"DIOS ESTABA GUARDANDO ESTE MOMENTO PARA MÍ"
Messi: el nuevo Cristo Redentor
El capitán de Argentina se sacó la gran espina con la selección a los 34 años conquistando la Copa América
"Es una locura, es inexplicable la felicidad que siento", dice el '10' tras la victoria en Maracaná
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Después de 15 años, 10 meses y 22 días le llegó por fin a Leo Messi el momento de gritar "dale campeón" que tenía atragantado. El capitán se sacó la gran espina a los 34 años. Ha ganado 35 títulos con el Barcelona, un mundial juvenil sub-20, en 2005, y el oro olímpico, tres años más tarde. Le faltaba algo en su vitrina, un oropel que, a los ojos miopes de algunos agitadores, rebajaba su estatura de ídolo indiscutible: el trofeo con la selección mayor. Llegó, nada menos que en Brasil y en el Maracaná, allí donde siete años antes se le había escapado por muy poco el Mundial frente a Alemania.
"Es una locura, es inexplicable la felicidad que siento. Me ha tocado irme triste pero sabía que en algún momento se iba a dar. Necesitaba sacarme la espina de poder conseguir algo con la selección, estuve cerquita muchísimo años. Soy un agradecido a Dios por darme este momento, en Brasil y a Brasil. Creo que estaba guardando este momento para mí", ha dicho el hacedor de milagros.
Parece mentira que Messi hubiera llegado a decir que cambiaría parte de sus lauros, incluso los más consagratorios, por uno equivalente con el seleccionado. La final perdida en Río de Janeiro, en 2014, le valió la crucifixión de una minoría ardiente. Y cuando la Copa América se le escapó en la definición por penal ante Chile, en 2015 y 2016, no pudo tolerar la saña injusta y la frustración, al punto de dar el portazo. Le tuvieron que pedir de rodillas que vuelva. Tendría que ingerir más aceite de ricino con el fracaso descomunal de Rusia 2018.
Si algo permite el fútbol es el tiempo de revancha. Leo lo tuvo, vaya si lo tuvo frente al rival contra quien los argentinos construyen su identidad en el fútbol. Ganó Argentina 1-0 y sucedió lo previsible. La noche capitalina se transformó en un carnaval de la victoria. El desahogo pasó por alto los rigores que impone una pandemia que ha matado a casi 100.000 personas y obligó al país a renunciar a su condición de organizador de la Copa América.
La gente acudió a la avenida 9 de Julio para hacer catarsis después de 28 años de amarguras. Esta vez, su nombre se gritó sin fisuras. El coro de la unanimidad se acompañó del derroche imaginativo. Los memes ha sido variados, pero sobresalió uno que pareció resumir el estado de ánimo colectivo: Messi reemplaza en el Cerro del Corcovado del parque nacional de la Tijuca, la estatua con los brazos abiertos del Cristo Redentor, pero con el tobillo ensangrentado de tanto recibir patadas y, como se supo después, jugar los dos últimos partidos en inferioridad de condiciones físicas.
Hasta su amigo Neymar se rindió a la evidencia. Se abrazaron antes de comenzar el partido. Volvieron a hacerlo, por varios segundos, cuando todo había acabado. Siguieron la juerga después de los festejos. Solo Messi puede lograr semejante comunión con un crack brasileño. Pelé y Diego Maradona nunca pudieron hacerlo.
Final perfecta
Messi termina su aventura brasileña como mejor jugador y goleador de la Copa y, a la vez, líder indiscutido del equipo. Si hasta se le ha destacado que cantara a viva voz el himno nacional argentino antes de los partidos de la Copa. La escucha circunspecta del canto patrio le valió señalamientos de los nacionalistas de pacotilla. "Yo no canto el himno a propósito. No me cambia nada y la boludez (tontería) no me va. A mí y a todos nos llega cuando suena, pero cada uno lo vive a su manera. Los Pumas (la selección de rugby) por ahí lloran y nosotros no", tuvo que explicar el goleador histórico del seleccionado. La discusión ha sido saldada en la Copa América: no solo es el mejor del mundo. Ahora que también abre el pecho para jurar como nadie eso de "o juremos con gloria morir".
Todas esas querellas minúsculas han concluido. Messi se ha ganado hasta los corazones más fríos. Las multitudes lloraron por el campeonato, pero, también, por él, que siempre lo ha dejado todo. Se lo vio eufórico levantar la copa, abrazarse con todos los compañeros y, en especial, con el entrenador Lionel Scaloni, hasta hace poco tachado de inepto y oportunista. En un punto, Leo no se quiso ir así nomás del Maracaná. Después de los festejos oficiales, tomó su teléfono para comunicarse con su esposa y sus hijos. "¡¡¡Somos campeones!!! ¡¡¡Vamoooos Argentina!!!", escribió luego su esposa, Antonella Roccuzzo, en las redes sociales. "Vamos mi amor!!!! Vamos!!! Lo que soñabas estoooo por diosss al fin se te dio! Como te lo mereces, no veo la hora de poder verte y celebrar juntoooos!!!!!!!". La victoria, no podía ser de otra manera, tuvo su capítulo sentimental.
Ya es indiscutido
"Vení, vení, cantá conmigo/ que un amigo vas a encontrar/ que de la mano/ de Leo Messi/ todos la vuelta (olímpica) vamos a dar", bramaron los jugadores en el campo de juego y los camarines. Ese canto tiene una significación especial: fue el que auguró la entrada de Maradona en el Parnaso futbolístico en el Mundial 1986. Y si bien se recuperó en las tribunas para desearle a Messi el mismo lugar, esa posibilidad se frustro sistemáticamente desde su debut en el seleccionado mayor. Ahora esa promesa, la de dar la vuelta, de su mano y gracias a su botín izquierdo, se convirtió en realidad. Casi ocho meses después de la muerte de Diego, el canto encontró su sentido.
Los jugadores retornaron este domingo en la ciudad de Buenos Aires. Miles de personas rodearon al bus que los condujo al predio del seleccionado. Una imagen más del instante tan anhelado. A bordo, pegado a la ventanilla, Messi quizá pudo ver mejor a esos rostros de un país lastimado por la pandemia, la pobreza estructural y un encono político irremontable. Entre tantas privaciones y amenazas, Leo les dio a millones un instante de alegría infinita.
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