Fútbol femenino

La medicina de Moni

El nacimiento de su primera hija ha traído luz al calvario de la exfutbolista, que sufre una incapacidad permanente absoluta a raíz de una lesión hace nueve años

Mónica Torres, con su pequeña Mara.

Mónica Torres, con su pequeña Mara. / FDV

Montse González

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Nunca olvidará Moni aquel encuentro en el campo del Vila do Corpus de la Copa Gallega del 8 de marzo de 2012. En una jugada fortuita contra la portera del equipo rival sufrió una lesión cuyas secuelas, físicas y emocionales, arrastra todavía hoy. “Marqué dos goles y me lesioné. La portera chocó contra mí. Como ya me había roto las costillas en alguna ocasión anterior supe que lo que sentía era el dolor de rotura de costillas”, rememora. “Fui al hospital y al principio me iban a colocar una placa, que finalmente no me pusieron. Me desperté de la operación con un dolor tremendo”, dice. Un dolor que desde entonces nunca la ha abandonado, además de sufrir “hipersensibilidad en la zona derecha del pecho”: “Es como si me estuvieran quemando con un mechero y me dan calambres. Es horrible”.

Llegó entonces el final de su carrera como futbolista tras ocho años jugando. Y un calvario de reclamaciones, visitas a médicos privados y denuncias. Sufrimiento y dolor. “Pasaron de mí”, dice con sensación de impotencia al sentirse víctima de una “negligencia” médica. “Llevo con depresión desde que me desperté de la operación. Me tomo ocho pastillas fijas y hasta cuatro más según dolor”, enumera la viguesa.

Tres años después, una amiga del fútbol, Paula Martínez Molares, que acababa de terminar la carrera de Derecho, se ofreció a ayudarla. “Durante este tiempo pasé de tener dos trabajos y de jugar al fútbol a vivir de una paga que me daban mis padres”, se lamenta. “Con ayuda de su hermana, María, que es mi psicóloga, me llevaron a la Unidad de Psicología Forense de Santiago. Ahí fui dos días y ya me diagnosticaron la depresión que tengo y todo”. Mientras, las pastillas habían constituido su único alivio.

En marzo de 2015 se sometió a una exploración biomecánica, con un perito médico, para dictaminar el alcance de la lesión y las secuelas. “Ahí vieron que tengo un 80 por ciento de disminución severa de la fuerza en el lado derecho del tórax, que me impide la manipulación de pesos superiores a dos kilos”, especifica. El siguiente paso fue denunciar al INSS en 2015, constata, y tras ganar el juicio, le dieron la pensión de incapacidad permanente absoluta. “Si no fuera por Paula y por María, no tendría nada. Ha sido todo gracias a su ayuda y a su empeño”, agradece.

Pero el dolor sigue. No se va. “Yo era muy activa y siempre he sido muy exigente conmigo misma, tanto en el trabajo como en el fútbol. Y, de repente, todo eso se cortó cuando tenía solo 31 años”, se lamenta. “Mi vida era el deporte y trabajar y pasé a no poder hacer nada, sola en casa y sin dinero”. Y sin solución. Pero como reza su tatuaje, el sufrimiento es opcional, y ella eligió vivir, ser feliz y también ser madre.

Le quedaban todavía batallas por librar. “Me quedé embarazada en 2018, pero tuve un aborto”, indica. En 2019 sufrió otro. Más sufrimiento. Tuvo que dejar la unidad del dolor en su intento de tener un hijo, y todo mientras los médicos le desaconsejaban concebir. Pero rendirse no es una palabra que forme parte de su vocabulario. Consiguió volver a quedarse embarazada. “El embarazo fue duro, pero el parto, horrible”, reconoce. “Pedí cesárea, pero me dijeron que con la epidural no sentiría nada. Mentira”, relata. Dolor, dolor y más dolor. Ahora abraza a su bebé y no siente más que felicidad. “Le puse mi apellido primero por el trabajo que me costó tenerla”, bromea.

Ver su carita sonriendo alivia el dolor y eso que hay días que le cuesta incluso tomarla en brazos. Ahora probarán un nuevo tratamiento, en la unidad del dolor de Povisa: “La intención es bloquearme los nervios para mitigar el dolor”. Una opción con la que tampoco quiere hacerse falsas esperanzas: “Como me han hecho tantas cosas que no han resultado… Además, cada vez que me hacen alguna prueba me tengo que meter en cama, por el dolor. Si me tocan la zona, es horrible. Es como si me volvieran a romper las costillas”. Pero en casa la espera Mara, que le da fuerzas para seguir luchando y sobrellevar el calvario que vive desde aquel 8 de mayo de 2012.

“Dejé el atletismo por el fútbol”

Moni militó en el Casablanca, en la Liga Gallega, y también jugó al fútbol sala en el San Xoán y en el San Miguel. Pero sus inicios en el deporte fueron en el atletismo, donde hacía, sobre todo, mediofondo. “Dejé el atletismo por el fútbol y mi padre se enfadó. En atletismo era muy buena, pero yo siempre quise jugar al fútbol, aunque de aquella no había equipos de chicas ni nada”, dice con cierta nostalgia: “Vino un día mi entrenador, Marcelino Melón, y me lo ofreció y desde aquel día cambió mi vida. Solo vivía para el fútbol”, rememora. Y eso que no contaba con la aprobación de su padre. “No venía nunca a verme jugar”. Pero ella insistió. “Mi vida siempre ha sido superarme”. Cruzaba Vigo andando, con 17 años, para ir a entrenar, para perseguir su sueño. “El fútbol me dio lo mejor, y también lo peor... Pero gracias a él tengo millones de amigas y es lo más bonito que me llevo, la amistad”, dice. Hay medicinas que no se despachan con receta.