MUNDIAL DE RUSIA
Diego Maradona, campeón mundial del histrionismo
"¡Hay Diego para rato!, gracias por el aguante y perdón por el susto", escribe Diego para tranquilizar a sus fanáticos seguidores
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
En medio del aplauso, el rechazo y la sensación de que, a estas alturas es inimputable, Diego Armado Maradona juega su propio torneo mundial, el del histrionismo. Diego no puede quedarse al margen de las pantallas, ni siquiera cuando el seleccionado argentino está en el campo, y por eso las cámaras lo siguen en la platea como si se protagonizara una acontecimiento paralelo.
Maradona ha sido un maximalista dentro de la cancha y sus intervenciones superaron el límite de lo entonces posible. Esa lógica lo ha perseguido en el retiro y se ha exacerbado en la era de las redes sociales. Conoce muy bien el valor, aun en su desmesura, de estar a la vista de todos. Ya lo había comprobado durante Sudáfrica 2010, cuando era entrenador del seleccionado y las cámaras lo seguían al borde del campo como si fuera una nota al pie permanente del partido. La sobreabundancia de su imagen no siempre es gratuita. Según Sport Bible, la FIFA le paga 13.000 dólares por “aparecer” como integrante del equipo “Legends Concept”. Sin embargo, durante los partidos del seleccionado su misa de cuerpo presente tiene un sentido que no se relaciona con el dinero. El derroche del mito es el de la economía del espectáculo, en clave de esperpento. En la tarde de San Petersburgo, en la que Argentina pasó agónicamente a octavos, el “Diego de la gente”, como le gusta llamarse a sí mismo, llevó su papel de histrión más lejos de lo conocido.
Llegó a dormirse durante el partido
Primero, antes de que comience a rodar el balón, se puso a bailar cumbia con una nigeriana. Después hizo su propio juego de máscaras, gritó, saltó, gesticuló, sedujo, bromeó, insultó y pidió al estadio, poblado de argentinos, que fueran igual de intensos. Maradona siempre es exageración en sus modos y ademanes (salvo cuando comenta los partidos para la cadena venezolana Telesur, en los que suele aflorar la agudeza del comentarista futbolístico).
Si hasta se lo vio dormir una siesta de los justos y ser revisado por un médico. “Quiero contarles que estoy bien, que no estoy ni estuve internado. En el entretiempo del partido con Nigeria, me dolía mucho la nuca y sufrí una descompensación. Me revisó un médico y me recomendó que me fuera a casa antes del segundo tiempo, pero yo quise quedarme porque nos estábamos jugando todo. ¿Cómo me iba a ir? Les mando un beso a todos, perdón por el susto y gracias por el aguante, ¡hay Diego para rato!”
El jugador al que llamaron Dios y que ha tenido una “Iglesia Maradoniana”, con sus ritos y persignaciones, sus túnicas y emblemas, no puede creer cómo alguien pudo darlo por muerto y propagado esa versión en el mundo virtual. “Me dio mucha sorpresa oír cuando dijeron que resucité”, dijo en su programa televisivo “De la Mano del Diez”. Hay “mediocres” y personas de “mala leche” que no lo quieren. Semejante extremaunción no podía quedar así. Merecía una respuesta maradoniana. Por eso, el ex astro ofreció una recompensa para llegar a los responsables de la infamia. El abogado de Maradona, Matías Morla, informó que esa información tiene precio: 10.000 dólares a quien aporte “datos certeros y precisos sobre el autor de los audios”.
Maradona no es una excepción en el juego de sobreactuar las emociones: habla de algo que lo sobrepasa, un estilo “nacional”. Laura di Marco, columnista de La Nación, dijo que existe un “periodismo versión maradoniana” en Argentina que “a menudo, confunde pensamiento crítico con daño”, se regocija “mostrando lo turbio, la intriga, la interna, el robo” y “destroza a Messi cuando se hunde y lo rescata cuando repunta”.
No faltan igual los argentinos que le reprochan a Leo “no ser” como Diego, especialmente en esos aspectos en los que se muestra sin correcciones: la verborragia, la chispa humorística, la extroversión, pero, además, su tendencia a amar y luego odiar. Que sea otro artista de las contradicciones personales: el guevarista que vive en Dubai, el amigo de Nicolás Maduro y Fidel Castro, pero que también lo ha sido de Carlos Menem, el “ciudadano” que apoya una ley del aborto libre y gratuito en Argentina, donde lo denuncian de actos de violencia de género.
Pedirle a estas alturas a Messi que sea como el futuro entrenador del Dinamo Brest de Bielorusia, es lo mismo que exigirle a ese Maradona que, amortizado por su leyenda futbolística, puede encender un habano en el estadio pese a las prohibiciones y confirma que lo suyo será siempre la ausencia de mesura, la mordacidad y el hambre insaciable de permanecer en un primer plano. Como sabio o saltimbanqui.
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