni), Giovanni Malagò, de que se conceda la nacionalidad a menores extranjeros, o de padres extranjeros, talentosos en ámbito deportivo. “Pido agilizar los trámites para conseguir el llamadoius soli (en latín, derecho de suelo) deportivo”, había dicho Malagò, al justificar su petición como una propuesta útil para no perder a jóvenes prometedores.

No debe sorprender. Para el público italiano, Jacobs, el atleta de 26 años nacido en El Paso que dice expresarse con un inglés regular y habla italiano con acento de Lombardía, la región del norte en la que se crió, es mucho más que el atleta del momento. Encarna una multietnicidad nunca antes vista en una delegación olímpica italiana, un punto a favor de los defensores de este modelo de sociedad tras años de polémicas sobre la cuestión migratoria.

“El deporte ha reflejado un país más alineado con el mundo moderno y avanzado. No es cuestión de cómo y cuándo nos convertiremos en un país nuevo. Ya lo somos”, escribió, por ejemplo, Il Corriere della Sera. “De los 384 deportistas de la delegación italiana en Tokio, 46 son atletas nacidos fuera de Italia, en los cinco continentes, muchos de ellos procedentes de África, América, e incluso uno de Asia y otro de Australia. Es la primera vez”, subrayan desde el Coni, al explicar que estos deportistas se suman a los atletas nacidos en Italia de padres inmigrantes.

Hasta los 18 años

Es el caso concreto de Eseosa Fostine Desalu, el velocista nacido en Casalmaggiore (también Lombardía) de padres nigerianos, y quien también ha sido uno de los 70 atletas italianos que obtuvieron las 40 medallas italianas en los Juegos Olímpicos. La cuestión es que Desalu, ganador en Tokio de un oro con el equipo italiano masculino en la 4x100 de atletismo, no pudo competir en torneos nacionales hasta cumplir los 18 años, cuando finalmente pudo pedir la nacionalidad (a diferencia, en realidad, de Jacobs, que obtuvo el pasaporte por filiación), como establece la actual legislación italiana. 

De ahí que la intervención de Malagò volviera a abrir el debate sobre la reforma de la ley de ciudadanía, estancada desde años en el Parlamento, tras que en su última versión se propusiera convertir en italianos a los menores nacidos en Italia hijos de inmigrantes, que han cursado estudios en el país o tienen algún mérito deportivo. “Si esperamos hasta los 18 años para obtener la naturalización [..] el riesgo es que el deportista se retire o se vaya a su país de origen”, insistió Malagò. Más aún que hoy, tanto Desalu como Jacobs, integran ese 69% de los atletas olímpicos italianos que son militares o policías. 

¿Una nueva ley?

Con esto como punto de partida, Enrico Letta, líder del Partido Demócrata, no desperdició la ocasión y dijo que “sí, Italia necesita una nueva ley”. E incluso la ministra de Interior, Luciana Lamorgese, una tecnócrata que habitualmente avanza con los pies de plomo, se auguró que los partidos lleguen a “una síntesis política”. “Estos jóvenes deben sentirse parte integrante de la sociedad”, afirmó, en entrevista con La Stampa. Y así también Matteo Salvini, el líder de la ultraderechista Liga, y Giorgia Meloni, jefa de Hermanos de Italia, tampoco tardaron en reaccionar. En sentido inverso, por supuesto.

Lo paradójico — o quizá la prueba de que en Italia nada es definitivo—, es que, en verdad, en casos puntuales el país ya ha concedido en el pasado —en sordina, eso sí— la nacionalidad a deportistas talentosos. Así la obtuvo en 2019, por ejemplo, el luchador cubano Abraham Conyedo Ruano, quien en Tokio ganó el bronce en los 97 kilos masculinos de estilo libre. Una muestra más de que lo que realmente ha reflejado el deporte esta vez es un rotundo desafío al ruido político.

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