Segunda derrota ante el Barça

Deriva constante del Madrid

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Alejandro García

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Al Madrid de Solari no le quedaba otra que intentar repetir la estrategia que tres días antes terminó en fracaso, a ver si esta vez podía ser diferente, pero todo se empezó a torcer desde el principio y, aunque el resultado fue menos contundente, la sensación de impotencia fue inabarcable y ya inunda a un Madrid en constante caída libre. 

Lo que en el clásico de Copa fue un asedio agobiante que duró una parte y acumuló ocasiones peligrosas, en Liga pasó a ser un tímido intento de presión que no se extendió más de cinco minutos al inicio del primer tiempo y no creó más peligro que a balón parado. 

Con o sin injerencias del partido de la Liga de Campeones que juega el martes, la apuesta de Solari parece invariable y sus síntomas de agotamiento evidentes. El equipo es un esperpento en el manejo y el control del juego, encomendado únicamente a la inspiración del ínclito Vinicius para encontrar algo positivo en ataque. 

Solari intentó potenciar el poderío ofensivo de su equipo con los laterales muy metidos en campo rival, pero el balón fue del Barça y el dominio territorial es un regalo para el rival cuando la precisión en el pase no es una virtud de la que tu equipo está en disposición de presumir. 

Cómo inmediatamente después del primer gol del Barça, los mejores minutos del Madrid llegaron a través de impetuosas oleadas alimentadas con rabia y orgullo, en ningún caso con un plan de juego vertebrado por el fútbol. 

VINICIUS Y REGUILÓN

El estandarte del entusiasmo blanco fue Reguilón, la medida de hasta qué punto el Madrid atraviesa un periodo de precariedad absoluta. La personificación del peligro madridista volvió a ser Vinicius, pero esta vez solamente Vinicius, él solo fue el generador de todo el peligro blanco, sin presencia de Benzema y sin acierto de Bale. 

El atacante brasileño estuvo aislado en las funciones ofensivas, como una isla en medio del océano salado. Sin la compañía de la presión colectivas, cada intento de Vinicius era una quimera imposible, con llegadas y remates, pero todos y cada uno muy alejado de la portería de Ter Stegen. 

Sin muchos más argumentos que el pundonor y la voluntad, las carencias del Madrid son una evidencia palpable, con unos problemas terroríficos en defensa cuando, aún en los minutos finales y con el partido abierto, hizo un vago intento de cargar con todo. 

SIN PEGADA

El Madrid, que tanto tiempo ha sobrevivido de su efectividad, es ahora el reflejo de un equipo que intenta hacer todo bien, al que no se le puede achacar falta de voluntad o implicación, pero en el que la sensación de superioridad permanente que inunda de forma habitual al madridismo se tornó en desilusión ante la eficiencia del Barça.

El nombre de la efectividad blanca se suponía que era Bale, que mantenía a duras penas esa vitola de goleador que le daba un estatus para el entrenador y la afición que ya ha perdido definitivamente. Frente a los aplausos y vítores que la grada le dedicó al defenestrado Isco, despidió al galés con una sonora, rotunda y sostenida pitada con un mensaje claro de reprobación a su actitud y a su rendimiento.

Camino al que puede ser el último partido decisivo de la temporada para el Madrid, la vuelta de octavos de final ante el Ajax, las dos derrotas sin paliativos que ha cosechado ante el Barça han devuelto todas las dudas que Solari intentaba disipar de un proyecto marcado desde el inicio por la incertidumbre. 

La desconfianza con este Madrid ya no se circunscribe únicamente a que el equipo sea capaz de hacer buena la ventaja que trae de Ámsterdam, tras el 1-2 que cosechó en la ida, si no para lo que está por venir en la Liga de Campeones a partir de cuartos, sin más competiciones a las que aspirar.