BARRACA Y TANGANA

Seguiremos

Algo íntimo se rompe en cada final de temporada, porque al volver nunca somos los mismos ni estamos exactamente los mismos

Pau Torres felicita a Santi Cazorla tras el primer gol del Villarreal en el Camp Nou.

Pau Torres felicita a Santi Cazorla tras el primer gol del Villarreal en el Camp Nou. / periodico

Enrique Ballester

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Hay hoteles y restaurantes que te dicen que vayas allí, que estarás como en casa. Pero vamos a ver, para estar como en casa ya tengo mi casa.

Hay quien paga para estar como en casa y hay quien disfruta de una pelea ajena, pero a mí me gusta ver a la gente feliz. No suelo hacer nada para generar ese momento, pero una vez se produce, simplemente me gusta. Me resulta agradable por eso ver a los jugadores celebrar títulos, incluso cuando no son de mi equipo, porque me traslada a la hora del aperitivo en las bodas de mis amigos, donde se macera ese estado de felicidad equilibrada y apacible tan difícil de reproducir.

El festejo de fin de temporada evoca también al trayecto de vuelta de los viajes de fin de curso, o a la última fiesta antes del verano, donde uno se permitía licencias de funestas consecuencias, como ser uno mismo, bailar o admitir el amor que negaba durante los meses anteriores. Algo íntimo se evapora en cada final de temporada, porque al volver nunca somos los mismos ni estamos exactamente los mismos, ni en tu equipo ni en tu clase, y tomas conciencia de que hay momentos que no se van a repetir, y te das cuenta mientras los vives, rompiéndose el tiempo dentro de ti.

Hay futbolistas que aparecen en las celebraciones y no recordabas que jugaban allí. Otros ni siquiera sabías que existían. Se ponen la camiseta encima de la ropa de calle y salen y salen y no se acaban nunca, que empiezas a cuestionar que sea tan complicado jugar en el Real Madrid. Todo es posible: en cualquier momento puede asomar algún conocido que llevas años sin ver, que te cuadra igual que estuviera en una clínica de intoxicación o ganando Ligas por ahí. O aún más, mucha duda: hablo tan poco con mi padre que es capaz de no haberme dicho que juega en el Madrid.

La última vez

Otros futbolistas en cambio los conoces, aunque este año no ganen, y sabes que se van a ir. Pasará con Cazorla y Bruno en el Villarreal este fin de semana, ha pasado con Banega en el Sevilla en la penúltima jornada. Estás viendo su último partido, unos quince años después del primero, sabiendo que será el último. La última vez que hará ese control orientado tan suyo, la última vez que dará esa vueltecita sobre el balón, la última vez que lucirá su nombre en la alineación. Cuando el protagonista tiene además la personalidad suficiente para salirse del redil del fútbol clónico que abunda, donde cada vez son menos los futbolistas que reconoces sin mirar el dorsal, la despedida hiere. También se rompe el tiempo dentro de ti.

Duele con rabia la última vez, que nos despierta de la farsa de la inmediatez. Hay pérdidas que nunca se superan del todo y cada club tiene las suyas: produce un tipo de hincha que añorará para siempre a ese jugador, a su jugador, el primero que le hizo feliz, el primero con el que no se sentía como en casa, el primero que le hizo vivir emociones que difícilmente podrá repetir, porque contra el recuerdo de los años de juventud no se puede competir. Ese hincha pasará décadas persiguiendo algo que no volverá, atrapado en las fidelidades irracionales del fútbol, sin saber si aún merece la pena, dudando si tiene sentido seguir.

Pero seguirá. Seguiremos. Claro que sí.

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