El éxtasis más grande en un estadio de fútbol

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ALBERT GUASCH

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El fútbol nació en Inglaterra, se perfeccionó en Brasil pero el éxtasis más grande jamás experimentado en un campo de fútbol se produjo probablemente en el Camp Nou.

Hoy Barcelona será una ciudad de aficionados afónicos. Todos impresionados por una sensación de que lo visto ante el PSG es tan excepcional que será rememorado mientras exista el deporte del balompié. Es la remontada entre todas las remontadas. El fútbol es el primer tema de conversación en el mundo y esta proeza reforzará esta condición durante muchos días. En Barcelona el análisis se puede estirar durante muchos años.

Los adjetivos hiperbólicos parecen creados para partidos como el disfrutado en esta vuelta de los octavos de final, que no fue el abismo para el Barça como pareció tras la debacle de París. La gesta de los futbolistas azulgranas merecerá tesis doctorales, libros analíticos de autores de prosa suntuosa, documentales con bandas sonoras palpitantes. Y si Neymar sobresaldrá en los brillantes títulos de crédito, Unai Emery aparecerá en sombras profundas. Igual hay algún otro entrenador en la historia tan humillado como el vasco, pero no más. No es una derrota de las que marcan; es de las que sentencian una carrera.

Pidió personalidad a sus jugadores y él fue el primero en empequeñecerse. Un planteamiento tembloroso y amedrentado que contagió a sus futbolistas, asustados y desorientados. Su vulgaridad contrastó con la fe sobrehumana de los jugadores y el técnico barcelonistas.

CONCENTRACIÓN GLOBAL

Hubo una hora maravillosa. Una hora en que el equipo se acercó a los límites de lo imposible. Lo que nunca se ha visto se intuyó y se acarició. Un esfuerzo descomunal para casi recuperar todo lo que se perdió en París. Hasta que Edison Cavani, delantero con presencia, impuso la razón sobre la magia. Cavani demostró la personalidad que le faltó a Emery. Parecía el fin. Un fin grandioso que habría merecido igualmente una ovación cerrada.

Pero un tercer partido empezó cuando normalmente se acaban. En el minuto 87 Neymar concretó el penalti del 4-1. «Me concentré muchísimo», comentó el brasileño. Y con él todo el Camp Nou, que se sintió empoderado como tantas veces se ha sentido el Santiago Bernabéu. Y a partir de ahí el milagro se empezó a vislumbrar. Lo imposible se corporizó ante 96.000 aficionados de cuerpo presente.

Durante los días previos los seguidores escépticos confrontaron a los soñadores. ¿Cómo se logra visualizar la remontada? Y estos empezaron a listar una secuencia de goles escalonada, probablemente. Imposible imaginar un desenlace tan brutal, con tres goles en siete minutos, que no se pueden explicar futbolísticamente.

No existen manuales racionales para analizar estas cosas. Hay que hacer un despeje y permitir argumentos en que se citan los milagros. Enloqueció el Camp Nou, porque los milagros fuerzan las costuras de la razón. Una noche tan irracional como inolvidable. Y lo vimos.