La nadadora que prefirió vivir

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Carlos Márquez Daniel

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Esta es la historia de María Paz Corominas. Pero también es la de su hermano Juan y sus amigos Pepe Raventós y Quique Sentís. Porque ella es el gancho, la que puede pararte por la calle y contarte que hace 50 años fue la primera deportista española (hombre o mujer) en alcanzar una final olímpica, en los accidentados Juegos de México’68. Pero cuidado con el resto, porque te relatarán cómo acaban de cruzar a nado el Estrecho de Gibraltar con ella. Si les parece poca cosa, tengan en cuenta que el más joven del grupo tiene 62 años y que todos dicen sentirse mejor que nunca. "Hacemos cosas con 60 que no podíamos ni soñar a los 40". Esta es la crónica de esta gesta entre el homenaje a Paz y la solidaridad con Open Arms (han recaudado más de 6.000 euros y todavía se aceptan donaciones), entre la superación personal y el espíritu de equipo. Se lo propusieron, se han entrenado y lo han conseguido. Cuatro horas y un minuto para ir de la Punta Marroquí a la Punta Cires. Alguno se acordará de la película ‘Cocoon’; pero ojo, aquí no hay trampa.

Llegan a Tarifa el lunes 7 de mayo y no saltan al mar hasta el viernes 11, así que tal y como hizo en aquellos Juegos, Paz puede adaptarse bien al entorno y sentirse cómoda. Medio siglo atrás aterrizó en Ciudad de México un mes antes de la ceremonia inaugural, tras cuatro años en los que había despuntado en lo suyo, la natación. Aquella piscina estaba a 2.200 metros de altitud, así que ir con tiempo no era ninguna tontería. En el borde de Europa, muchos años después, mantiene esos ojos despiertos que uno intuye en sus fotos en blanco y negro. Y el nervio, con esas manos que no paran de moverse, ese emocionarse cuando es necesario, con la cabeza en mil cosas a la vez, hilvanando un tema con el siguiente, con una risa sonora y contagiosa.   

Spitz, "un tío especial"

En el cole, el Betània Patmos de Barcelona, le dejaban que se saltara las clases de la tarde. "Cogía los Ferrocarrils y me iba al Club Natació Sabadell. Entrenaba cada día dos horas, hasta las siete y media". Dice que era "muy cumplidora" y que la disciplina fue clave para que llegara a lo más alto. "No teníamos dietista ni masajista ni nada, se trataba solo de hacer caso de lo que te decían". No puede decir lo mismo del ídolo del agua Mark Spitz, con el que coincidió después de México en la Universidad de Indiana. Pasó ahí cinco meses, y Paz era la única chica a las órdenes del mítico entrenador Doc Counsilman, que perseguía al campeón californiano con un cinturón para que moviera el culo. Spitz, cuenta, era "como un pez". "Un tío especial con el cuerpo muy adaptado al agua, pero con pocas ganas de entrenar". Ella exhibe una técnica impecable a sus 65 años, sin apenas salpicar, alargando el brazo, sacando el codo, estirando la mano para agarrar más agua, girando la cabeza para tomar el aire justo y necesario.

Saltan de la barca a las 8.10 horas, con un mar que, según relatan los responsables de la Asociación Cruce a Nado Estrecho de Gibraltar, solo se da dos o tres veces al año. Apariencia de lago en una confluencia marítima que es un auténtico parque de atracciones para las corrientes. Tienen clara la estrategia: ir juntos, lo más pegados posible, sin descolgar a nadie e intentando mantener el ritmo, sin sacarle demasiada punta a Pepe, el que más tarde se puso en serio con esto de la natación. Esta táctica no le habría valido a Paz en aquella final de los 200 espalda, en la que terminó séptima y tuvo a medio país pegado al televisor. No era para menos, porque además de la gesta, Pilar Von Carsten y ella eran las únicas mujeres de una delegación formada por 124 deportistas. Tal era el bagaje femenino español en los Juegos, que la madre de Paz tuvo que encargarse de los vestidos que las dos nadadoras portaron en el desfile de banderas. 

Cambios de rumbo

Pronto queda claro en el abrazo entre el Atlántico y el Mediterráneo que Paz es un animal de piscina. Su hermano Juan, empresario y presidente del Consejo Social de la Universitat de Barcelona, es el elegido para intentar que no se escape. Ni por velocidad ni por trayectoria. En lo primero, más o menos bien, porque hay que frenarla de vez en cuando. En lo segundo, nada que hacer. Acostumbrada a seguir la línea del alicatado en el que suele nadar en Barcelona, aquí, con una profundidad de hasta 600 metros, pierde el rumbo cada dos por tres. Y de golpe, sin avisar. Sin venir a cuento, pega una larga y extraña brazada de derechas y se escora 45 grados a la izquierda. Desde la Zodiac, David Campà, director general de Marnatón, el club con el que se han preparado, no para de corregir su dirección con toquecitos en el gorro y algún que otro grito. Si nadie la advirtiera, quizás terminaría en Tel Aviv. Al final les salen 15,6 kilómetros, pero ella habrá recorrido como mínimo uno más sin querer.

Por el camino, a cierta distancia, se distingue el chorro de aire y agua de unas cuantas ballenas que arrancan una batería de "oooohhhhhs" en el barco de aliento, desde el que animan Stella (mujer de Quique), Àngels (esposa de Pepe) y Javier (marido de Paz). Mónica, la señora de Juan, se marchó el día antes: un evento familiar. Los nadadores no ven ni un solo bicho, y gracias a Dios. Venía Paz muerta de miedo porque resulta que la carabela portuguesa, una falsa medusa que puede dejarte tieso con sus tentáculos de hasta 30 metros, ha saltado este año del Atlántico al Mediterráneo. Tal ha sido el trabajo mental del grupo (a ella, semanas atrás le causaba pavor meter la cabeza dentro del agua) que decidieron incluso buscar a un ‘coach' con el que abordar las inseguridades y los temores.

El mercante pasa primero

También asombra el tamaño de los hercúleos mercantes que se cruzan en esta autopista marítima en la que se navega siempre por la derecha. Momento para el humor cuando nuestra olímpica protagonista levanta la cabeza, ve un barco de 400 metros de eslora capaz de partir Gibraltar en dos y pregunta: "¿Pasamos nosotros primero?". Se podía intentar, pero el reto habría acabado antes de hora. Y mal.

Antes de lo que muchos esperaban sí terminó su carrera deportiva. A los 18, sin que nadie la presionara, sin ningún episodio traumático ni triste que la motivara, pensó que era el momento de empezar una nueva vida. Como la de los demás. Estudió, ha trabajado, ha tenido tres hijos y ya es abuela. "No me arrepiento", dice. 

Quique y Pepe avanzan como si les hubieran separado al nacer. Sincronizados como Ona Carbonell y Gemma Mengual, ambos médicos (psiquiatra y cirujano, respectivamente) dibujan la brazada casi a la vez, con la misma trayectoria, juntos pero sin tocarse, al mismo ritmo. Paz, a lo suyo. Solo le falta dar vueltas a la barca, se nota que va sobrada. Juan, que ya hizo la travesía hace dos años, se mueve entre dos aguas. Pero ante el involuntario caos navegante de su hermana, termina por unirse a los 'gemelos'. También se le ve muy fino.

Tocan África. Se detiene el crono. Abrazos, gritos y aplausos. También sentidas dedicatorias, como la de Quique a su hermana Adriana, fallecida en el mar en el 2011, y a su padre, que intentó este reto en los 60 con el equipo de waterpolo del Club Natació Barcelona. Aquellos chicos quisieron cruzar pasándose la pelota. Volvieron a casa sin el diploma. Quique ha arrancado esa espinilla familiar. 

¿Y ahora dónde vamos?

Se suben al barco y se quitan el neopreno. Pocos rasguños: la vaselina ha trabajado bien. Terminan en el restaurante El Ancla, donde hay brindis, anécdotas y deseos de buscar nuevos desafíos. "¿Y ahora para qué vamos a seguir machandándonos? Tendremos que buscar otro reto...", dice Juan. Se habla de una travesía en Galicia con una corriente endiablada. Algo harán. 

Paz abandonó la élite de la natación en agosto de 1970, después de los europeos disputados en las Picornell de Barcelona. "Quería ser una persona normal, aunque a veces me pregunto si podría haber alargado un poco todo aquello". Dejó nueve récords de España, así que puestos a adivinar, con la madurez habría podido aspirar a todo. Pero eso, 'todo', es precisamente lo que cree que ya ha conseguido en sus 65 años de vida.