UN CINCUENTENARIO OLÍMPICO

México-68, unos Juegos mágicos

Se cumplen 50 años de la cita olímpica más revolucionaria, con reivindicaciones, grandes hazañas y lluvia de récords

Tommie Smith y John Carlos, junto con el australiano Peter Norman, en el podio de los 200 metros.

Tommie Smith y John Carlos, junto con el australiano Peter Norman, en el podio de los 200 metros. / periodico

Joan Carles Armengol

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Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar unos Juegos Olímpicos que hayan marcado tanto el deporte mundial como lo hicieron los de México-68, que este viernes cumplen los 50 años de su ceremonia inagural. Aquel mismo día, con la ascensión de la atleta Enriqueta Basilio al pebetero como portadora del último relevo de la llama olímpica, ya se rompió una tradición, puesto que nunca hasta entonces se había destinado esa función a una mujer.

Los Juegos de México rompieron muchos de los esquemas vigentes hasta aquel momento y supusieron una auténtica revolución, acorde con los tiempos agitados que se vivían. No estaba lejos en el tiempo el mayo francés, la Primavera de Praga con la subsiguiente invasión soviética de Checoslovaquia, los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, ni los efectos de la Guerra del Vietnam o los altercados en Latinoamérica.

Los Juegos no quedaron al margen de todo ello, pese a la manida separación de deporte y política. Diez días antes de la apertura, una manifestación en la plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco) se saldó con el asesinato de decenas de estudiantes en unas cargas ordenadas por el presidente de México, el general Díaz Ordaz. Muchos de los deportistas, centrados en la preparación, ni siquiera se enteraron. El presidente del COI, el reaccionario estadounidense Avery Brundage, se acogió al principio de 'The show must go on'. Y así fue, el espectáculo siguió.

Marcas estratosféricas

Y de qué manera siguió el espectáculo. Lo que aconteció entre el 12 y el 27 de octubre en México DF fue digno del realismo mágico sublimado por García Márquez y dignificado por la mexicana Laura Esquivel en 'Como agua para chocolate'. Pasaron cosas casi sobrenaturales en la altitud de Ciudad de México, esos 2.240 metros sobre el nivel del mar que propiciaron marcas estratosféricas, aunque por sí solas no las explicaran.

Los mágicos Juegos de México-68 fueron, en este sentido, los del estratosférico salto de 8,90 metros en longitud de Bob Beamon, que superó de una tacada el récord del mundo... por 55 centímetos. Fueron los Juegos de su compatriota Dick Fosbury, que provocó la sorpresa y, por qué no decirlo, la burla al saltar de espaldas en altura, instituyendo el llamado 'fosbury flop' que enterró el hasta entonces hegemónico rodillo ventral; fue la cita olímpica que más récords del mundo de atletismo contempló, nada menos que 14, auspiciados por la altitud, la nueva superficie sintética de tartán –que desterró la ceniza– y el estreno del cronometraje electrónico. Jim Hines (9.95) dejó en el olvido a Bob Hayes, y la gran generación estadounidense pulverizó una tras otras las barreras de la velocidad: Tommie Smith en 200, Lee Evans en 400, los dos relevos, y Wyomia Tyus en el hectómetro femenino, revalidando el título de cuatro años antes. En triple salto, el soviético Viktor Saneiev y el brasileño Joao Carlos de Oliveira se alternaron con cinco récords del mundo hasta dejarlo el atleta de la URSS en 17,39 metros.

Caslavska y el Black Power

También fueron los de México los Juegos del primer oro olímpico africano, el de Kipchoge Keino, como se explica en la pieza adjunta. Los de Debbie Mayer, Michael Burton y el australiano Michael Wenden (este con el único récord, en los 100 libre) en natación, donde Mark Spitz prologó sus siete oros de Múnich-72 con dos títulos en relevos. Y fueron, cómo no, los del reinado de la veterana (según los estándares actuales) checa Vera Caslavska (26 años) en gimnasia, con cuatro medallas de oro y dos de plata, antes de la irrupción de las púberes Olga Korbut Nadia Comaneci.

Caslavska no se dignó ni mirar a sus rivales soviéticas cuando sonaba su himno, vestigio de la abortada Primavera de Praga. Una muestra de la incidencia de la realidad social en los Juegos, que quedó sobre todo patente con una de las imágenes más icónicas de la historia del deporte, ese podio de los 200 metros con Tommie Smith y John Carlos con una mano enguantada en negro en señal del Blak Power que reivindicaba una igualdad racial que, ni entonces ni siquiera ahora, se ha alcanzado. Todo ello con la solidaridad del australiano Peter Norman, que lució su misma pegatina de la organización que apoyaba la reivindicación.

España, sin medallas

Los primeros Juegos en altitud, en Latinoamérica, con televisión en color, con controles antidopaje, con pictogramas y con Olimpiada Cultural, fueron también los últimos sin medallas para la delegación española, compuesta por 124 deportistas pero solo dos mujeres: las nadadoras Mari Pau Corominas (finalista en 200 espalda) y Pilar von Carsten.

Los mejores fueron Santiago Esteva en 200 espalda  y la selección de fútbol (quintos), y el sexto puesto del hockey sobre hierba. Sin olvidar que Ignacio Sola, con 5,20, tuvo durante varios minutos el récord olímpico de pértiga, pulverizado después con las nuevas garrochas sintéticas.

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