EL ECO DE LA PANDEMIA

220.000 purasangres están confinados en todo el mundo

Garmar, con Efrain Arguinzones, por delante de Eigthen Poemes, en el Gran Premio de Vila-seca del pasado año.

Garmar, con Efrain Arguinzones, por delante de Eigthen Poemes, en el Gran Premio de Vila-seca del pasado año. / periodico

José I. Castelló

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Enorme, bestial, brutal… ¡Animal! No hay mejor palabra que defina con mayor precisión la crisis planetaria que padece el sector de las carreras de caballos a causa del coronavirus. Una pandemia que galopa a sus anchas en este deporte, con el cierre de casi la totalidad de hipódromos del mundo, y cuya cuarentena está provocando la desesperación en miles de establos del mundo.

Si nada ni nadie lo remedia, la cuenta atrás para el sector se podría haber iniciado en muchos lugares. Tanto dentro como fuera de las instalaciones. Dentro, para los 700 caballos que compiten en España, los 10.000 en Francia, los 14.000 en Gran Bretaña o los 45.000 en EEUU, por enumerar algunos de los 220.000 purasangres entre los 45 países donde existe este deporte. Y fuera, para los miles de profesionales que viven del sector y ahora no ingresan un solo euro en premios para mantener a estos fabulosos corceles, todos ellos muy valiosos.

Peligra su salud

Los purasangres, muchos de ellos los ‘Messi’ y ’Cristiano’ de la competición, valorados muchos de ellos en millones de euros, se han visto obligados a confinarse casi las 24 horas del día, en soledad, en un pequeño habitáculo lleno de paja, cuando, normalmente, se pasan las horas del día galopando con sus jinetes, algo innato para una raza creada, en el siglo XVIII, exclusivamente para correr y ganar.

“Los caballos no pueden sobrevivir sin el contacto y el cuidado humano. Son atletas y estar sin ejercicio es perjudicial para su salud, seguridad y bienestar”, ha escrito en su twitter el Grupo Stronach, propietario del hipódromo Santa Anita, en Los Ángeles (Estados Unidos), donde viven 1.700 caballos de carreras y 750 trabajadores.

los jockeys, de débil complexión, temen morir si se contagian del coronavirus

Estos animales no están abandonados. Reciben diariamente la visita de los mozos y entrenadores autorizados por las organizaciones hípicas. Pero poco más. Las restricciones sanitarias les impiden entrenarse en la pista en la mayoría de países, reduciéndose su movimiento a unos pocos paseos. “Preparé a mis caballos, en Madrid, para que llegarán en forma a la primavera, cuando se disputan los grandes premios. Ahora los he tenido que aflojar y no entienden nada”, ha manifestado el entrenador Óscar Anaya.

Lo que sí se entiende es el estado de desesperación por el que están pasando las familias que viven del sector. En España, dependiendo las carreras hípicas de las subvenciones del Gobierno y del dinero de Loterías y Apuestas del Estado (LAE), el sector ha lanzado un SOS para recibir algún tipo de ayuda que le permita sobrevivir. Algo que está sucediendo también en los países de la “Champions” de este deporte, como Francia, donde los profesionales han pedido una ayuda al Estado de 500 euros mensuales por caballo.

En España, por ahora, nadie sabe qué pasará. En otros deportes hípicos, sí. Por ejemplo, la Federación Catalana de Hípica ha decidido repartir a sus centros ecuestres 400.000 euros. Una ayuda que no repercute al mundo de las carreras, ajena a este organismo, y donde como afirma el jockey valenciano Borja Fayos, todo está siendo muy difícil. “Es muy duro para los que vivimos de las carreras. Le he dicho a mi preparador que me baje el sueldo para que no echen a nadie de la cuadra. Por la tarde trabajo en una carnicería, repartiendo pedidos a domicilio. He cogido algún kilo, pero eso ahora no importa, ya me lo quitaré”, ha declarado a la revista ‘A Galopar’.

Las apuestas, en la ruina

El hecho de que los jockeys tengan una constitución muy enclenque al montar en unas condiciones de peso muy exigentes agrava aún más la situación, debido a que alguno de ellos le ha cogido verdadero pánico al coronavirus. Como el mexicano Víctor Espinoza, ganador de la Triple Corona: “Tengo miedo a que, a lo mejor, no viva si me contagio. A veces no sabemos cómo andamos de defensas y, tal vez, el cuerpo no lo resista”.

La vulnerabilidad del sector es manifiesta. Se han aplazado carreras como el Derby de Kentucky, cancelado el Grand National y prohibido el público (y sus sombreros), en el Royal Ascot. También ha salpicado al negocio de las apuestas, con unas pérdidas salvajes, sobre todo cuando representan el 80% de la facturación de la industria hípica de muchos países. Todo, verdaderamente, una desgracia humana, animal y económica de enormes proporciones. Una cuestión, a estas alturas, a vida o muerte.