CITA EN JAPÓN

Empieza el Mundial de rugby: la belleza persiste

El japonés Matsushima anota un ensayo en el partido inaugural del Mundial contra Rusia.

El japonés Matsushima anota un ensayo en el partido inaugural del Mundial contra Rusia. / periodico

Josep Maria Fonalleras

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En una escena de 'El hombre que mató a Liberty Valance', el director del periódico del pueblo le dice a un anciano James Stewart que, en el Oeste, cuando las leyendas se hacen realidad, lo que debe hacerse es imprimir la leyenda. Y la leyenda, en el caso que nos ocupa, está impresa en una piedra rosada sobre el fondo de una de esas típicas paredes inglesas de ladrillo. En Rugby, en el condado de Warwickshire, en la Rugby School, un imponente centro educativo de primaria y secundaria fundado en el siglo XVI. Allí se cuenta que William Webb Ellis, "with a fine disregard for the rules of football", con una sutil despreocupación por las reglas del fútbol, cogió el balón con la mano y empezó a correr por el campo, creando así "los rasgos distintivos del rugby". Corría el año 1823 y, desde entonces, este juego se ha convertido no solo en un espectáculo bellísimo sino en todo un compendio de tradiciones, mitos y leyendas (sí, claro, leyendas) que lo han elevado a la cima de la poética deportiva. Hasta llegar a este viernes, cuando empieza la novena edición de la Rugby World Cup en Japón. La Copa Webb Ellis.

El deporte más antiguo y el Mundial más joven. Y eso se entiende porque en 1987, cuando se celebró el primero, ya llevaban a cuestas competiciones tan seculares como la Home Nation (que después fue el Cinco Naciones, con Francia al lado de las potencias insulares, y el Seis Naciones, con Italia) o la Tri Nations de las antípodas (que, con Argentina, se convirtió en la Rugby Championship). Sin contar con las giras de Nueva Zelanda y Australia por Europa o, al revés, con los míticos Barbarians al frente.

Momentos legendarios

Pero lo cierto es que la Copa del Mundo se ha hecho con un sitio en la historia, porque, entre otras cosas, también ha acumulado momentos históricos y episodios legendarios. El más conocido, por supuesto, en 1995, cuando en su primera intervención después del boicot por el 'apartheid', Sudáfrica se proclamó campeona después de una final agónica contra la favorita Nueva Zelanda, un triunfo deportivo que John Carlin y después Clint Eastwood llevaron a las cimas de la épica, con la dignidad de Mandela como bandera. Pero hubo otros, más terrenales, como el increíble 'drop' de Jonny Wilkinson en el 2003, que se llevó para Inglaterra la, por ahora, única copa europea.

O, por citar solo uno más, la tenacidad sin limites del Japón en el último Mundial, de 2015. Cuando ya se habían sobrepasado los 80 minutos reglamentarios y con el balón en la mano, pudiendo intentar un 'drop' que les daba el empate, los Brave Blossoms (valientes flores de cerezo) insistieron en la jugada hasta conseguir, en el minuto 83 con 55 segundos, un ensayo glorioso que derrotó nada más y nada menos que a la potente Sudáfrica. Fue un elogio más (y van tantos) de las virtudes del rugby. La jugada sigue su curso, aunque haya finalizado el partido, mientras el  equipo que ataca conserve el balón, en sus distintas fases de ataque, o consiga un ensayo o logre introducirlo entre palos.

Un deporte sin teatro

Si van a seguir el Mundial, fíjense en el detalle. Los jugadores no llevan el nombre a la espalda, como en el resto de los deportes. Aunque hablemos de estrellas (desde el mítico Serge Blanco a Dan Carter, desde Jonah Lomu a Tom Curry o David Campese), lo que cuenta es el equipo, ese conglomerado de 'wings', 'piliers', tres cuartos, zagueros, primeras y segundas lineas, talonadores, 'flankers', medios apertura, medios melé, octavos o zagueros, que conforman una especie de tablero de ajedrez en el que, para despistar, chocan y se placan y se lastiman y supuran sangre y sudor y alguna lágrima, pero pocas. Y sin teatro, ni del bueno ni del malo.

El rugby es el deporte más bello (y el más noble, por supuesto) porque no existe en el mundo una danza que tenga tanto sentido (ético y estético) como el avance hacia el 'try' (el ensayo), superando obstáculos y zigzagueando con el balón a la mano. "Esos momentos por los que la vida merece la pena", como escribía hace años David Torras. Y otro elogio más, para los neófitos. En el rugby se avanza retrocediendo. Es cierto que existen patadas a seguir (¡y qué maravilla de jugada es esa!) pero la esencia está en llegar a puerto remando hacia atrás. El balón (no recuerdo haber hecho notar la minucia que se trata de un objeto ovalado, es decir, impredecible, es decir, ingobernable) no puede pasarse a un compañero adelantado ('avant'). Uno tiene que mirar al frente sabiendo que solo se completará la jugada si también mira a los lados y hacia atrás. Por eso el rugby es mágico. Porque, siendo sencillas, complica las cosas y, así, las convierte en poesía. Por no citar el respeto antediluvial por el árbitro, excepto en casos lamentables como el partido entre Bélgica y España que privó a la selección de estar en el Mundial. Pero eso es otra historia.

Un torneo abierto

Hasta hoy, los títulos se han quedado todos en el hemisferio sur (Nueva Zelanda, 3; Australia, 2; Sudáfrica, 2), con la excepción de ese chut de Wilkinson para Inglaterra en la muerte súbita del 2003. Esta Rugby World Cup, sin embargo, llega más abierta que nunca, aunque en las casas de apuestas sigue mandando Nueva Zelanda (2,25), con ganas de hacer historia con un tercer título consecutivo, por encima de Inglaterra y Sudáfrica (5) y de Irlanda, Gales y Australia (10).

Lo cierto es que los imbatibles 'all blacks', con su ferocísima pero al tiempo respetuosa 'haka', han perdido el primer puesto del ránking mundial después de 509 semanas consecutivas, con una actuación decepcionante en la reciente Championship. En lo alto, ahora está Gales, los Dragones Rojos, vencedor del Grand Slam en el Seis Naciones, pero con bajas notables, como las de Faletau y Anscombe. Y les sigue de cerca Irlanda, que, si me permiten, es mi selección (entre otras cosas porque no distingue entre condados del norte y del sur, una 'backstop' rugbística), aunque no parece llegar en forma. Por contra, los 'Springboks' de Sudáfrica, que vencieron claramente a los 'Wallabies' australianos en julio (con ocho negros en el equipo, incluido el capitán, Siya Kolisi: todo un hito en la historia del país) llegan al Japón con posibilidades, después de haber conseguido la Rugby Championship, com empate incluido en la mismísima fortaleza neozelandesa.

Duelos con morbo

Y a parte de las seis grandes favoritas, no descartemos alguna sorpresa, como por ejemplo la anfitriona, que este viernes ha abierto el Mundial con victoria sobre Rusia (30-10). En el grupo A, con Irlanda a lo lejos se tendrá que ver si Japón da un zarpazo a Escocia. En el B, no hay dudas, más allá de un tremendo encuentro entre Nueva Zelanda y Sudáfrica. En el C, Argentina tendrá que vérselas con su eterna enemiga Inglaterra y con una Francia que és una incógnita. Y en el último grupo, Australia y Gales dominarán con facilidad. Después empezará lo de verdad.  

Pasen y vean. El argentino Alejo Miranda, en el periódico 'La Nación', ha escrito que "Japón se parece al rugby moderno. Muchos jugadores, poco espacio". Cada vez es más difícil ver ballet y cada vez es más habitual un juego táctico y un poco tosco. Pero la belleza persiste. Y esperemos que llegue en este otoño oriental. Vegetales (los del trébol, los del cardo y la rosa, los del helecho plateado o el cerezo) o animales (canguros, dragones, cervatillos, pumas), están aquí para dibujar geometrías variables. Como dice mi hermano, que jugaba de segunda línea, "nobleza, equipo, respeto".  Rugby. 

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