BARRACA Y TANGANA

Amor-odio

Pataleamos pero seguiremos yendo a la playa y a los cumpleaños, y comprando el fútbol de plástico que nos venden

Javier Clemente, en un entrenamiento con la selección española.

Javier Clemente, en un entrenamiento con la selección española. / periodico

Enrique Ballester

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Ninguna relación amor-odio tan profunda y duradera como la que mantengo con la playa. Quizá, la más parecida, con el exseleccionador Javier Clemente.

En la playa de Cadaqués, y esto lo escribió Milena Busquets, estaba un día sentado el arquitecto Lluís Clotet, a finales de los sesenta y tan tranquilo y tan feliz, hasta que de repente dijo: "Esto es demasiado bonito, el pueblo es demasiado bonito, las chicas, demasiado guapas, y el mar, demasiado azul. Es demasiado perfecto, no puede funcionar. En cualquier momento aparecerá un psicópata con una metralleta y nos matará". Y se levantó y se fue.

Pienso a menudo en Clotet y Cadaqués, desde que leí la anécdota, cuando veo fútbol. Mi equipo jugó hace poco un 'play-off' y expulsaron a dos futbolistas del rival, y lo único que me vino a la mente fue el espíritu Clotet: "Contra nueve, 0-0 y minuto 80, demasiado bonito y demasiado perfecto, de alguna forma nos tienen que joder".

Pienso también en el "demasiado bonito y perfecto" de Clotet cuando observo el fútbol que nos venden los que mandan, en el fútbol que imaginan en los pasillos de los palacios del balompié. Un fútbol sin injusticias, sin insultos y sin trampas. Un fútbol con los mejores jugadores de la historia, con el césped impecable, las camisetas por dentro y el balón a estrenar. Un fútbol reluciente, de clientela dócil y envoltorio ejemplar, qué necesidad: demasiado 'perfecto', pienso, no puede funcionar.

Lo veo venir y cualquier día hago la de Clotet, me digo. Levantarme y marcharme. Pero no sé.

El fútbol, orgullo tribal

Porque el fútbol no es un curso de protocolo: es asunto turbio, amasijo de entrañas y orgullo tribal. El fútbol es humano y por tanto imperfecto, por ir a lo esencial. Un reflejo de nuestras contradicciones, lo peor y lo mejor, la emoción sobre la razón. A estas alturas estamos cansados y nos sentimos viejos para cambiar. Qué es eso por ejemplo de desear la gloria de tu eterno rival. A estas alturas de la Champions, y como todo el mundo sabe, no importa tanto que la gane el equipo que tú quieres que gane como que no sea campeón ninguno de los equipos que no quieres que ganen. Que pierdan los tuyos se soporta mejor, es lo que dicta el corazón. Luego igual pasa que ganan los que no quieres que ganen y tampoco es para tanto, se te olvida pronto e incluso te alegras por alguien. Pero no es lo mismo soportarlo, por un mínimo común civilizado, que poner la música en el baile.

La vejez es sentir que las cosas que te gustan se te escapan, que cambian más rápido que tú. Algunas permanecen: en las fiestas prefiero que sea el cumpleaños de otro. Cuando escucho cantar 'cumpleaños feliz', doy gracias por no ser el que cumple los años. Soy el que hace 'play-back' cuando sacan la tarta y encienden las velas y cantan cumpleaños. Ninguna relación amor-odio tan profunda y duradera como la que mantengo con la playa y con los cumpleaños. Quizá, las más parecidas, con el exseleccionador Javier Clemente y con el fútbol 'perfecto' que nos venden. Es decir, pataleamos pero seguiremos yendo a la playa y a los cumpleaños, hablando de la selección del 94 de Clemente y comprando el fútbol de plástico que nos venden. Por supuesto, quejándonos casi siempre.