Opinión | Barraca y tangana

Enrique Ballester

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Cosas que pasan

Las vacaciones son como el dinero o los títulos; cuantas más tienes, más quieres

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zentauroepp49715599 vietnam s supporters cheer on their team during the qatar 20190907154049 / AFP / CHALINEE THIRASUPA

Las desgracias abundan en el fútbol. El sueño de una vida se puede romper en un minuto. Te remontan una final de Champions en el tiempo de descuento. Debutas con un gol en propia puerta y no vuelves a levantar cabeza. En esos casos siempre alguien se encarga de ofrecer consuelo. El rival, el árbitro o un compañero. El consuelo es casi peor que la propia desgracia. El horror nos iguala: fallar un penalti en el patio del colegio o perder un Mundial en el último minuto. No falta nunca una palmada en la espalda, una cara de circunstancias y alguien diciendo que son "cosas que pasan". Nunca lo entendí del todo. Cosas que pasan. También pasan los terremotos y los huracanes, también pasa la muerte con una guadaña.

Mi hija también pasa. Mi hija pasa del fútbol olímpicamente, porque de hecho pasa igual de las olimpiadas. Ya me he rendido con eso. A mi hijo en cambio parece que le gusta la pelota, y por eso el domingo fuimos a estrenar la Liga al estadio para cerrar las vacaciones. Las vacaciones son como el dinero o los títulos, cuantas más tienes más quieres, pero ese es otro tema. El momento de poner la alarma cuando te metes en la cama, en la última noche libre, es peor que cualquier cosa que te ocurra luego en el trabajo, pero ese es también otro tema.

Para un hincha, la caminata hasta el estadio lo es todo. Es el paso del yo al nosotros

El caso es que mi hijo Teo va a empezar el cole y es oficialmente 'mayor' en casa. Eso le da derecho a ir al cine y a acompañarme al fútbol. Era la primera vez que íbamos mano a mano, así que en mi cabeza la estrategia ideal para afrontar esta ocasión especial estaba clara. Aparqué ni lejos ni cerca para caminar durante unos cinco minutos hacia al estadio, porque esa caminata merece la pena, esa caminata para un hincha lo es todo: es el paso del yo al nosotros. Ahí el fútbol deja de ser una cuestión individual para mutar en deseo colectivo. Rodeado de gente con la misma camiseta, Teo se extrañó de compartir colores y yo sonreí porque esa la tenía preparada. Le expliqué que esa tarde probablemente aprendería que no se gana siempre, pero que ya nunca estaría solo.

Compramos más merienda de la que necesitábamos y encontramos nuestros nuevos asientos. No había empezado el partido cuando intuí que quizá lo del fútbol me hacía más ilusión a mí que a él: Teo se quejó de que quitaran la música. Optó por centrarse en la merienda. Luego en las hormigas que surcaban el cemento. A los ocho minutos, el cabrón de mi hijo ya estaba viendo vídeos en Youtube y pasando del partido, sacándose mocos. Después empezó a llover y descubrió que su padre es un hombre de principios, porque nunca va al fútbol con paraguas. Siguió lloviendo y descubrió que su padre es idiota, porque nunca va al fútbol con paraguas. Hubo más mocos y hubo cuatro goles y no vio ninguno. Ya en brazos y medio acunado, exigió que le contara tres o cuatro cuentos. Al salir enfilamos la vuelta al coche y cruzamos por un descampado. Estaba lleno de caracoles. Estuvimos media hora contando caracoles. Al próximo partido iré solo.

Una semana después y respecto al fútbol, de lo único que habla mi hijo es de los caracoles. También son cosas que pasan los caracoles.