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MUNDIAL DE RUSIA 2018

Una penosa España se va a la calle

Rusia, gracias a un soberbio Akinfeev, echa en la tanda de penaltis a la selección en los octavos de final tras un lamentable Mundial

Mayúscula decepción para España.

Mayúscula decepción para España. / periodico

Marcos López

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Vuelta al pasado. Regreso al drama. España emprendió un traumático viaje hacia ninguna parte en un Mundial que empezó de mala manera (a 48 horas del debut era despedido Lopetegui y entraba Hierro) y terminó todavía mucho peor. Eliminada por una ordenada y disciplinada Rusia, un equipo del montón, que sí tuvo un plan para echar a la selección española a la calle en los octavos de final. Sucedió en la tanda de penaltis donde Akinfeev se transformó en el héroe nacional con dos paradas monumentales (una a Koke y otra a Iago Aspas). El camino quedó trazado hace unos años. Pero se fueron alejando ya que no lo sentían suyo. Ni tampoco apostaron por regenerarlo. Se acabó España. Se acabó en una caída escandalosa que certifica un fracaso sin excusa alguna. El problema real es que será de ella ahora.

La selección firmó un partido miserable retratando su también miserable Mundial. Cuatro partidos, tres empates (Portugal, Marruecos y Rusia), con una sola victoria: 1-0 a Irán con un gol de rebote. Así se escribe el relato de una selección que ha dilapidado el tesoro más grande que tenía: una manera de jugar, un estilo. Algo en lo que creía, más allá de aquella maravillosa generación de jugadores que le llevaron al paraíso. No le vale ni la excusa, ya histórica también, del penalti que pidió (y no fue señalado) a Ramos. Nada de eso vale de coartada que tuvo la opción en los dos penaltis que casi (sí, casi) para De Gea. Uno lo tocó y otro le pasó por debajo del cuerpo. Otro retrato.

España fue un desastre. De inicio a fin. Extremadamente impotente y frustrante resultó su juego, que le llevó a la condena final en el Luzhniki, el estadio donde se despidieron para siempre de la selección mitos como Iniesta (suplente con Hierro en una decisión que perseguirá al técnico por los siglos de los siglos) y Piqué, cuya mano alzada en el penalti ruso también no podrá olvidar. Ni le dejaran que la olvide.

Se va de Rusia como llegó, haciendo tal estrépito que las heridas tardarán meses y meses en curarse. Si sanan, claro. En Moscú estará las cenizas de una selección que no estuvo a la altura de lo que se esperaba. El partido fue el espejo del alma de una España rota y desequilibrada, por mucho músculo que se quisiera meter un seleccionador que apostó por el hierro y transformó a la selección en mantequilla.

Revolución sin Iniesta

El gol inicial fue ruso. El gol posterior, de penalti, también fue ruso. En la revolución moscovita de Hierro, que se llevó por delante a Iniesta, se trataba de ser un equipo equilibrado sin balón, capaz de sobrevivir a cualquier embestida. Pero ni así. Quitó al excapitán, al que mandó al banquillo, colocó a Marco Asensio (solo hizo bien el centro en la falta lateral que precedió al gol de Sergei Ignashevich) y arrimó a Koke al lado de Busquets, al tiempo que sentaba a Carvajal y daba vuelo por la banda derecha a Nacho.

El partido se le puso de maravilla a esa nueva España dibujada por Hierro, que dio la sensación de haberse quitado metafóricamente la chaqueta y ponerse el chándal de entrenador. Sin tirar a puerta ya ganaba 1-0 porque un defensa, que cumplirá 39 años el próximo 14 de julio, se olvidó del balón, obsesionado como estaba en anular a Ramos. Se despistó Ignashevich de la jugada y cuando se dio cuenta le había hecho un feo a su amigo Akinfeev.

Obtenido el botín, prácticamente de la nada, España se dedicó a dejar pasar el tiempo descubriéndose al irrelevante Silva, ejercía de media punta por detrás de Diego Costa, en ese novedoso 4-2-3-1 que pintó Hierro en la pizarra. Una pizarra donde no había sitio para Iniesta. El balón viajaba lento, las ocasiones no existían y solo los hermosos detalles técnicos de Isco sacudían el aburrimiento. Parecía que la selección se había tirado a la bartola. A Rusia, pese a la derrota, ya le iba bien ese ritmo cansino de la pelota, que transitaba lenta y aburrida por la pradera del majestuoso Luzhniki en una soleada (y calurosa) tarde moscovita.

España no dañaba con esa aplastante posesión. Era inocua. Ni se acercaba a la portería de Akinfeev, por lo que, poco a poco, iba asomándose a los territorios de De Gea, aunque fuera en acciones a balón parado. En una de esas, saque de esquina, llegó el penalti de Piqué, cuyo elevado brazo se interpuso en la trayectoria del cabezazo de Dzuyba, sembrando el pánico. A balón parado, y con autogol ruso, se adelantó. A balón parado, y de penalti, le empataron.

Hasta ese momento, minuto 41, ni un solo tiro de España. Ni fuera. Ni dentro. Luego, en el tiempo añadido de la primera mitad, dos aproximaciones de Diego Costa, la prueba irrefutable de que no era tan utópico acercarse a la portería rusa. Demasiado tarde ese despertar de una España monótona y gris. Se dio cuenta Cherchesov, el seleccionador, y agotó los tres cambios a los 64. Hierro, en cambio, seguía petrificado, a pesar de que el partido no paraba de enviarle señales de reacción urgente. Iniesta entró cuando el fútbol de España era tediosamente desesperante mientras, con la lesión de Nacho, tuvo que dar entrada a Carvajal. O sea, mucha revolución para nada.

Aspas por Diego Costa

Agonizaba el partido con el mismo paisaje, mustio, gris, con toda Rusia encerrada en su campo, y sin imaginación alguna de España. Hierro despertó e hizo los tres cambios, aunque colocó a Iago Aspas por Diego Costa, no fuera a ser que la selección tuviera un ataque de romanticismo jugando con dos delanteros a la vez. Entre Iniesta y Iago decidieron acabar con esa infinita siesta. Amansó el cuero con el pecho en una fantástica asistencia el gallego y el manchego, desde fuera del área, permitió saber que Rusia tenía portero. Un buen portero porque repelió primero un envenenado disparo de Iniesta y luego estuvo felino en el posterior tiro de Aspas. A las 84 minutos se supo de la existencia de una portería en el Luzhniki. Tanto cambio de Hierro para ponerse en manos de los de siempre después de errores infantiles en defensa, como esa falta de entendimiento entre Carvajal y Marco Asensio que casi provoca el desmayo de Hierro.

Tuvo suerte España (o eso creía) de que Rusia no tenía pólvora, pese a la entrada en la segunda mitad de Cheryshev y Smolov. Tuvo suerte Rusia de que los buenos salieron tarde por lo que la prórroga resultó inevitable. Ahí apareció otra selección, con los pases de Iniesta, las conducciones de Isco y la picardía de Aspas, indetectable entre tanto ruso que había guardando el Kremlin de Akinfeev. Ahí fueron cuando ambos entrenadores usaron la cuarta bala, recién estrenada en este Mundial. En el cuarto cambio, Hierro entendió que ahora sí podía jugar con dos nueves: Rodrigo, que envió al banquillo a Marco Asensio (¿jugó más allá de lanzar la falta en el autogol ruso? y Aspas, aunque este se movía por la banda derecha. Ya era demasiado tarde. A Erokhin, sin embargo, le correspondió el honor de ser el primer cuarto jugador que entra en un partido del Mundial.

El agarrón de Kutepov

Con dos arriba, se vive mucho mejor. Por mucho que a Hierro le costara asimilarlo tanto tiempo que no le dio resultado. La velocidad de Rodrigo sometió a Rusia, que se sostenía sobre las fiables manos del veterano portero del CSKA de Moscú. A sus 32 años, Afinkeev sostenía de pie a sus 144 millones de compatriotas, que convertían cada saque de esquina a favor en una tortura para De Gea y sus amigos. No faltó de nada en la agónica prórroga como ese penalti que protestó con vehemencia toda España por el agarrón de Kutepov a Ramos. El árbitro no vio nada ilegal. Y el VAR, que estudió la jugada, donde Hierro pidió otro agarrón a Piqué, dictaminó que el partido debía seguir.

El sol que caía sobre Moscú se transformó en una aparatosa tormenta de lluvia y, al final, los penaltis dictaron la sentencia definitiva. Y ahí nadie sacó a Rusia de su casa guiada por esas manos maravillosamente fuertes de Akinfeev, el héroe de un país con sus dos intervenciones decisivas para echar a una triste España. Paró primero el penalti de Koke; paró después el de Iago Aspas, llorando a lágrima viva. Llorando todos porque la selección ha emprendido un dramático viaje al pasado. Vuelve atrás como si aquel período de cuatro años (Eurocopa 2008, Mundial 2010 y Eurocopa 2012) fuera un paréntesis. Un simple paréntesis. Con la furia no se iba a ningún sitio. Con la furia se ha quedado, de nuevo, en los octavos de final. Ni a cuartos es capaz de llegar una selección que terminó el Mundial como lo empezó. Siendo un desastre. El lado amable del torneo se transformó en una trampa mortal. España no pertenece ya a los mejores equipos del mundo. Llueve sobre mojado en España, una selección que no es lo que era. Ni tiene pinta de que pueda volver a serlo.

España, 1 - Rusia, 1

España: De Gea (4), Nacho (5), Piqué (4), Ramos (4), Jordi Alba (5), Busquets (5), Koke (4), Silva (3), Isco (6), Marco Asensio (4) y Diego Costa (5).