BARRACA Y TANGANA

Los sábados al sol

El mundo sería un lugar mejor si solo hubiera funcionarios, ídolos, niños, viernes y centrocampistas

Los jugadores del Real Zaragoza celebran un gol.

Los jugadores del Real Zaragoza celebran un gol. / periodico

Enrique Ballester

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En la primera escena salgo yo contando a todo el mundo, en verano, que había apuntado a mi hijo a fútbol los sábados por la mañana para obligarme a no salir los viernes. En la segunda escena estoy de cena un viernes, este último sin ir más lejos, diciendo a todo el mundo que no lo haré largo, que apunté a mi hijo a fútbol los sábados por la mañana precisamente para obligarme a no salir los viernes. En la tercera escena estoy apoyado en la valla del campito, acusando la falta de sombra y sin haber dormido casi, sudando la resaca sin poder articular aún palabra, pensando en qué momento consideré que era buena idea apuntar a mi hijo a fútbol los sábados por la mañana si ya sabía todo el mundo que acabaría saliendo igual los viernes.

En realidad ya casi no salgo, aunque recién ha empezado la temporada, y quién sabe. El momento más triste no es cuando dejas de salir, igual que no lo es el día que bajas de categoría. Lo peor viene después. Pienso, por ejemplo, en un club histórico, en un Zaragoza hidalgo. El momento de tristeza absoluta es cuando llevas tanto tiempo viendo al Zaragoza en Segunda División que no te parece extraño que Don Real Zaragoza esté en Segunda División, la desolación se impone cuando normalizas que el Zaragoza pene durante un carro de años en Segunda División. Esa es la tristeza que carcome: cuando alguien deja de salir, algún Zaragoza de la noche, y llevas tiempo sin verlo por ahí, tanto que ya nadie le pica por wasap, que ya nadie pregunta por él cada finde, que ya está asumido que las cosas son así ahora. El momento más triste es comprobar que nadie te echa de menos, ni los viernes ni en Primera División.

La inseguridad de los ídolos

A partir de cierta edad, insistir con los viernes no tiene mucho sentido, como la fidelidad ciega a según qué personas y equipos. A partir de cierta edad tampoco nos dejan ya tener ídolos, y es una pena porque a mí me daba cierta seguridad tener un ídolo, una seguridad diáfana y duradera que resolvía con sencillez preguntas básicas: qué está bien, qué está mal, quién quiero que gane, quiénes son los buenos, quiénes son los míos. A mí ahora seguir con el coche a un taxi, cuando conduzco, me proporciona una seguridad semejante. En cambio ver un taxi por el retrovisor me genera una inquietud incómoda. Lo mismo que tener hijos, que de repente eres, sin haberlo pensado y con tus taras y tus miedos y tu confusión infinita, su primer y mayor ídolo. Tampoco le veo mucho sentido.

A partir de cierta edad tienes clarísimo que en caso de guerra, en plena batalla, optarías sin dudar por tirarte al suelo a hacerte el muerto a ver si cuela, pero clarísimo. A partir de cierta edad te dicen que estás viejo, que te han salido canas, te lo dicen como si no lo supieras aún, como si no tuvieras espejos en casa. A partir de cierta edad la seguridad es lo que cuenta. Yo lo llenaría todo de centrocampistas. Nada me transmite más seguridad que un equipo de fútbol bien armado, bien compacto, repleto de interiores, con un número mínimo de cinco centrocampistas. El mundo sería un lugar mejor si solo hubiera funcionarios, ídolos, niños, viernes y centrocampistas.