BARRACA Y TANGANA
El ridículo
Hay un momento en la noche en el que todo parece buena idea
Enrique Ballester
Periodista
Enrique Ballester
Una de las pocas cosas que echo de menos del periodismo deportivo es despertar en grupos ajenos de Whatsapp. Los cierres de crónicas solían quedar cerca de eso que llaman noche y era tentador y fácil, demasiado fácil, dejarse caer por ahí al salir del periódico. Con frecuencia aficionados y periodistas se fusionaban: siempre había alguien que conocía a alguien que conocía a alguien que te conocía, y se empezaba a rajar del entrenador, del presidente o de los fichajes, creciendo etílica la nebulosa, y se acababa pidiendo la penúltima y la última en la barra, la última que claramente sobraba pero era a la vez inevitable porque hay un momento en la noche en el que todo parece buena idea, y una cosa llevaba a la otra y siempre había alguien también que tenía un grupo de Whatsapp con sus amigos futboleros, generalmente de una peña, y te pedía el teléfono y tú decías que sí, que por supuesto, que te metieran cuanto antes en el grupo ese de Whatsapp porque hay un momento en la noche en el que todo parece buena idea, que no sé por qué no inventan algo para que vivamos para siempre en esa franja horaria y mental o lo que sea.
Por las mañanas, en cambio, hay un momento en el que todo parece mala idea, y yo aquellos días podía despertarme y estar media hora clavando la mirada fija en una zapatilla con la boca pastosa y sin pensar en nada. Cuando superaba el colapso y miraba por fin el móvil descubría la existencia de aquellos grupos de desconocidos en los que, claro está, nunca me dicen ni digo nada. En todo caso ahí sigo, agazapado, entrando de vez en cuando a ver cómo les va la vida, a ver si siguen rajando del entrenador, el presidente y los fichajes y a ver cómo vuelan las 'fake news', que al final ya sé más de alguno de ellos que de mi propia familia porque del grupo no puedo salir porque quedaría mal y me da vergüenza, porque además tengo un sentido del ridículo demasiado desarrollado.
Fantasías de niño
Lo del sentido del ridículo no es nuevo y no me importa, porque una manera como cualquier otra de triunfar en la vida es pasar desapercibido. También en el fútbol, aunque quizá no tanto como imaginaba yo a menudo de pequeño, que fantaseaba con ser tercer portero. Me parecía el de tercer portero uno de los mejores oficios del mundo, porque implicaba entrenar con tus futbolistas favoritos y ganar dinero, y muy mal se tenía que dar para que te tocara jugar algún partido serio, para que los ojos ajenos se posaran en ti, para padecer el riesgo de hacer el ridículo. Con eso me valía y me sobraba, eso soñaba despierto. Dormido soñaba de forma repetida que estaba en el banquillo y me tocaba jugar y no sabía atarme los cordones de las botas. Por lo visto de niño anticipaba el mayor peligro del fútbol actual: convertirte en meme.
Lo del sentido del ridículo aún perdura. Odio algo que me pasa cuando voy a cruzar la calle y un coche para y reanudo la marcha dando un saltito asqueroso e involuntario sobre el paso de cebra, como haciendo ver al conductor que acelero en agradecimiento. Por qué me sale hacer eso, no lo sé, pero si un día arrancan y me atropellan a mitad cruzar se podría decir que me lo merezco.
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