retrato de un gestor

Joan Oliver, una gestión en fuera de juego

Las sombras envuelven sus cinco años al frente del Reus hasta la polémica venta

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Joan Vidal

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Joan Oliver no es deportista. Salta a la vista por su aspecto físico y por su manera compulsiva de consumir cigarros. No entiende de esfuerzo físico, ni sacrificio en el entrenamiento. Él entiende de negocios. A su manera. No parece conocer lo que es la pasión por un equipo. Él es ambicioso. Cuando las cosas van bien, todo son palmadas en la espalda. Cuando va mal, se retira y sale indemne, a priori, de la situación creada.

“Es un mentiroso, no tiene escrúpulos”, escupe uno de los jugadores a los que ha dejado tirado esta última campaña. Y es que Joan Oliver es capaz de convencer a cualquier persona. No le importa engañar, según cuentan los jugadores con lo que ha tratado a diario, domina la escena y es ‘egoísta’ explican aquellos que lo han sufrido.

Poliédrico

Él es y siempre será la víctima. Oliver parece frío, como demostró con su presencia en los últimos partidos en el Municipal, ni se inmutaba ante la bronca de los espectadores. Rodeado de guardaespaldas, eso sí, no tiene un pelo de tonto. Jugar con la pasión de la gente, del buen hacer de aquellos que creen en su palabra.

Pero no está sólo, siempre bien acompañado de un grupo financiero con nombres tan conocidos como los de Joan Laporta, Rafa Yuste o el profesor Xavier Sala i Martí. Joan Oliver llegó a TV-3  como presentador del programa matinal 'Bon dia Catalunya', pero su visión del negocio, y sus contactos políticos -tenía una gran relación con grandes gurús de la antigua Convergencia i Unió- lo auparon a la dirección.

"Sectario y partidista"

Por aquel entonces el Sindicato de Periodistas ya decía en un comunicado que “Oliver era una opción nefasta por sectario y partidista”. Dos años y medio de gestión, dejando pocos amigos en la televisión pública a la que abandonó para sumergiese en sus negocios personales antes que Joan Laporta lo llamara para ocupar el puesto de director general del FC Barcelona.

Oliver, que había mediado con Mediapro para obtener los derechos televisivos del fútbol en su paso por la Corporación, ya tenía un bagaje en el negocio del balón. Y allí empezó su currículum más gris y oscuro. Salpicado por el caso del espionaje a cuatro vicepresidentes, Oliver se empezó a ganar una fama poco deseable. Nunca lo negó pero siempre enfatizó que lo hacia para evitar fugas de información.  

Abandonó el cargo poco antes que la Junta de Sandro Rosell tomará el mando, pero intentó volver a las andadas cuando su íntimo amigo Laporta, quiso volver a la presidencia. La bofetada electoral, con Bartomeu ganador, les apartó, momentáneamente de la primera línea mediática.

Su afán de protagonismo, de negocio, no cesó. Vieron en el Reus la oportunidad perfecta, la opción de hacerse con un club y manejarlo a su gusto, prescindiendo del tejido empresarial del territorio, pensando que abriendo vínculos con el mercado chino todo iría sobre ruedas. Despreciaron todo lo local para meterse en un negocio que resultó ser desastroso, llegando a amenazar al Ayuntamiento de la capital del Baix Camp de abandonar la ciudad con el equipo a cuestas.

Desembolso de 300.000 euros

Oliver llegó a Reus en 2014, desembolsó algo más de 300.000 euros para hacerse con el control de un club instaurado en Segunda División B y que nunca había pisado la LFP. Lo convirtió en SAD y empezó a rodar el balón del negocio. En 2016, de la mano de Natxo González como entrenador, los rojinegros logran un ascenso histórico a la división de plata del futbol español. 

Antes, al inicio de la campaña del ascenso, Oliver ya creó precedente en lo de no pagar a sus trabajadores y jugadores. “Mis negocios están casi todos en Asia y se produjo una situación de bloqueo que tardó más tiempo de lo que esperábamos en resolverse”, manifestó Oliver el 10 de setiembre de 2015. Un preludio de lo que a la postre ha sido el principio del fin para un Reus que se las prometía felices y más con la permanencia en el primer año en la competición profesional.

Inversión en un club chino, el BIT, y sin patrocinios estables capaces de sostener las fichas de los jugadores que le facilitaba Jorge Mendes, representante de Cristiano Ronaldo entre otros, y amigo íntimo de Joan Oliver. La masa social fue disminuyendo y más con el ascenso de los abonos en la segunda campaña en la LFP. Un problema al que no quiso hacer frente ni él, ni su Consejo de Administración, que miró para otro lado.

El farol de llevarse al equipo a Riudoms, como una medida de presión para obtener una concesión del Estadi Municipal, fue la gota que colmó el vaso. Sus problemas de liquidez -se estropeó su negocio con el equipo chino y el ingreso de capital económico nunca llegó-  amenazaron el futuro de la entidad que fue sancionada por impagos a Hacienda -temporada 2017-2108-.

La rebaja del límite salarial impuesta por la patronal, en consecuencia, obligó a iniciar esta última campaña sin poder inscribir a siete jugadores. Un problemón que se comunicó dos días antes del comienzo de la competición y que fue el primer golpe para descubrir el desfalco económico del Reus. Los impagos a jugadores, la deuda de más de cinco millones de euros y la marcha forzada del núcleo duro de la plantilla, tras acogerse al procedimiento abreviado tras no cobrar tres mensualidades, pusieron en jaque un proyecto a la deriva.

“No tiene humanidad”, sentencia un exjugador de la plantilla. “No se merece estar nunca más dentro de un club, no creo que pueda dormir tranquilo por las noches”. Hasta en tres ocasiones acudió delante de los medios de comunicación desde el pasado verano. Siempre tirando balones fuera, culpando a los demás de sus errores y buscando una anécdota circunstancial donde acogerse y agarrarse para desviar la atención. Gustándose en la lentitud de sus explicaciones y llamando por el nombre a los periodistas como ganándose un trato de favor que ya nadie le dispensaba.

El comprador americano

Las lágrimas al finalizar la última rueda de prensa que se le recuerda en la capital del Baix Camp, no ablandaron al personal. Joan Oliver ya había sobrepasado todos los límites. La venta del club fue su última actuación. Esperando al mejor postor hasta el final y engañando, según explican los americanos, en cuanto a la deuda real que acarrea el Reus Deportiu.

El último servicio del exmandatario fue firmar un papel en el que dejaba en libertad a toda la plantilla si dos días después de la venta no cobraban la última mensualidad que debía. Un regalo envenenado para Rusell Platt y Clifton Onolfo, nuevos propietarios a todos los efectos del CF Reus. Oliver ha dejado un club endeudado y sin jugadores.

Este es su legado. La sanción del Juez de Disciplina Social, tres años expulsados de la competición y una multa económica de 250.000 euros, pueden obligar a bajar la persiana de una entidad con 109 años de historia. De momento el TAD ha desestimado la apelación de suspensión cautelar del castigo. Un golpe más para un Reus tocado y casi hundido.