serie deportiva

Lance Armstrong, sin perdón

'Lance' un documental de la cadena ESPN, devuelve a los focos de la actualidad al ciclista tejano desposeído de la victoria en siete Tours por dopaje

Una imagen de Armstrong, en acción, en una ccontrarreloj del Tour del 2005

Una imagen de Armstrong, en acción, en una ccontrarreloj del Tour del 2005 / periodico

Idoya Noain

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Lance Armstrong, como escribió en el 2013 Michael Specter en 'The New Yorker', "no era un hombre, era una idea, un mito americano". Su articulación y construcción, es bien sabido ya, se basó totalmente en la trampa y en la mentira. Y quizá por eso cuando la idea implosionó y el mito se derrumbó, dejando herido el ciclismo y destrozados los corazones y las mentes de los estadounidenses para quienes se había convertido en un icono más allá de las dos ruedas por su lucha contra el cáncer, su historia de superación y su resistencia a tirar la toalla, lo hizo sin posibilidad alguna de reconstrucción. Ni siquiera en el país donde la épica de las segundas oportunidades es religión.

Ocho años después de que se acusara al ciclista de liderar "el programa de dopaje más sofisticado, profesionalizado y exitoso que el deporte ha visto nunca" y se le despojara de sus históricas siete victorias en el Tour de Francia y de su medalla olímpica, siete después de hacer en una entrevista con Oprah Winfrey una confesión a la que se había resistido tozuda, violenta, insultante e indignamente sabiéndose culpable, algunas cosas han cambiado y, a la vez, nada cambia. Y ahora que ESPN ha estrenado en dos partes un documental de casi tres horas y media titulado, simplemente pero en mayúsculas 'LANCE', el foco se vuelve una vez más vez hacia el tejano, aunque las nuevas luces dudosamente hacen nada para aminorar las sombras.

Escasa audiencia

Quizás el documental sea algo que solo le interese a él, el argumento que algunos dieron a la directora Marina Zenovich para no participar, o por el que otros alertaron a la cineasta de que su sujeto le iba a manipular, algo que ella no niega pero tampoco acepta, planteando su reto más como un juego de tira y afloja entre los intereses de los dos. Estrenado justo después de la serie documental sobre Michael Jordan que ha sido un éxito global, ni siquiera un millón de personas en EEUU vieron la primera de las dos entregas. Son menos espectadores incluso que los que se sentaron ante las repeticiones de 'The Last Dance'.  Y puede tener que ver, como ha recordado en 'The Guardian' Aaron Timms, que Armstrong y Jordan han compartido algunos adjetivos, entre ellos "descaradoinsensibledotado y salvajemente exitoso", pero están separados por una diferencia tan fina como la aguja de una jeringuilla y a la vez abismal: solo uno es "tramposo". Y quizá por eso solo a uno le salpica el odio.

Zenovich entrevistó en ocho ocasiones, entre marzo del 2018 y agosto del 2019, a Armstrong, que le abrió las puertas de su casa y su vida. También a la madre, al padre adoptivo, al mayor de sus cinco hijos, a su pareja, a antiguos compañeros, a periodistas... Luego la documentalista hizo malabares en la sala de montaje para editar la película, tratando de combinar la información sobre un deporte prácticamente desconocido en EEUU hasta que Armstrong irrumpió en él con la del superviviente del cáncer de testículos, el creador de la Fundación Livestrong, el mito cuya enorme dimensión en su país pierde fuerza conforme uno se aleja de sus fronteras.

Pese al metraje y el acceso, y a pesar del buen trabajo de Zenovich y sus colaboradores, no hay grandes revelaciones, más allá del reconocimiento de Armstrong de que inició su dopaje con sustancias prohibidas en el inicio de su carrera profesional cuando tenía solo 21 años, antes de su victoria en el Mundial de 1993 por delante de Miguel Induráin.

El mismo Armstrong

A los 48 años, ese hombre que ratificó la advertencia de Greg Lemond de que podía ser "el mayor fraude en la historia del deporte", sigue apareciendo como confiado en sí mismo y altanero. Habla sobre todo en segunda persona o en primera del plural para abordar el dopaje, envolviendo una vez más en lo colectivo la responsabilidad individual. Si mintió tanto, argumenta, es porque a él le preguntaban más, pero insiste en que "todos mentían" y él era solo uno más en una cultura de sustancias prohibidas engranada en el deporte. Y aunque en momentos parece mostrar contrición por cómo trató a gente como la masajista del US Postal Service a la que llamó prostituta, el Armstrong amargo, vengativo y gallo se revela en otros momentos, como cuando define a Floyd Landis, el compañero que abrió la caja de los truenos, de "pedazo de mierda".

Si alguien esperaba una petición de perdón convincentemente sentida, una muestra de remordimiento verdadero, tendrá que seguir esperando. Puede escucharse a Armstrong diciendo "no cambiaría ni una sola cosa".  Y sigue con su vida, una en la que al menos en lo económico no le va mal. En las tres últimas ediciones del Tour tuvo un podcast exitoso que le generó cada año un millón de dólares en beneficios. Y los réditos de una temprana inversión en Uber ayudan a que su fortuna se valore aún en 50 millones, incluso tras el acuerdo en la demanda de USPS y Landis en el que tuvo que desembolsar cinco.

Por qué habla Armstrong es difícil de saber. Pero no sorprende. Lo anticipaba ya también Michael Specter en 'The New Yorker' en el 2013. "Hablará y hablará y hablará. Después de todo, quiere algo para sí mismo".

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