historias del fútbol

El Liverpool lucha contra el maleficio en el Mundial de Clubs

Los 'reds' han perdido las tres finales intercontinentales que han disputado desde que se inventó el torneo

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Enric Gil

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El fútbol inglés siempre ha tenido un extraño tipo de complejo de superioridad cuando se trata del Mundial de Clubes. Y viajar al otro lado del mundo para jugar dos partidos en diciembre, en el momento más cargado del calendario futbolístico, le suele desorientar. A menudo los clubes británicos llegan un poco atropellados y, sacados de su burbuja futbolística invernal, les cuesta encontrar su identidad. Incapaz de ganar un título intercontinental en las tres finales jugadas, el Liverpool parece sufrir una extraña maldición.

Para los sudamericanos, en cambio, el Mundial siempre se ha visto como la única oportunidad de superar Europa. Porque, en general, los mejores jugadores de Brasil, Argentina y el resto del continente se los llevan las potencias europeas en el pico de sus carreras, antes de regresar a casa para retirarse. Sin embargo, el Liverpool hasta ahora nunca ha podido ganar ninguna de las tres finales que ha jugado.

La singularidad de la competición definitivamente pone a prueba la capacidad de adaptación de los ingleses, similar a una gira de pretemporada. Alta humedad, 'jetlag', cambios meteorológicos importantes, alteración de los biorritmos y, estando en un país lejano, algunos imprevistos. En este sentido, los precedentes del Liverpool son horribles.

A punto de no presentarse

El Flamengo, rival de los 'reds' en la final de este sábado, ya los venció por 3-0 en Tokio en la Copa Intercontinental de 1981, precursor del Mundial de Clubes, en una experiencia que tuvo de todo. Cuenta el mítico central 'red' Mark Lawrenson en el 'Daily Mail' que los problemas empezaron incluso antes de viajar porque los jugadores estuvieron a punto de no presentarse: “Hubo una disputa sobre los pagos que al final se resolvió, pero no había nada en nuestros contratos que dijera que teníamos que jugar aquella competición”. 

El trayecto tampoco fue como estaba previsto. Eran otros tiempos y, cuenta Lawrenson, “no éramos conscientes de la dureza del trayecto”. El equipo se marchó directo a Japón después de un partido de copa sin descansar y se encontró que “en aquél momento no se podía sobrevolar el espacio aéreo ruso”. “Tuvimos que llegar a Japón por el oeste, volando dirección Estados Unidos, con una parada de nueve horas en Anchorage [Alaska]”. 

El equipo llegó a Tokio sin tener muchos días para aclimatarse, a diferencia del Flamengo que ya llevaba semana y media. Lawrenson asegura que “el jetlag fue horrible, nadie podía dormir y algunos terminamos entrenando a las 4 de la madrugada”. Después de todo el periplo, sufrieron una derrota clara.

Lesión en el avión

Tres años después, el Liverpool volvió a Tokio para jugar su segunda final, esta vez contra Independiente. Y las cosas tampoco fueron como estaban planeadas. Para empezar el mismo Lawrenson se lesionó en los isquios durante el vuelo después de estar sentado 18 horas. Gary Gillespie, ex defensa escocés de los 'reds', apunta que “el viaje fue otra vez caótico”. De nuevo, el avión tuvo que pasar por Alaska: “Íbamos justos de combustible y tuvimos que parar dos veces”. “El trofeo tampoco ocupaba un lugar destacado en nuestra lista de prioridades y los argentinos se lo tomaron más en serio”, apunta. El equipo priorizó la liga y lo pagó cayendo por un 1-0.

El Liverpool tuvo que esperar para jugar su tercera final mundialista hasta el nuevo milenio, en 2005, esta vez en Yokohama y ante el Sao Paulo brasileño. El equipo de Rafa Benítez andaba confiado, con un balance brillante en Anfield y aguantando diez partidos seguidos sin encajar un gol. Pero el partido fue un despropósito. Balones al poste, al larguero, dos goles anulados por fueras de juego, polémica arbitral, cabreo del técnico español y otra derrota ajustada por 1-0.

“Hubo una persecución policial”

Pero lo mejor se vivió en el postpartido. Cuenta Peter Crouch, acabado de incorporar en las filas del Liverpool, que por la noche el equipo salió a tomar una copa en un karaoke situado “en medio de la nada”: “Todo fue normal hasta la hora del cierre”. “Solo había un taxi disponible y nadie quería perderlo. Didi [Hamann] subió al techo del coche y llamaron a la policía”. “Él y Carragher terminaron perseguidos por las calles y cogieron a Didi, que apareció la mañana siguiente en el hotel todavía con su chándal y se unió al grupo sin decir una palabra. Nadie ha sabido nunca lo que pasó”, añade. 

Para Crouch “fue un viaje memorable” pero lo cierto es que fue otra oportunidad perdida. Al Liverpool aún le falta el Mundial de Clubes en sus vitrinas y ahora Jürgen Klopp ha insistido en su deseo de ganar una competición que despierta poco interés en Inglaterra. Pero lo cierto es que difícil pensar que el conjunto más indomable de la Premier League no pueda romper, por fin, la extraña maldición que le persigue en la competición.