"Estamos orgullosos de ser franceses"

Imagen parisina de euforia por la conquista del Mundial.

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Eva Cantón

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Dos horas antes del inicio del partido, no era únicamente el sol aplastante el que caldeaba el ambiente a la entrada del estadio Léo Lagrange de Bondy, donde un niño llamado Kylian Mbappé aprendió a jugar al fútbol. Los vecinos de esta localidad de 54.000 habitantes de la periferia parisina en la que creció la estrella del Mundial de Rusia esperaban impacientes la apertura de las puertas para ver el encuentro que llevaría a los bleus al cielo, y con ellos a todo un país, 20 años después de que el equipo de la generación Zidane se hiciera con la Copa.

"En el fútbol no hay religiones, no hay colores, no hay ningún origen social”, dijo Airbouche Athmane, presidente del AS Bondy, el club donde Mbappé pasó nueve años con su padre Wilfred, a los cientos de aficionados -niños, jóvenes, hombres y mujeres de procedencia geográfica diversa- que llenaron el césped de banderas tricolores, sufrieron lo suyo con el empate de Croacia y no perdieron nunca la esperanza de ver marcar a Mbappé en la pantalla gigante del campo.

"Solo quería jugar al fútbol"

Ese momento llegó en el minuto 65 de la segunda parte. El estallido de euforia fue monumental. También la emoción. Charlie Nabal, concejal de Deportes del Ayuntamiento de Bondy casi tuvo que reprimir las lágrimas. “Kylian ha nacido para el fútbol”, confesaba orgulloso a este diario. “Espero que le dedique el trofeo a Bondy”. Shayma, de 21 años y amiga de Mbappé desde niña, destacaba su técnica y su rapidez, su sentido del humor y que su popularidad no se la ha subido a la cabeza. “Cuando íbamos de vacaciones con nuestras familias había que obligarle a salir, porque sólo quería jugar al fútbol”, decía.

El pitido final del encuentro soltó la espita del entusiasmo colectivo y la palabra que más se repetía en el estadio era “orgullo”. Sobre todo porque el origen humilde y multicultural de la mayoría de los miembros de la selección contribuye a dar un respiro a las banlieues, ese territorio que en el imaginario colectivo está asociado al fracaso y la conflictividad social. Bondy quiere combatir esa imagen.

Reivindicación de la banlieue

Su alcaldesa, la socialista Sylvine Thomassin, señalaba a este diario que su ciudad ha visto nacer no solo el talento de Mbappé sino el “sólido contexto familiar” en el que ha crecido. “De lo que más orgullosa estoy es de que este chico es y será una buena persona, un hombre con valores que representa magníficamente a los jóvenes de la banlieue de los que a menudo solo se habla mal. ¿Sabes lo me decía ayer un chico? Van a hablar de nosotros sin decir que somos gentuza. Solo por eso le damos las gracias a Kylian”, añadía Thomasin.

Bondy es un vivero de futbolistas –más de 30 han salido de sus clubs- y eso demuestra, en opinión de la concejal Sylvie Badoux, que los jóvenes “no solo queman coches”. “El desafío es cambiar la imagen de las banlieues”, señalaba.

El mantra de la fraternidad

Es un reto de calado porque Francia ya experimentó la misma esperanza en 1998 cuando el mantra fue resaltar la fraternidad ‘black,-blanc-beur’ de la selección que ganó entonces el Mundial. Pero, tras el efímero momento de comunión nacional, la realidad se tornó amarga. El Frente Nacional le disputaba a Jacques Chirac la presidencia y en 2005 los suburbios franceses se inflamaron. “Hay que pasar del Liberté, Egalité. Mbappé al Liberté, Egalité, Fraternité en la banlieus”, resumía la alcaldesa de Bondy.

“Estamos orgullosos de ser franceses y de ser de Bondy. En esta selección hay jugadores que vienen de todos los sitios. Eso es Francia. La unión hace la fuerza”, gritaba Marietta festejando el triunfo rodeada de niños mientras sonaban por megafonía ‘ I will survive’.