50 AÑOS DE UNA INJUSTICIA

El día en que Guruceta se pasó de la raya

El penalti inexistente de Rifé a Velázquez culminó el hartazgo del barcelonismo ante el favoritismo arbitral, perpetuado a beneficio del Madrid

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Frederic Porta

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6 de junio de 1970. Por lo tanto, este sábado se cumple medio siglo exacto del escándalo protagonizado por el árbitro José Emilio Guruceta Muro en el Camp Nou al pitar <strong>un penalti inexistente de Rifé a Velázquez</strong>. Para las nuevas generaciones que no lo vivieron, la jugada significó un punto de explosión, un detonante del hartazgo acumulado por el barcelonismo ante las arbitrarias decisiones del gremio arbitral, perpetuadas ya en el tiempo según su entender y siempre bajo el denominador común de un solo beneficiado, el equipo blanco.

Para aquellos que vivieron el lance, nada que podamos explicar resultará exagerado. Los hechos sí lo fueron. Situémonos en el contexto. Partido de vuelta de los cuartos de final de la entonces Copa del Generalísimo, con el Camp Nou lleno hasta los topes. Apenas seis días antes, el Real Madrid había vencido en la ida por 2-0 y el barcelonismo creía en la remontada. Ya existía hondo malestar en el ambiente porque las crónicas hablaban de un fuera de juego de Amancio en el segundo gol que el trencilla Zariquiegui no quiso señalar.

Ambos equipos necesitaban la Copa para tapar un recorrido liguero francamente mediocre. El Barça, con Vic Buckingham en el banquillo, juega con Reina en la portería, Rifé, Gallego, Torres y Eladio en la defensa, Zabalza, Juan Carlos y Marcial en el centro de campo con Rexach, Alfonseda y Pujol como atacantes. El once del Real Madrid está formado por Junquera; José Luis, Benito, Zoco, Sanchis; Pirri, Grosso, Velázquez; Ortuño, Amancio y Bueno.

Seguramente, demasiado partido y demasiado ambiente para Guruceta, que se acaba de estrenar entre la élite del silbato (tiene 28 años entonces). Al filo del descanso, Rexach adelanta a los locales en el marcador y los asistentes se las prometen felices. La segunda mitad se convierte en un ataque constante contra la portería defendida por Junquera. El segundo gol, el de las tablas, el que propiciaría una prórroga, parece a punto de caer cuando, en el minuto 59, un despeje de la zaga visitante es aprovechado por Manolo Velázquez para irse raudo y en solitario camino de Reina. Le persigue Rifé quien, a dos metros del área, comete falta. El rápido contragolpe pilla a Guruceta a mucha distancia, medio campo de margen. Ante la sorpresa general, el colegiado señala el punto de penalti. Y aquello fue Troya.

El público enloquece de rabia y comienza a caer una lluvia de pesadas almohadillas -entonces aún rellenas y a partir de ahí ligeras y volátiles-, para protestar ante la flagrante injusticia. Los futbolistas se arremolinan en torno a un desbordado Guruceta, que mantiene su decisión y no parece avenirse a razones. Al contrario, expulsa al lateral Eladio Silvestre por soltarle “eres un madridista, no tienes vergüenza”, según reza el acta. Un excitadísimo Rifé consigue que sus compañeros se retiren brevemente del campo como protesta ante la alcaldada. Encima, el árbitro donostiarra propina un golpe involuntario a Pirri, que cae al suelo, mientras sus compañeros se enervan pensando que ha sido por una agresión de los azulgrana.

El encuentro se reemprende hasta que, esta vez, es Rifé quien cae en el área contraria, sin que Guruceta advierta absolutamente nada. Imposible jugar, tanta adrenalina en el ambiente ha provocado un incendio de ánimos nunca visto en el Camp Nou. El césped queda poblado de almohadillas, hay conatos de invasión del campo, se suceden las cargas policiales y la protesta unánime de unos aficionados que analizan esa pena máxima como la tópica gota que colma el vaso.

El 'equipo del gobierno'

Durante años, ese es el sentir muy extendido entre los culés, se han sentido discriminados. Demasiados partidos perdidos por decisiones del juez, demasiados encuentros ganados por el Madrid en circunstancias que han fijado la consideración de 'equipo del gobierno' con bula absoluta, con constantes ayudas para que ganara campeonatos. Como aquel Madrid-Barça con gol victorioso de Veloso superado el tiempo reglamentario en nueve minutos. Como tantos y tantos ejemplos acumulados en una interminable lista de agravios, desbordante en la década de los 60, personificados en el denostado Ortíz de Mendíbil, un árbitro aborrecido.

Tras el parón definitivo, los disturbios no cesan y la actuación policial enerva aún más los ánimos. Quieren dispersar la invasión de campo y solo consiguen que el público, sin abandonar sus localidades, les recrimine su exceso de celo. Los ya manifestantes incendian una unidad móvil de TVE y causan destrozos en el Estadi con un sorprendente recuento: cinco bancos quemados, 170 listones de asientos rotos, 69 plazas de tribuna echadas a perder, cristales, puertas, altavoces... Años después, por boca del propio hijo del interesado, sabríamos que Guruceta abandonó aquella noche el Camp Nou vestido de guardia civil, con tricornio incluido para driblar a la marabunta que le esperaba. Bien dicen que la realidad siempre supera a la ficción. A ningún guionista se le habría ocurrido tan seguro como chocante disfraz de camuflaje.

La indignación apenas decrece con el paso de las horas, escuece profundamente la eliminación. Para una legión, ha sido una metafórica muestra del centralismo, de autoritarismo y de recordar quién manda aquí en pleno franquismo. Y sólo falta que, durante los días venideros, diarios como 'El Mundo Deportivo' o revistas como 'La Actualidad Española' publiquen unas secuencias de fotos casi idénticas, tomadas desde la tribuna del Camp Nou, en las que queda certificado que la carga de Rifé sobre Velázquez se produjo lejos del área de castigo.

El presidente Agustí Montal, tenido por melifluo y condescendiente por su masa social, saca su perfil más fiero y anuncia la recusación a perpetuidad de Guruceta. Un par de años antes, Montal ya pegó un puñetazo sobre la mesa del fútbol español desvelando el escándalo de los oriundos, aquellos presuntos descendientes de españoles que poblaban las plantillas de Primera división. Esta vez, esgrime todo tipo de argumentos. Por ejemplo, que en la campaña 1969-70 al Madrid le han pitado nueve penaltis a favor y sólo tres en contra, mientras al Barça le han favorecido apenas con una pena máxima mientras le cargaban con cinco.

La indignación no cesa

Montal no afloja y exige ante quien manda que se acabe de una vez por todas con el trato discriminatorio que sufre el Barça. Las autoridades políticas le llaman a capítulo y piden que cese en su beligerante actitud. Nada. La indignación no cesa. Y menos cuando personajes como Santiago Bernabéu declaran que el penalti ha sido clarísimo y el Comité de Competición impone la multa máxima al Barcelona, apercibiendo el Camp Nou de cierre. Para compensar, el Comité suspende seis meses a Guruceta, sanción que provoca la dimisión de José Plaza, el presidente del Comité Nacional de Árbitros, con reputada fama de antibarcelonista.

Después de tan sonoro follón, único en su especie, durante largos años el público del Camp Nou dedicará el grito colectivo de “Guruceta, Guruceta” a los árbitros que tomen decisiones contrarias a sus intereses. La recusación a Guruceta duró 15 años. Se le levantó para que pudiera pitar un amistoso de pretemporada y, de inmediato, el repudio quedó renovado hasta su muerte en accidente de tráfico, producida en febrero de 1987. De Guruceta mortificaba todo, desde el dichoso penalti hasta su arrogante porte y manera de ser, incapaz de reconocer jamás tan tremebundo error. ¿O fue un plan premeditado? Esa fue la pregunta que se planteó entonces la gran mayoría de un barcelonismo que se sintió profundamente herido y burlado.

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