UNA NUEVA ESTRELLA DEL ATLETISMO

Joshua Cheptegei, la reivindicación de un perdedor

El atleta situó a Uganda al mando del cros dos años después de colapsar en el Mundial celebrado en su país

Joshua Cheptegei, en el distrito de Kapchorwa, en Uganda.

Joshua Cheptegei, en el distrito de Kapchorwa, en Uganda. / periodico

Gerardo Prieto

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El caso de Joshua Cheptegei debería estudiarse como uno de esos ejemplos de voluntad, coraje y determinación que se citan en los cursos  para emprendedores. Hace  dos años, el corredor ugandés protagonizó un dramático final de carrera más propio de un maratón que de una prueba de 12 kilómetros de campo a través.

Se celebraba el Mundial de cros en Kampala, la capital de Uganda. En una jornada especialmente calurosa, Cheptegei, animado por sus compatriotas,  imprimió un ritmo suicida desde la salida (en palabras del hasta ese día vigente campeón de cros, el keniano Geoffrey Kamworor) y llegó al último kilómetro destacadísimo. El público ya celebraba su victoria cuando el atleta colapsó por deshidratación y llegó a meta como pudo (acabó el 30º), "tocando el tambor" -como se dice en la jerga atlética- y  en medio de un silencio sepulcral. El primer ministro ugandés, Yowery Museveni, tuvo la delicadeza de consolar al infortunado atleta. Dos años después, Cheptegei recibió la felicitación de su presidente tras ganar, contra pronóstico, el Mundial de cros celebrado hace una semana en Aarhus ( Dinamarca)

Cheptegei y el favorito, Jacob Kiplimo (segundo), contribuyeron a la victoria por equipos de su país, Uganda, derrotando a etíopes y kenianos, quienes desde el 2002 han dominado apenas sin oposición esta especialidad. Un éxito que sitúa a los ugandeses como nueva potencia en el atletismo de largo aliento.

El ejemplo de su padre

El colapso de Cheptegei en Kampala provocó entonces la crítica despiadada  en los medios locales y la consiguiente catarata de memes. El ugandés no se arrugó y transformó su decepción en determinación, siguiendo el ejemplo de su padre,  corredor también por necesidad. "Corría para que no le robaran las vacas. Ahora soy el único en la familia que corre".

Tradición obliga, admite sutilmente el atleta kalenjin, hermanado tribalmente con los kenianos pero ugandés por razones de Estado y por la raya fronteriza que trazaron los británicos en 1894 cuando el reino de Buganda pasó a denominarse Protectorado de Uganda. Cheptegei señala la inestabilidad y la ruina económica de su país, tras la dictadura del infame Idi Amin Dada, como culpables del retraso deportivo en su país.

Críticas y mofas

Segundo de nueve hermanos, nunca pensó en abandonar o doblegarse ante críticas y mofas simplonas por su dramático colapso en Kampala. Le sirvieron de acicate, de motivación extra -afirma-, lo que probablemente le llevó a emprender una obra de afroingeniería vital para su futuro atlético. Con los ingresos obtenidos en carreras y a través de su club patrocinador, el NNRT, financió la construcción de una pista de grava de 400 metros de cuerda y cuatro calles en el training camp de Kapchorwa, en la falda norte de Mount Elgón, un volcán extinguido que separa Uganda de Kenia.

Cheptegei  se lesionaba con frecuencia al entrenar en circuitos salvajes, colina arriba y colina abajo. En verano es un corredor de pista, enfocado a los 10.000 metros para los Juegos de Tokio 2020. Para las series se necesita un suelo plano,  estable y sin hierba, que resista las lluvias torrenciales de diciembre y enero. Cheptegei invirtió 30.000 euros en su pista. "Está abierta a todos los que quieran usarla", matiza el atleta preparado por Addy Ruiter, un técnico holandés cuya filosofía resume parcialmente el abismo cultural entre dos continentes: "Mi sistema se basa en procurar pequeños cambios en la rutina de los atletas africanos. En África, los grandes cambios no funcionan".

Plusmarca de 15 km y título mundial

Con la confianza de sus entrenamientos durante el 2018 y con 22 años recién cumplidos, se hizo con la plusmarca mundial de 15 kilómetros (41.05 minutos) en la prestigiosa NN Seven Hills del pasado mes de noviembre. Un buen precedente para empezar a resarcirse de su injustamente ridiculizada actuación en Kampala. Lo consiguió, dos años después, en Aarhus.

Pero antes tuvo que superar más dificultades. En diciembre, un coche embistió al suyo y tuvo que parar dos semanas, atenazado por el dolor de espalda y cervicales. Y una semana antes del Mundial, se sintió indispuesto por un resfriado. Ruiter y su mánager, Jurrie van der Velden, le propusieron "no enseñar sus cartas" hasta la última vuelta. Así fue.