EL TOQUE INGLÉS

'Nunquam soli ambulabitis'

Las tragedias de Heysel (1985) y Hillsborough (1989) permitieron demonizar a la clase trabajadora en el futbol y su paulatina sustitución a medida que marqueting y finanzas se adueñaban del balón

Las gradas de Anfield durante el último partido de la Premier.

Las gradas de Anfield durante el último partido de la Premier. / periodico

Josep Martí Blanch

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El pragmatismo de los ingleses tiene en los boarding schools (internados) uno de sus ejemplos más logrados. Facilitan una coartada excelente a los progenitores para deshacerse de sus hijos a edades tempranas sin apechugar con cargos de conciencia. La formación es lo primero, dicen padres y madres. En un internado aprenderán de todo, mucho y rápido: excelentes modales, valerse por sí mismos, el valor del compañerismo y hasta pueden sorprender un domingo en familia declinando palabrejas en latín. Con la prohibición del castigo físico ya no hay que temer porque sus nalgas acaben hechas trizas y tampoco se lleva ya en estos sitios el despelote de antaño, tan bien retratado por el novelista Evelyn Waugh.

Los padres -ellas y ellos- suman a estas ventajas la posibilidad de alargar a placer sus jornadas, laborales u ociosas, y de disfrutar con calma de sus aventuras sexuales extraconyugales, sin tener fijada una hora a la que volver a casa para atender a los pequeños. El internado de mayor enjundia, seguro que les suena, es Eton (46.000 € por curso). Pero los hay como hongos por todas partes para que cada chiquillo acabe mezclado con los de similar bolsillo. Peras con peras, manzanas con manzanas y los magos a Hogwarts. El orden natural, vaya. Y están también los internados del fútbol, claro, pero hablamos de otra cosa.

La hinchada más ruidosa del mundo

Los colegios de élite no han sido nunca canteras de futbolistas. Pero tampoco es en las estrecheces de las clases más populares donde se encuentra ya la gran fábrica de jugadores. El tiempo en el que los jugadores del Manchester United eran hijos de ferroviarios queda tan lejos como las guerras de religión. La gran reserva es, como en casi todo, la clase media, aquella que ni se sabe dónde empieza ni donde acaba. En la cabeza del aficionado sigue funcionando mejor el mito del niño que aprende a jugar en la calle con pelotas de trapo, bambas agujereadas y suelas inexistentes. Pero en números absolutos estos casos son anécdotas, la mayoría de las veces exageradas. Sólo que nos chifla todo lo que huela a 'self made man'.

También en las gradas los tenedores de entradas y abonos han ido cambiando con el paso del tiempo. Las cuentas corrientes necesitan hoy más músculo para alcanzar un asiento en los estadios. En unos días desfilará por Barcelona la hinchada del Liverpool, la más ruidosa del mundo. Cuando se habla del Liverpool y se mira atrás aún pueden recordarse las tragedias de Heysel (1985) y Hillsborough (1989). Hay quien dice que aquellos muertos forzaron el cambio definitivo del fútbol inglés, posibilitando la demonización de la clase trabajadora y su sustitución en las gradas a partir de los años 90 por otro tipo de público, a medida que el marquéting y las finanzas iban adueñándose del balón. No todo ha cambiado aún. En el Camp Nou y Anfield se cantará y beberá como siempre. Pero a la velocidad que viaja el futbol todo acabará llegando y un día las gradas acabarán siendo extensiones de internados clasistas. Ese día el You’ll never walk alone sonará algo así como Nunquam soli ambulabitis.