alto riesgo

Hamburgo-St. Pauli, el derbi más sentido

Viaje al barrio de Reeperbahn, cuna del club antifascista y antiracista que defiende la viabilidad del 'fútbol obrerista'

zentauroepp52366599 deportes st pauli200221182629

zentauroepp52366599 deportes st pauli200221182629 / periodico

Iosu de la Torre

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El cromo del delantero turco Cenk Sahin ha desaparecido del póster colgado en la puerta de la trastienda del almacén donde el Sankt Pauli vende el 'merchadising' a los fans. El plástico naranja que tapa el vacío del delantero que el pasado otoño se manifestó a favor de la aniquilación del pueblo kurdo condensa los ideales del club más progresista del planeta, el del fútbol obrero alejado del gran negocio en el que se convirtió este deporte a finales del siglo pasado porque así lo decidieron sus 20.000 socios. 

Muchos de ellos tratarán este sábado de acercarse hasta el estadio Volkspark, el del Hamburgo, en el derbi más esperado de la segunda división alemana, la Bundesliga 2, declarado de alto riesgo tres días antes del atentado ultraderechista de Hanau, una matanza racista con nueve víctimas tiroteadas que ha conmocionado al país.

Serán unas horas tensas las de esta mañana sabatina en la que los seguidores del St. Pauli volverán a pasear las banderas del antifascismo y el antirracismo y clamarán contra la homofobia, el sexismo y cualquier discriminación. Y quizá, en la repulsa contra el odio racial, se abrazarán con los del Hamburgo, conocido también como el HSV. Un prueba de fuego en la convivencia en la ciudad del río Elba.

El club de la bandera pirata, la 'Jolly Roger', sobrevive en el fútbol alemán sin perder el respaldo de su afición, no importa que hace mucho no haya vuelto a asomarse a la máxima categoría. El viernes pasado, el estadio Millerntor se llenó a tope para presenciar el St. Pauli-Dynamo de Dresde como solo se repite en los grandes clubs de la Bundesliga. Más de 28.000 seguidores para un insípido empate a cero final ante el colista, que, sin embargo, no impidió que las gradas repitieran el festival de todas las tardes de partido. 

Sonó el himno de AC/DC, durante 90 minutos la imagen icónica del Che Guevara se zarandeó incansable en el fondo norte, al igual que las muchas banderas con el escudo del club fundado en 1919 y la calavera pirata. Corrió la cerveza, se activó el VAR para anular un gol de los locales y la policía tuvo que emplearse a fondo al final del encuentro para impedir que los del Dresden alcanzasen las gradas rivales para enzarzarse en la batalla.

Nadie echó de menos al huido Cenk Sahin, cobijado desde noviembre en el Kayserispor, décimo clasificado de la Superliga turca. El griego Dimitrios Damiantakos y el japonés Ryo Miyaichi acapararon los aplausos pese a no marcar. 

El mediodía del sábado, 13 horas, la rivalidad eterna Hamburgo-St. Pauli registrará un nuevo capítulo. La ciudad donde John Lennon alcanzó la edad adulta (como recuerda una leyenda escrita en una pared con la que el aeropuerto Helmut Schmidt da la bienvenida a los viajeros) escenificará las diferencias entre los barrios de Bahrenhfeld (los del HSV) y Reeperbahn (St. Pauli).

El Hamburgo, segundo en la tabla, aspira al ascenso que le restituya el honor de ser el club con más años en la primera división. El St. Pauli se contenta con mantener la categoría (ocupa el puesto 14º), aunque seguro peleará por amargar las cervezas al rival. En la ida, jugada en el Millerntor, el marcador fue de 2-0.

Ippig, el portero punk

Nikkla Lindemann, un ejecutivo de la marca Napapijri en el norte de Alemania, resume qué significa ser del St. Pauli: «Es un sentimiento, una manera de vivir, quizá romántica, pero que distingue del resto». Lindemann se conoce bien la historia del club rebelde por boca de su padre, que jugó en las categorías inferiores y disfrutó viendo en vivo a Volker Ippig, el mítico guardameta punk de los 80 que vivía en una casa okupada y cooperó en la Nicaragua sandinista.

El señor Lindemann le contó a su hijo aquel derbi de 1987, a doble partido, que, gracias a la tele, expandió el mito St. Pauli, los «heroicos perdedores». Nunca en Alemania se vio tal ímpetu en una hinchada. La Bundesliga ganó fiebre en las gradas y el St. Pauli fortaleció el orgullo de ser un referente universal con 500 peñas por toda Europa. Carles Viñas y Natxo Parra lo explican muy bien en el libro 'St. Pauli, otro fútbol es posible' (Capitán Swing).  Lean, lean.