ANÁLISIS
Messi, de la camiseta de Qatar Airways a Qatar, sin escalas
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
"Si querés llorar, llorá", decía una famosa animadora televisiva de Argentina durante los días rosarinos de Leo Messi. Con esa frase, invitaba a sus tertulianos al lagrimeo espontáneo para luego recobrar la compostura porque, si algo no puede detenerse, es el espectáculo. El llanto frente a las cámaras tiene esa peculiaridad fugaz. Eso no llama a desconfiar de la reciente congoja del excapitán del Barcelona. Su gimoteo desnudó el equilibrio imposible entre aquellos valores originales que todavía dice predicar el fútbol y su condición de máquina generadora de dinero. La congoja permitida es, por lo tanto, breve. La herida cicatriza rápido con el millonario ungüento curativo de las penas.
El fútbol es una industria basada en el afecto. Una de las publicidades que acompañaba a las presentaciones de la selección argentina, la de una tarjeta de crédito, era en ese sentido elocuente: "Hay cosas que el dinero no puede comprar. Para lo demás, está Mastercard". Se trataba, claro, de una ficción tan redonda como la pelota.
Como dice Pablo Alabarces, especialista en la sociología del deporte, los hinchas simulan creer que, a pesar de las fichas astronómicas, los suculentos derechos de imagen y las vidas aristocráticas fuera de las canchas, existe una dimensión emocional innegociable en el fútbol o en parte de sus referentes. Pero, de repente, se corre el velo y las cosas se muestran como son. Esta vez le tocó hacerlo a Messi, con un pañuelo en la mano para ocultar los ojos humedecidos y esa trama que, al hacerse visible, termina con un hechizo socialmente compartido.
La dimensión heroica
Por muchos años, Leo fue el portador de una curiosa dimensión heroica. Ganaba todo con el Barça pero mostraba, a la vez, una debilidad que parecía congénita: a pesar de su genialidad nunca obtendría nada con Argentina. La Copa América levantada en julio puso fin a esa paradoja, y casi en el mismo mes se alteraron las demás coordenadas. Messi ahora va por más, lejos del club que lo forjó. De ahí que el "valor" genuino de su llanto no esté necesariamente reñido con el "precio" que cuestan sus últimos años de actividad profesional.
Por estas horas, cada hincha culé atesora sus propias narrativas e imágenes del Messi azulgrana. Para muchos, será un gol o un regate. Otros tal vez preferirán situaciones de un hondo dramatismo, como el momento en que, tras vencer a Keylor Navas en el último minuto de aquel partido en Madrid ante el Real, se quitó la camiseta para ofrendarla como la expresión máxima de la hazaña y una pertenencia indisoluble. O cuando Sergi Roberto anotó el sexto gol ante el PSG y Leo se colgó al alambrado para festejar la proeza.
Del otro lado de la malla metálica ya no están esos hinchas arrobados sino Nasser Al-Khelaïfi, agitando su chequera. Más allá del sollozo dominical que nos ha conmovido, el final de una historia extraordinaria queda resumido como el paso de la camiseta del Barcelona con la leyenda de Qatar Airways al PSG catarí y el lucrativo Qatar 2022.
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