BARRACA Y TANGANA
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Existe un tipo de hincha que confunde la pobreza con la honestidad, que piensa que tener poco dinero es sinónimo de ser buena persona
Enrique Ballester
Periodista
Enrique Ballester
Existe un periodista deportivo para cada tipo de hincha. Existe un tipo de hincha, y en extensión un tipo de periodista deportivo, que se aproxima a las primeras rondas de Copa en plan explorador, que baja a los campos del infrafútbol como si fuera a descubrir un territorio que todavía no se ha civilizado. Los futbolistas de Tercera le inspiran ternura y los lugareños que ese día llenan el campo, algo similar a la misericordia. Es el tipo de hincha que confunde la pobreza con la honestidad, que piensa que tener poco dinero es sinónimo de ser buena persona. Es habitual que no haya jugado a fútbol en su vida. Es seguro que el fútbol modesto lo ha visto de lejos. Sabría, en caso contrario, que la maldad no depende de la cuenta del banco.
Existe un negocio potencial con este tipo de hincha. Ya tardan en venderle la experiencia total, una forma sutil de rubricar el atraco. Un negocio de turismo de pueblo o de barrio, un pack para disfrutar del fútbol auténtico con entrada, autobús y almuerzo, y tertulia en tribuna con sabios autóctonos, salvajes y abuelos. Algo así como los 'influencers' que viajan a África a regalar a los pobres gafas de sol, y enseñan luego las fotos para que reguemos de 'likes' su infinito corazón. Ir al fútbol como quien va al zoo. A conocer especies que solo vio por la tele, a conocer aquello que idealizó con documentales. Ir al fútbol a alumbrar un nuevo hincha: el hincha misionero.
Fútbol de barro y mierda
Pero ocurre, en la práctica, que el fútbol de barro está demasiado cerca de la mierda. Que ese tipo de hincha –y por extensión ese tipo de periodista deportivo– echa pronto de menos el wifi, la calefacción y demás avances modernos. Que la pureza está bien, pero solo un rato.
No es mejor ese fútbol, ni más honrado. Es simplemente otro. Refleja vicios, anhelos y miserias humanas y regala algún chispazo de grandeza. Mi equipo estuvo siete años en Tercera y vi poco encanto. Si volvemos me muero. Ese fútbol hay que masticarlo en crudo, ese fútbol antes hay que cocinarlo bien lento. La realidad es la que es y la realidad no tarda en desnudar a los disfrazados. No hubo que esperar mucho, el pasado fin de semana, para que a alguno se le atragantara el cuento. Porque ese mismo finde, en la Supercopa de los ricos, Fede Valverde dio una clásica e impecable patada muy propia del fútbol modesto, y muchos de aquellos que apenas horas antes glosaban la virtud de aquellos campos añejos, de aquel fútbol de verdad, de aquellos futbolistas duros y fieros, se llevaron horrorizados las manos a la cabeza. Al quitarlas cayeron las caretas al suelo.
Nuestra propia patada
Pero bueno. Vivimos en una época de apariencias y contridicciones y todos tenemos nuestra propia patada de Fede Valverde, por cierto. Yo sería Morata en la escena, persiguiendo la pelota, y la pelota sería el éxito en la vida. La patada de Fede Valverde sería todo lo que me impide alcanzar la pelota: Twitter, las ligas virtuales, la pizza, los chistes malos y vosotros, como mínimo eso. Existe ahí otra idea de negocio. Construye tu propia patada de Fede Valverde. Prometemos que dolerá solo un poco, e incluye foto.
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