Cuando fui campeón

Crivillé, Pons, Viñales, Aspar y Espargaró vivieron una jornada muy especial el día que se proclamaron campeones del mundo

Márquez y Dovizioso  se citan en Cheste_MEDIA_1

Márquez y Dovizioso se citan en Cheste_MEDIA_1

Emilio Pérez de Rozas

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Todos los grandes triunfadores tienen su día. Marc Márquez ya ha vivido varios como el que le espera mañana, rozando el mundial con la punta de los dedos. El prodigio de Cervera suma ya, a los 24 años, cinco títulos de todas las categorías. Aquí les contamos momentos, historias, anécdotas, vividos por otros grandes pilotos españoles cuando estaban a las puertas del olimpo de los dioses. ¿En qué pensaron?, ¿qué les ocurrió? O, simplemente, ¿cómo vivieron las horas previas a la gloria?

Y el sofá salió por la ventana

Àlex Crivillé se coronó en 500cc el día que Nieto tiró un gran sillón desde un 11º piso

Hasta aquel día, el motociclismo español había disfrutado de enormes carreras, pilotos filigraneros y, por supuesto, auténticos y verdaderos campeones del mundo. Pero siempre en categorías pequeñas: 50cc, 80cc y 125cc. Bueno, claro, en 1988, Sito Pons logró el primero de sus dos títulos en dos y medio, una categoría que ya empezaba a ser algo serio, muy serio.

Así que lo que estaba en manos de Àlex Crivillé, el nen de Seva, el niño que había admirado al mundo ganando su primer título con una moto artesanal, obra del inmenso Antonio Cobas, era algo muy grande. Perdón, la mayor conquista jamás realizada: ser campeón del mundo de 500cc, una máquina que daban miedo y que solo los norteamericanos y australianos parecían saber pilotar a destajo.

Una barbacoa infinita

Crivi se fracturó la mano izquierda antes de llegar a Brasil, donde se jugaba el título en aquel 1999. Se la dañó en Australia, corrió en Sudáfrica con el hueso desmontado y, en el trazado de Jacarepaguá (Brasil), a orillas de Río de Janeiro, peleó y conquistó, sí, el ansiado título mundial. Y, claro, lo mejor de aquella gesta fue la celebración. Fiesta que arrancó, todo hay que decirlo, con una barbacoa infinita, no solo en carne y comida diversa sino, ¡cómo no!, en bebida.

«Yo solo sé que nos pasamos la tarde-noche celebrando el título. Y, por supuesto, ahora lo puedo decir, el maestro de ceremonias no fue otro que el desaparecido Ángel Nieto», relata Crivillé, escondido tras el camión-plató de Movistar TV, ahora bautizado como plató 12+1. «Ángel decidió que todo el mundo acabase en la piscina. Y, sí, todo el mundo acabó en la piscina del Hilton de Río». Todos no, quedaba en un rincón Jesús Benítez, periodista de Marca. Nieto lo vio y fue a por él. Benítez, asustado, pidió «por favor» que lo tirase Àlex. Y Crivi cogió a Benítez y lo empujó a la piscina.

Campeón agotado

A las once de la noche, Crivillé estaba ya hecho fosfatina, destrozado, así que subió a la habitación 1.105 del Hilton (piso 11, claro) y se metió en la cama. A los 10 minutos, Nieto estaba destrozando su puerta con los nudillos. Crivi le abrió. «Pero, bueno, Àlex, ¿qué haces en la cama? ¡Eres campeón del mundo! ¡eres el primer español que lo logra! Venga, sigamos la fiesta. ¡Hay que romperlo todo!»

Y Nieto empujó el sofá de la habitación hasta la ventana. «Venga, venga, tiremos el sofá». Y Crivillé ayudó a Ángel a lanzar el sofá por la ventana. Y voló, desde el piso 11, hasta la piscina. «Venga, venga, Ángel, ¡qué rompemos más!», se puso a gritar Crivillé. «¿La televisión? ¿tiro la televisión?», gritaba Àlex eufórico. Y, sí, el nen cogió la tele y, justo cuando la iba a lanzar a la piscina, o vaya usted a saber dónde, Nieto le gritó: «¡No, no, Àlex, la tele no, que puede explotar!» Y Crivi se frenó. Suerte. Solo tuvo que pagar el sofá como nuevo. 

Cuando Pons heredó el número 1

Sito destronó al campeón de 250cc, Anton Mang, en una preciosa lucha con Joan Garriga

Fue, en efecto, uno de los grandes golpes en la historia del motociclismo español. Todo hay que decirlo, Sito Pons y su protector Manolo Burillo, el hombre que hacía las funciones de mánager, guardaespaldas y maquinador de todas las argucias habidas y por haber para que su chico resultase siempre favorecido, eran dos personajes capaces, como así fue, de convertir, después de Ángel Nieto y antes de un deslumbrante Àlex Crivillé, las carreras de motos en uno de los espectáculos de mayor audiencia televisiva, con hasta seis y siete millones de españoles sentados ante la pequeña pantalla. «Entre otras cosas –recuerda Sito en su hospitality de Cheste (Valencia)– porque solo habían dos canales».

Así que Sito Pons, el hombre de Honda, la imagen de Campsa, decidió, en 1988, no solo convertirse en el deportista de moda y moderno de finales de los 80, sino en el primer campeón (bicampeón, pues repitió título al año siguiente) de la categoría de 250cc. Y lo hizo a lo grande. Lo hizo derrotando al campeón del momento, un poderoso alemán llamado Anton Mang, también líder de Honda e imagen de la no menos poderosa tabacalera Rothmans, y a uno de los más grandes (y, al final, desgraciados) pilotos españoles de todos los tiempos, Joan Garriga, el mago de las curvas, uno de los conductores más limpios y filograneros de la historia. Era Sito contra Garriga, Honda contra Yamaha, Campsa contra Ducados (Tabacalera), era el pijo de Pedralbes contra el campeón del pueblo, el chico modesto.

La última vez

Pero Sito era enorme, grandioso, hábil y, sí, muy valiente y chulo aunque no lo pareciese. Tan determinante que, ya en la carrera que inauguraba el Mundial, en el lejano Japón, después de que Mang le ganase en la última vuelta, se atrevió a encararse, sin maldad, al alemán y, antes de subir al podio, le dijo a la cara: «Mírame bien, Anton: ¡esta es la última carrera que me ganas!» Y así fue, sí. Pero el portentoso Garriga, al que luego Sito Pons trató de salvar de la miseria, le salió respondón al líder de Honda. Tanto, que se jugaron el título en la última carrera, en la localidad brasileña de Goiania.

Y ganó Sito. El título, pues la carrera la ganó el francés Dominique Sarron, seguido del venezolano Carlos Lavado y Pons. Garriga acabó quinto, a más de 16 segundos. «Y entonces ocurrió una de las cosas más hermosas que me han ocurrido en mi dilatada y preciosa vida deportiva», relata Pons, en Cheste, junto a su esposa Laura y sus hijos Axel y Edgard. «Mientras celebrábamos el título en mi box, entró Garriga y me abrazó. Y, a continuación, Crivillé. Y Nieto. ¡Dios, todos juntos! Y, de pronto, abrimos los ojos y ahí estaba ¡Mang!, sosteniendo entre sus dedos el nº 1 que acababa de despegar de su Honda para regalármelo». Hermosísimo.

Despertar con Eminem

Àlex Márquez se vio sorprendido por su hermano Marc la mañana de su título de Moto3

«Era el día. Lo sabía papá. Lo vivía mamá. Lo sufría yo. ¿Lo disfrutaría él? Yo llevaba 15 días preparando esa cita. Por suerte, mis deberes ya estaban hechos con antelación, ya tenía mi segundo título de MotoGP, el mismo que había sugerido cambiar por el cetro con el que él soñaba. Así que me pasé los días, las horas, pensando, meditando, preparando su carrera. La carrera de Àlex. O intentándolo. Solamente quería ayudar».

Marc Márquez recordó para el libro conmemorativo del título de Moto3 de su hermano Àlex cómo vivió aquella mañana de domingo, en Cheste, en la que su compañero de infancia, juventud, entrenamiento y profesión logró el título.

«Era el día: 9 de noviembre de 2014. Y resultó que, la noche antes, se había puesto malo y no me lo había contado. Había tenido fiebre, había hasta vomitado, ¡qué sé yo!, y ni siquiera se acercó a mi cama a pedirme ayuda. ‘¡Qué ibas a hacer! ¿consolarme?’, me dijo en plan Superman. ¡Es Superman, sí!»

Toda la familia

Así que aquel día, el día con el que había soñado toda la familia Márquez Alentà, incluidos los abuelos Sole y Ramón, no iba a pillar al flamante bicampeón de MotoGP durmiendo. Por eso Marc se despertó aquel domingo a la misma hora que Àlex, pese a que él solía dormir un poco más pues el warm-up de MotoGP es el último de la matinal.

«Sonó el despertador. Y oí que Àlex, ya recuperado gracias a las curas de los doctores Charte y Mir, se dirigía a la ducha. Esperé pacientemente el momento y, cuando le vi salir secándose, poco eufórico pero muy seguro de sí mismo, lancé la música a todo volumen. Era una de nuestras piezas preferidas. ¡Era Lose yourself del rapero Eminem! ¿Verdad que aprovecharas el único disparo que tienes? Verdad».

Felicidad y locura

Y Marc y Àlex se pusieron a bailar como locos. Fue su momento de desenfreno. «Estábamos allí tan felices y tan locos, tan divertidos y desenfadados, tan Márquez y tan Alentà, tan nosotros mismos como cuando acudíamos con los papás, de niños, a correr con las minimotos y nos hinchábamos a tomar bollicaos, donuts y cacaolats».

Fue el momento más íntimo de los hermanos. Un momento de auténticos hermanos. Si es que hay hermanos que no son auténticos. «Yo había preparado aquella canción, aquel grito, aquel estallido de fe con la misma delicadeza que habíamos vivido los años anteriores y, por supuesto, con idéntica dedicación que habíamos empleado para diseñar el camino hacia ese sueño», recuerda Marc, el fin de semana que le toca a él. De nuevo.

Y, sí, la letra de Lose yourself reza: «Será mejor que te pierdas en la música. El momento te pertenece. No lo dejes escapar. Solo tienes un disparo, no pierdas la oportunidad de acertar. Oportunidades así solo se presentan una vez en la vida».

La devoción del mecánico

Viñales ganó después de que Suárez no se separase de su KTM en toda la noche

No fue, no, un tema de superstición. Tampoco fue una manía persecutoria de alguien. Ni mucho menos, un capricho. Fue, como mucho, o como poco, un exceso de profesionalidad. Y, sobre todo, ¡digámoslo ya!, algo que ese hombre, bueno, exquisito a la hora de cumplir con su trabajo, debía hacer. O, si quieren, miren, ya tenemos el motivo, fue una muestra más del cariño y devoción que todo mecánico, perdón, ese mecánico, Carlos Suárez –que recientemente ha sido padre ¡bendita suerte la de ese chaval, recién llegado a esa maravillosa casa!– siente por su piloto.

Lo cierto es que Suárez, sin decirle nada a nadie, vivió las últimas carreras del Mundial que acabó ganando, en 2013, el bueno, el extraordinario, de Maverick Viñales, con el corazón en un puño. La razón no era otra que su moto, el corcel de su protegido, de su chico, solía fallar en las últimas cinco vueltas de cada gran premio. Justo cuando Viñales decidía lanzar el ataque final sobre los dos grandes candidatos al título, el no menos portentoso Àlex Rins y el desaparecido y veloz Luis Salom, ¡zas! la moto tosía, la moto rateaba, la moto no iba. O no iba lo suficientemente bien como para poder ganar el gran premio.

Ser campeón sin ser favorito

De forma y manera que Viñales llegó a Cheste con la posibilidad de ganar el título, pero no siendo el favorito, pues Salom llevaba a cuestas siete victorias y Rins, seis, por solo dos de Viñales (Jerez y Le Mans). Así que, ante 104.441 espectadores, el trío de enormes se jugaba el cetro.

En el equipo Calvo de Jaime Fernández-Avilés y dirigido por Pablo Pablete Nieto, esa «gran familia» como Viñales solía calificar a su escudería, donde compartía box con Ana Carrasco, nadie supo de las preocupaciones del bueno de Suárez, que se pasó el fin de semana temiendo lo peor. Torturándose sin sentido, hasta el extremo de no dormir pensando que algo debía ocurrirle a la moto para que no fuese bien en la recta final de cada GP. Y él, Suárez, revisaba tras cada carrera la máquina. Y seguía encontrándola impecable. Así que aún se comió más la cabeza: me la boicotean.

Una rueda por almohada

Imagínense ustedes a Carlos Suárez pensando que alguien entraba, los sábados por la noche, en su box y manipulaba la KTM de Viñales. De forma y manera que el caballero no se lo dijo a nadie, pero el jueves se fue a comprar a Valencia un saco de dormir y, una vez terminada la moto, después de cenar como siempre en el circuito, el tipo se metió en el box, sigilosamente, sin hacer ruido, como si calzase zapatillas de gamuza, colocó su flamante saco de dormir frente a su KTM, ya cubierta y enfundada, y se pasó la noche del sábado junto a ella. «Hoy, bonita, no te va a tocar nadie. No mientras yo esté aquí». Y Viñales ganó el título. Y la KTM fue finísima. La mejor, sí, de aquel domingo prodigioso de Suárez.

El 'sotocasco' de Aspar

Jorge Martínez estuvo a punto de perder su primer título en un GP que corrió casi a ciegas

No hay duda ¿verdad? de que uno de los pilotos que más anécdotas y momentos misteriosos ha vivido a lo largo del tiempo es Jorge Martínez Aspar. Tetracampeón del mundo, capaz de conseguir dos títulos en un mismo año (1988, en 80cc y 125cc), empezó su triunfal andadura en 1986, en Misano, cuando conquistó su primer título de la mano de la imperial Derbi, de la bala roja, el equipo, las gentes que siempre, siempre, tenían colgado uno o dos jamones pata negra en su camión. Jamones para todos.

Pero Aspar recuerda que aquella primera conquista fue una auténtica tortura. Lo pasó tan mal, tan mal, que aún ahora, cuando lo recuerda en su inmenso camión, aparcado en el paddock de Cheste, aún se hace cruces de haber podido derrotar, en carrera, al suizo Stefan Dorflinger, que podía, perfectamente, haberse aprovechado de su desgracia pese a la gran carrera que hicieron, en aquel domingo de Misano, pilotos como Pierpaolo Bianchi o Manuel Champi Herreros.

Protección ignífuga

¿Por qué sufrió tanto Aspar? Pues sufrió porque, contrariamente a los pilotos de F-1 que siempre lo llevan, fundamentalmente porque se trata de un material ignífugo que les protege su cabeza de posibles desgracias, Aspar jamás, nunca, llevaba, bajo el casco, lo que se conoce como sotocasco, es decir, esa especie de gorro de buzo, que recoge cabeza y cuello, que se coloca bajo el casco.

«Pero aquella mañana, aquel domingo, me recomendaron que, para evitar que el sudor me llegase a la cara, utilizase el sotocasco. Y, sí, sí, me lo puse. ¡Maldito el día que lo hice!» Y es que, ya desde la quinta vuelta, el sotocasco empezó a resbalar por su frente y empezó a taparle los ojos. No veía. Era un desastre. «Yo, llegaba a las rectas y trataba de estirarme la tela desde el cogote, pero no había manera pues, ¡claro!, llevaba los guantes y era imposible».

Celebración a lo bestia

Lo cierto es que viendo la mitad de lo que veía normalmente, Aspar acabó conquistando el título y celebrándolo «!a lo bestia!, lo reconozco». A lo bestia significa que Derbi y la familia Rabasa cerraron un restaurante de Misano donde, a última hora de la noche, cuando ya nadie sabía ni la hora que era ni siquiera su apellido, apareció por allí el bueno del millonario italiano Giovanni Castiglioni, propietario, entonces, de Ducati y Cagiva, dos grandes marcas italianas de motos.

«Y apareció, ¡bueno, que la metió dentro del comedor!, con la nueva y flamante Ducati Paso. La puso en marcha y, mientras le daba al gas, empezó a gritar "¡nosotros, los italianos, los españoles, derrotaremos a los japoneses!". Y, sí, a menudo, los españoles ganan a los japoneses.

El 'correfoc' de los Espargaró

‘Polyccio’ jamás pensó que todo el pueblo de Granollers saldría a la calle por su título

Pol Espargaró, Polyccio para todos, cuenta su experiencia tras proclamarse campeón del mundo de Moto2, en 2013, como algo inesperado. «Veamos, el caso es que me proclamé campeón en Japón. Y, claro, era Japón. Así que allí la fiesta es poca cosa y decidimos meternos en el avión para regresar cuanto antes a casa. Y, sí, lo celebramos a lo grande, con el equipo, pero en pleno vuelo, hasta que nos dormimos de cualquier manera», narra el pequeño de los Espargaró en el impresionante hospitality del equipo KTM-Red Bull de Cheste.

«Cuando llegué, feliz, a Granollers, me fui, de inmediato, a comer con mamá», sigue explicando Polyccio. «Y va y me dice, yo blanco, de verdad, que la ciudad, Granollers, ha preparado una rua, una fiestapor las calles. Y yo que le digo ‘pero, mamá, si igual somos cuatro gatos, igual no viene nadie’. Y a mi madre que le entra la duda».

Celebración especial

Y, sí, resulta que la celebración fue de "gallina de piel", que diría Johan Cruyff. «Fue de los días más felices de mi vida. ¿Por la sorpresa?, bueno, ¡qué se yo!, por todo. Sí, es cierto, no me lo esperaba y allí, no solo había tanta gente en la calle como en las fiestas mayores, sino que, además, ¡no veas!, aparecieron los castellets y hasta el Correfoc dels Diables, que tanto me entusiasma de niño».

Total, que la fiesta fue tremenda. Y la felicidad plena. Y Polyccio que aún lo recuerda. Y muestra su tatuaje: Nunca te rindas y la fecha de la celebración. Y el pequeño de los Espargaró, que se ha convertido, que ha confirmado ser una estrella a los mandos de la nueva y flamante KTM de MotoGP, entona el mea culpa porque no debió dudar de su gente, de sus fans, de su pueblo.

Burbuja mecánica

«Sabes qué pasa, que nos pasamos el día, la vida, entrenando en solitario, metidos en los boxes, en los circuitos, preparándote, en una burbuja mecánica (risas) y no te enteras de lo que pasa fuera. Estamos encima de la moto, intentando mejorar el pilotaje y perfeccionando la mecánica. Y confieso, al menos yo, que no nos damos cuenta de la felicidad que provocamos en nuestra gente», dice sin pestañear y ¡lo juro! poniéndosele los pelos de los brazos como escarpias ¡como escapias!

«Deberíamos ser más conscientes de lo que nos quiere la gente, de que toda esa afición que nos sigue en twitter e instagram es real, existe, es nuestra, nos quiere y, claro, cuando ganamos quiere salir de fiesta con nosotros a celebrarlo». Y, sí, ahora Polyccio ya lo sabe. Lo aprendió en una rua que creía iban a ser cuatro gatos.