Lecciones de una derrota bochornosa

Anfield, el fútbol de la gente

El irreductible espíritu de la afición 'red' ha convertido el estadio del Liverpool en un símbolo de la resistencia frente a la ofensiva de la codicia y la despersonalización de los clubes

Origi celebra con Shaqiri la victoria del Liverpool sobre el Barça.

Origi celebra con Shaqiri la victoria del Liverpool sobre el Barça. / periodico

Rafael Tapounet

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Michael Robinson, que conquistó una Copa de Europa vistiendo la camiseta del Liverpool, sabe bien lo que dice cuando afirma que Anfield "no está hecho de hormigón sino de alma". No hay entre los clubes de la élite del fútbol continental un recinto que represente de forma tan precisa el espíritu de su afición como este estadio rectangular diseñado en 1884 por el arquitecto escocés Archibald Leitch por encargo de un empresario cervecero local. "Le quitas la gente y te queda La Romareda", comentaba con sorna un periodista barcelonés antes del encuentro del martes. Ya. Sucede que el fútbol, a veces, es la genteY la gente también gana partidos.

Frente a las maquinaciones de los dirigentes contemporáneos para alejar el fútbol de los aficionados, ya sea imponiendo horarios absurdos en beneficio de las retransmisiones televisivas, programando partidos de las competiciones domésticas en países situados en ultramar o convirtiendo los estadios en parques temáticos para disfrute exclusivo de los turistas y los invitados vip de las grandes corporaciones, Anfield se alza hoy como el gran símbolo de la resistencia. La reserva espiritual de una manera de entender el noble arte de patear el balón. El refugio de quienes aún creen, pese a tener todas las evidencias en contra, que el fútbol es algo más que un negocio. O que debería serlo.

Un enorme corazón

"Este campo es un jugador más", señaló Luis Suárez en la víspera del grotesco desplome del FC Barcelona en el feudo de los 'reds'. En realidad, es bastante más que eso. El carismático Jürgen Klopp lo describió con bastante más lucidez y sentimiento después de la heroica remontada. "Este club es una mezcla de atmósfera, emoción, deseo y fútbol. Para mí, el Liverpool es un gran corazón, y esta noche [por el martes] ese corazón ha estado latiendo como un loco, se podían oír sus latidos en todo el mundo. Me siento inmensamente feliz de haber podido regalarle a la gente esta experiencia".

Para Klopp, como para Bill Shankly, el laborista nacido en un pueblo minero que construyó el Liverpool moderno, no importan tanto los resultados, ni siquiera los títulos, como las vivencias, las historias que quienes estuvieron allí podrán contar a sus hijos, los momentos de alegría incontenible que un día evocarán entre amigos junto al tirador de cerveza de su pub favorito. Como ese instante en el que, tras el pitido final y el preceptivo 'You’ll never walk alone', suena por la imponente megafonía de Anfield el 'I feel fine' de los Beatles y los aficionados, que se sienten mejor que bien, cantan, bailan, se abrazan y ríen. En el hogar rojo, la emoción siempre está por encima de la estadística. Por algo la inscripción que figura en el pedestal de la estatua de bronce de Shankly que hay a la entrada del estadio, en lugar de hablar de fechas, victorias o campeonatos, dice simplemente: "Hizo feliz a la gente".

Orgullo combativo

Ese espíritu de orgullosa comunidad conectada de manera casi sobrenatural al equipo (y a un técnico que ha entendido como nadie la personalidad del club) es, finalmente, lo que derrotó al Barça. Habrá, por supuesto, cuestiones tácticas que dirimir, actuaciones individuales que analizar y decisiones técnicas que cuestionar, pero todo eso parecen detalles sin apenas importancia al lado del derroche de fe, entusiasmo y determinación que la afición del Liverpool –una hinchada de generosidad sin límites que además se siente respetada por la entidad- supo transmitir a sus jugadores durante toda la semana y, muy particularmente, en la noche del partido.

Y ese espíritu es también el que se enfrenta, en estos días de jeques en los palcos y estadios con nombres de estados regidos por monarquías teocráticas, a las amenazas del fútbol moderno. En el 2002, el Liverpool, con la connivencia del ayuntamiento de la ciudad, empezó a desarrollar los planes para construir un nuevo hogar en Stanley Park, a solo 300 metros del actual emplazamiento. El proyecto contemplaba la demolición de Anfield y su transformación en un complejo de hoteles, restaurantes y oficinas. Tras ocho años de firme oposición por parte de la hinchada, y con un cambio de propietarios de por medio, el club se avino finalmente a reconsiderar la idea y emprender la ampliación del antiguo estadio.

Y, aunque pueda parecer paradójico, esa continuidad es la mejor garantía de futuro para un equipo que en el pasado ha tenido que caminar a menudo, como dice la canción, bajo la lluvia, contra la tormenta y en la oscuridad. Pero nunca lo ha hecho solo. Mientras exista Anfield, nunca lo hará.