HISTORIAS IRREPETIBLES DEL DEPORTE

El inolvidable error que le costó el Masters a Roberto de Vicenzo

De Vincenzo, abatido tras el error que cometió en 1968.

De Vincenzo, abatido tras el error que cometió en 1968. / EL PERIÓDICO

Juan Carlos Álvarez

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Esta semana el deporte mundial vive uno de sus grandes rituales. El jueves volverá la acción al Augusta National donde se disputará una nueva edición del Masters de golf, el torneo que se juega tal vez en uno de los escenarios más hermosos del mundo. En ese mismo lugar en 1968 se vivió una de las ediciones más rocambolescas y que tuvo como triste protagonista a Roberto de Vincenzo, que regaló de forma increíble una chaqueta verde.

Los argentinos siempre le llamaron 'El Maestro' y sintieron por él un respeto casi reverencial. En gran medida su dramática derrota en el Masters de 1968, la forma de aceptarla, agigantó aún más su figura y le situó al lado de los grandes caballeros del deporte. Roberto de Vicenzo, nacido en Chilavert, al norte de Buenos Aires, quería ser futbolista pero su vida estuvo marcada por el hecho de que sus padres comprasen una casa situada a poco más de cien metros de la entrada al Club Deportivo Mitre, popularmente conocido como los 'Migueletes'. Allí había un campo de golf que se convirtió en una especie de patio de recreo para los niños como Roberto. Era el quinto de siete hermanos y casi todos trataban de contribuir en casa porque había que hacer equilibrios para salir adelante con el sueldo de pintor de su padre.

Roberto comenzó ejerciendo desde niño de caddie en Chilavert, el origen de algunos de los grandes jugadores de golf del mundo. Era un chaval despierto y pronto comenzó a entender los secretos del campo y del deporte. Con 12 años tuvo la oportunidad de unirse a las categorías inferiores del Platense y tratar de hacer realidad su sueño de ser futbolista, pero aquella era una operación a largo plazo. No vería un peso en mucho tiempo y el golf le reportaba modestos beneficios a la familia. Por eso rechazó la propuesta. Por si fuera poco su madre había muerto un par de años antes y cuidaba de sus dos hermanos pequeños. Ir a entrenar a los campos de Platense implicaba demasiados inconvenientes.

Compatibilizó la tarea de caddie con las primeras prácticas de golf. Juan Gardino, un profesional del club, se dedicó a enseñarle convencido de que tenía condiciones para triunfar en un deporte que en aquel momento en Argentina era un absoluto desconocido. Tenía 19 años cuando levantó el primer trofeo de su vida en el Abierto del Litoral. Un triunfo curioso porque llegó al último hoyo con una ventaja enorme y su bola se fue a un pequeño arroyo. Tenía pensado sacarla de allí con la mano y penalizar, pero el público que le acompañaba le pidió que la jugase desde el agua. No quería porque estaba convencido de que se iba a mojar y no tenía para cambiarse, pero la presión de los aficionados fue demasiada para él. La cuestión es que el primer trofeo de su carrera lo recogió con la ropa cubierta de barro y un aspecto bastante lamentable.

Más victorias

Después llegarían muchas más victorias, docenas de ellas. Primero en torneos locales, luego en Estados Unidos, en Europa y sus enfrentamientos con los grandes jugadores de su tiempo. Jack Nicklaus, Gary Player, Raymond Floyd, Lee Trevino… De Vincenzo era uno de ellos, pero siempre parecía tener vedado los torneos del Grand Slam. Muchos años jugando grandes vueltas, pero siempre acababa sucediendo algo que bloqueaba el acceso al escalón más selectivo del mundo del golf. Pero su suerte cambió en 1967, cuando ya tenía 43 años.

De Vicenzo aguarda paciente la decisión de los jueces, en 1968.

De Vicenzo aguarda paciente la decisión de los jueces, en 1968. / EL PERIÓDICO

El Open Británico de aquella temporada se jugaba en el campo de Hoylake en Liverpool y el argentino encontró su fin de semana casi perfecto. Dos buenas vueltas le colocaron en tercera posición. El sábado hizo su mejor recorrido (cinco bajo el par) y llegó al domingo con dos golpes de margen sobre Gary Player y tres sobre Jack Nicklaus. Puede que un De Vincenzo más joven hubiese arruinado por su ímpetu el domingo, pero el jugador de 43 años tenía el poso necesario para disputar la última vuelta con la amenaza de los mejores del mundo.

Nicklaus, que jugaba el partido anterior y era 17 años más joven que el argentino, presionó de forma constante, pero De Vincenzo no falló. Entregó una vuelta de dos bajo el par para imponerse por un golpe de margen sobre el Oso Dorado. Aquella tarde levantó la legendaria jarra de clarete e ingresó en el club de los inmortales del golf.

Con el prestigio y la tranquilidad que da ganar el Open Británico De Vincenzo se presentó en 1968 para disputar el Masters de Augusta, el torneo con el que soñaba desde que comenzó a golpear una bola en el campo de Chilavert. Tenía la confianza por las nubes y la sensación de que superada la cuarentena su golf había encontrado el punto justo de madurez. El torneo se jugaba en un ambiente algo extraño. Unas semanas antes habían asesinado a Martin Luther King y la Guerra de Vietnam se encontraba en uno de los momentos más críticos, con el país encendido por las protestas contra la presencia de Estados Unidos en el país asiático. Se hablaba de golf menos que de costumbre.

Roberto de Vincenzo se mantuvo entre los primeros clasificados las dos primeras jornadas, a un par de golpes de los líderes. Su juego seguía siendo consistente, aunque no brillante. Cerró el sábado en la tercera posición, a dos golpes de Gary Player y a uno de un grupo de jugadores entre los que estaba gente de enorme peso como Ray Floyd y otros casi desconocidos como Bob Goalby. Al menos se había concedido una oportunidad de cara a la última jornada.

Augusta amaneció el domingo con uno de esos días en los que el campo parece brillar más que de costumbre. Estaba receptivo y los jugadores entendieron que sería necesaria una vuelta muy baja para conseguir la victoria. De Vincenzo sintió aquella tarde que todo fluía. Comenzó a encadenar birdies y a medio recorrido se había situado al frente de la clasificación igualado con Bob Goalby, que también estaba jugando de maravilla y disputaba el partido siguiente al suyo. El torneo se convirtió en un mano a mano entre ambos. En el hoyo 17 el argentino sumó un nuevo birdie para situarse con 12 golpes por debajo del par. El torneo parecía estar en su mano, pero entonces cometió un error en el 18 y firmó el primer bogey de la jornada. Por detrás Goalby igualó su resultado y ambos debían resolver el torneo en un desempate.

Reglamento concluyente

De Vincenzo se sintió frustrado por el error en el último hoyo y por momentos perdió la concentración y no se dio cuenta de que su compañero de partida, el norteamericano Tommy Aaron, le había anotado un golpe de más en el hoyo 17. Aparecía en una tarjeta un cuatro cuando debía ser un tres. El argentino, algo alterado por su último error en el hoyo 18 y por el exagerado bullicio que había en la zona de control, firmó su tarjeta sin prestarle mucha atención. Su cabeza había empezado a jugar antes de tiempo el desempate con Goalby.

Pocos minutos después un miembro del comité organizador se acercó a De Vincenzo para comentarle el error. Todo el mundo había visto lo sucedido, pero el reglamento del golf es concluyente. No hay marcha atrás después de la firma. Son muchos los torneos que se han ido al traste por cuestiones similares, pero nunca en el Masters de Augusta.

Durante 20 minutos se produjo un debate entre los grandes popes del golf mundial. Clifford Roberts, cofundador de Augusta, era partidario de reconsiderar la regla y hacer justicia con el argentino, pero el presidente del torneo, Hord Hardin, exigía que se aplicase el reglamento con vehemencia. Fuera de la sede del club el alboroto era inmenso. Goalby no era capaz de celebrar nada y atendía a las televisiones cabizbajo. De Vincenzo no articulaba palabra a la espera del veredicto.

Finalmente la consulta llegó a Bobby Jones, el hombre que un día decidió levantar el Augusta National. Llevaba en silla de ruedas desde hacía bastantes años por un problema en el sistema nervioso. Escuchó los argumentos de las dos partes y fue concluyente en su juicio: “El Masters de Augusta se ganará bajo las reglas del golf”. Adiós al desempate. El resultado de De Vincenzo pasaba a ser de diez golpes por debajo del par, aunque realmente hubiesen sido once.

De Vincenzo aceptó con enorme caballerosidad el resultado. Pero la entrega de la chaqueta verde a Goalby fue un absoluto poema. No había alegría por ningún lado. Dos hombres sentados escuchando discursos y agradecimientos incapaces de esbozar una sonrisa, con la mirada perdida y la cabeza dando vueltas.

Mil veces perdón

Al argentino le invitaron esa noche a la cena de los campeones, algo que nunca ha sucedido con un segundo clasificado en Augusta. Ante la televisión, con la derrota ya asumida, De Vincenzo dejó una expresión que pasó a la historia: “Qué estúpido que fui”. Y después asumió la decisión con deportividad: “El reglamento está por encima de todo, yo lo acepté y debo asumir lo sucedido”. No tuvo ni un mínimo reproche para Aaron, el hombre que anotó mal su resultado, y que mil veces le pidió perdón por lo sucedido.

De Vincenzo perdió el Masters de 1968 pero se ganó el respeto del mundo entero que al día siguiente compartían con él su tristeza. Jugó unos años más en Augusta, pero dejó de sentirse cómodo por los comentarios de algunos aficionados que le recordaban que no se olvidase de revisar la tarjeta antes de firmar. Antes de morir en 2017 dejó otra frase sobre lo sucedido en 1968: “Tengo la sensación de que ese Masters aún no ha acabado y que cuando Goalby y yo nos encontremos allí arriba vamos a terminar ese duelo que dejamos pendiente en la tierra”.

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