BARRACA Y TANGANA

El resultado

La universidad la pasé saliendo de fiesta, jugando partiditos de fútbol y condicionando mi vida al calendario deportivo, una y otra vez. El resto del tiempo lo desperdicié.

Una imagen del Camp Nou vacio tras un partido de Champions.

Una imagen del Camp Nou vacio tras un partido de Champions. / periodico

Enrique Ballester

Enrique Ballester

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De repente un día estábamos jugando a medirnos la cabeza. Gané yo, por supuesto, pero eso no era lo importante. Lo importante era que ahí me di cuenta, en ese solemne momento de rodear la cabeza con la cinta métrica, que esto del confinamiento se iba a hacer muy largo.

Tanto que ayer jugamos incluso al 'veo veo', que es lo más bajo ya en cuanto a juegos. Es un juego que no acaba con el aburrimiento, sino que redunda en él. Es el antijuego: se regocija en tu desgana; es comer arena con sal cuando tienes sed. Juegas al 'veo veo' durante un viaje en carretera y el lugar de llegada se aleja de manera automática unos cincuenta kilómetros. Al 'veo veo' apelas cuando ya no queda nada, cuando no cabe más recurso que la desesperación.

El 'veo veo' es poner a Sergio Ramos de delantero centro en los últimos minutos cuando necesitas un gol. Quizá un día pareció una buena idea, quizá un día sirvió, pero ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que funcionó.  Cuando empezó esto de quedarnos en casa, miré la pila de libros acumulados sin leer y pensé que los leería seguro durante estas semanas. Ahora la pila de libros me mira a mí y si piensa algo prefiero no saberlo, porque evidentemente no he leído ninguno, y en el fondo me parece bien.

Cuando todo esto acabe, me gustaría retomar la vida justo donde la dejé el viernes aquel. No quiero ser más lúcido ni aprender ninguna lección valiosa ni encontrar mi yo interior

Cuando todo esto acabe, me gustaría retomar la vida justo donde la dejé el viernes aquel. No quiero ser más lúcido ni aprender ninguna lección valiosa ni encontrar mi yo interior, quiero ser el mismo idiota, que ya escribí hace poco que lo mejor de escribir de fútbol es que nadie espera que seas especialmente listo.

Puestos a pedir, muertos aparte claro está, esto podría haber pasado hace quince años. Me faltó una pandemia para acabar la carrera. No por tener más tiempo para estudiar, como demuestra la pila intacta de libros, sino porque igual nos hubieran aprobado sin ir a los exámenes, a lo mejor. Estos días de reclusión obligada refuerzan una máxima que solía intuir, parafraseando al pobre Best: los años universitarios los pasé saliendo de fiesta, jugando partiditos de fútbol y condicionando mi vida al calendario deportivo, una y otra vez. El resto del tiempo lo desperdicié.

Solo esperar

Ahora ya podemos deducir que nada de eso volverá y que nada de lo otro será igual. Ahora solo se puede esperar. Me consuela, aunque que sea un poco, pensar que un día saldremos de la ducha y recuperaremos el viejo ritual. Unos iremos directos al estadio y otros quedarán para beber. Unos buscarán entradas y otros llevaremos el carnet.

Todos aceleraremos el paso cada vez que doblemos una esquina, a medida que nos acerquemos al campo, como nos ocurría de chavales de camino a los recreativos. Seremos una hormiga más entre la multitud, que nos engullirá. Esto es lo que habrá, esto me gusta imaginar: el asiento de siempre, las caras de siempre, los colores de siempre.

Esa tensión interior que no sabíamos muy bien qué era, y ahora entendemos que era alegría de vivir. La brisa se llevará los papeles y ondeará las banderas. Saldrán los equipos al campo, sonará el himno y ese día, sin que sirva de precedente, el resultado nos dará igual. Habremos ganado antes de empezar.