Campo de batallitas

Dinamarca, el campeón imposible del pobre 'Ricardo'

. Reunidos a última hora, los daneses protagonizaron en 1992 uno de los triunfos más inverosímiles de la historia.

. El éxito llegó, además, sin Michael Laudrup, que estaba peleado con el técnico y no quiso ir.

ALM-G9GP94 - © - Neal Simpson

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Eloy Carrasco

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En la Eurocopa de 1992 los futbolistas llevaron sus nombres impresos encima del dorsal por primera vez, un pequeño detalle que quedó naturalmente sepultado por la gran noticia de aquella edición: el triunfo inopinado de Dinamarca. Mucho se ha escrito sobre la proeza de un grupo de futbolistas que estaban mental y físicamente desenchufados, la mayoría ya descansando en islas griegas o cerros alpinos, y con el consumo de cerveza adaptado al periodo de ausencia de competición. “Éramos una panda de gordos de vacaciones”, tuvo que admitir Peter Schmeichel, el enorme portero.

A toda prisa acudieron al toque de corneta de su seleccionador, Richard Möller-Nielsen, que cuando los hubo reunido en Copenhague les soltó, sin asomo de ironía: “Chicos, nos vamos a Suecia. Y vamos a ganar”. Ni en los chistes de bilbaínos se dicen tan gordas, y eso que el técnico no era hombre de muchas bromas.

Exactamente 13 días antes del comienzo del torneo Yugoslavia fue descalificada por la UEFA por la guerra en los Balcanes, y Dinamarca ocupó su plaza. Las concentraciones más o menos largas eran un sacramento, todos los equipos las hacían o iban al infierno del fracaso, así que lo que pasó en aquel extraño 1992 fue como si, después de toda una vida comiendo verdura por orden médica, los daneses hubieran descubierto que asar un cerdo entero y zampárselo con las manos también servía y no moría nadie (no lo hagan, coman verdura).

Y todo eso sucedió sin el mejor futbolista que ha nacido en la península de Jutlandia, Michael Laudrup. El exazulgrana pensó que, puestos a convivir picado con un entrenador, tenía bastante con Johan Cruyff (“no lo aguanto más”, reventó dos años después, cuando abandonó el Camp Nou para irse al Madrid) y ya había dejado la selección antes de la convocatoria de emergencia de Möller-Nielsen, un entrenador que, Dios nos libre del día de las alabanzas, tuvo que morirse (en 2014, a los 76 años) para recoger el reconocimiento a su obra.

La sombra de Sepp Piontek

Ricardo’, como lo llamaban, llegó al banquillo danés después del alemán Sepp Piontek, el gestor de la deslumbrante ‘dinamita roja’ de los 80. Piontek dejaba hacer y a sus jugadores (Elkjaer, Lerby, Arnesen, Simonsen, Molby, el propio Laudrup) daba gusto verlos, pero eran conocidos como “los mejores perdedores del mundo”; en México-86, tanto ganaron por 6-1 a Uruguay como se fueron para casa tras encajar un 5-1 ante España en la gran tarde de Butragueño.

Möller-Nielsen era, digamos, un resultadista, y entre las estrellas del equipo su designación sentó como un tiro. En un amistoso contra Noruega, Laudrup lució sus mejores artes y jugó un partidazo, pero quienes se llevaron los elogios del entrenador en la sala de prensa fueron sus abnegados trotones. Así que ‘Michellino’ siguió con sus vacaciones aquel verano de 1992 en que Ricardo fue el conductor de uno de los triunfos más inverosímiles de todos los tiempos.

En su plantel sí hubo un Laudrup, Brian, hermano de Michael. Había sido uno de los díscolos (“como entrenador, no lo respeto”, le atizó unos meses antes) pero aceptó volver al redil. Era la única concesión al ingenio en una escuadra ciertamente tosca, defensiva y peleona, con un Schmeichel bajo los palos en estado de gracia. “Fíjense si tuvimos suerte, que hasta Jensen marcó en la final”, bromeó el portero sobre su compañero, un arquetipo de lo que el técnico prefería en el campo: un centrocampista de brega que en 97 partidos en el Arsenal solo cantó un gol.

Lo que consiguió Dinamarca era imposible: cayó en un grupo terrible, ante los anfitriones suecos, la Francia de Papin y Cantona y la Inglaterra de Lineker. Pasaron a semifinales, superaron a Países Bajos en la tanda de penaltis y vencieron a Alemania en la final por 2-0. Fue y sigue siendo el mayor éxito en la historia del fútbol danés, pero Möller-Nielsen, cautivo de su falta de carisma, aquel año ni siquiera ganó el premio de mejor entrenador de su país.

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