LA EXPERIENCIA DEL MUNDIAL-2010

Memorias de Sudáfrica: una estrella entre racismo, atracos y prostitución

El primer Mundial de la historia en el continente negro fue una experiencia inolvidable más allá de los 64 partidos

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Raúl Paniagua

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Uno de los sueños de cualquier periodista deportivo especializado en fútbol es cubrir un Mundial. No hay nada más grande con un balón de por medio que una cita así. Sudáfrica fue mi primera experiencia mundialista en el 2010. Dos años antes, había cubierto la Eurocopa del 2008 coronada con el triunfo de España en Viena y dos después asistí a otro éxito continental de la Roja en Kiev, pero no es comparable. La simple presencia de Brasil con todo el entramado mediático que la rodea basta para entender que el Mundial es lo máximo

Se trataba de un torneo histórico, el primero en África, lo que suponía un reto mayúsculo entre la desconfianza de las potencias europeas, especialmente Inglaterra y Alemania. A Johannesburgo llegamos un 7 de junio con las maletas llenas de ilusiones y volvimos el 13 de julio con una estrella. Fueron 37 días intensos, llenos de experiencias y recuerdos inolvidables en un país que sufría por la salud de Mandela y que aprobó con apuros el examen organizativo. 

La ironía inglesa

"Nadie ha sido asesinado a machetazos por una banda de negros furiosos ni ha sido mordido por una serpiente venenosa", escribía el periodista David Smith en el diario 'The Guardian' en su informe final sobre el torneo. Tiraba de ironía para reírse de los temores de sus compatriotas. Tampoco estaban tan injustificados. La delincuencia de más a menos, pero estuvo presente.

Mi compañero Marcos López y yo estuvimos alojados en Sandton, la zona más segura de la ciudad. Una noche asaltaron el piso de arriba. Tiraron la puerta abajo y no quedó nada. Algún compañero fue desvalijado por la vía rápida como el técnico Juan Muñoz, de Radio Nacional de España. En 10 segundos le soplaron todo. Temió por su vida. Un paseo por Hillbrow, el barrio con la mayor tasa de criminalidad, corroboraba cualquier miedo. "Te tiemblan las piernas. En 25 años aquí he visto todo tipo de atracos y asesinatos", nos contaba un guía argentino.

Vuvuzelas insoportables

Cada día a las seis de la mañana una maquiavélica trompetita de plástico se convertía en nuestra compañera indeseable. Las vuvuzelas eran insoportables, pero los negros disfrutaban con ellas. Era pura pasión. La jornada empezaba pronto y la noche se alargaba para muchos. 

En el Café Rouge, situado en la plaza de Nelson Mandela, la prensa y los aficionados hablaban de fútbol, de los robos, de las difíciles comunicaciones, del racismo… Entre el personal se mezclaban mujeres de diversas procedencias. Es otra imagen clásica del Mundial.

Los medios publicaron que más de 40.000 meretrices desembarcaron aquel verano en Sudáfrica, que fijó un mes de tregua en su prohibición de la prostitución. No importaba el frío. Ni que Sudáfrica fuera entonces el país con más sida del mundo. "Hay chiquitas que están para morder, pero luego se te pueden caer todos los dientes", avisaba un lugareño.

Entre viajes y partidos por Johannesburgo, Pretoria, Durban, Ciudad del Cabo… pudimos disfrutar de un país entregado al Mundial que lloró con amargura el adiós en cuartos de Ghana, la última superviviente africana. Cuesta olvidar también al veterano conductor que nos llevaba a los estadios, un racista lamentable que no se cortaba. "Ni estando 24 horas en remojo el negro deja de oler a negro", decía sin tapujos. 

La dedicatoria a Jarque

Entre los 64 partidos, me quedo con el España-Paraguay de cuartos. El gol mal anulado a Valdez, el penalti de Cardozo parado por Casillas, el inmediato penalti marcado, repetido y fallado por Xabi Alonso, el penalti no pitado sobre Cesc, el gol de Villa con la carambola de los postes... No fue la final, pero fue apasionante, quizá la batalla más dura de la Roja.

Y, cómo no, el gol de Iniesta con su magnífica dedicatoria a Jarque que revolucionó a la prensa internacional, loca por saber más detalles del excapitán perico fallecido. Ese bello gesto de Andrés y la emoción de todos los reporteros españoles puso el colofón a una fantástica experiencia periodística.