Análisis

La salud de Osasuna no era tan buena

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FRANCISCO J. ZUDAIRE

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Diría que fue en 1980. Vivía yo entonces en Barcelona y andaba dando tumbos por las redacciones de periódicos condenados a un final más inmediato de lo deseado. Concretamente, en esa fecha me ocupaba de la información local en Diario de Barcelona. Sería el mes de junio, y el calor comenzaba a apretar. En la Liga de fútbol se disputaban los últimos encuentros, y el ascenso a Primera División no estaba aún decidido, pero un candidato firme era Osasuna, que se jugaba en Murcia sus opciones de regresar a la máxima categoría. En el piso de la calle Amigó me debatía entre oír la radio y apagarla… para volverla a encender y recabar noticias de La Condomina. Como hacía calor, quise contribuir al triunfo de mi equipo con una especie de promesa, un sacrificio, y se me ocurrió ponerme el abrigo, un gorro con los colores del equipo, la obligada bufanda y guantes: así sufriría por la causa. En esto, el locutor narró un avance peligroso del Murcia y casi de manera inmediata cantó: Goooooooolllllllll...  -ya está, pensé, se acabó- ...de Osasuuuuunaaaa. Fue increíble. Quedaba un buen rato de partido: añadí un jersey al atuendo, me subí las solapas del abrigo y, sudando la gota gorda, decidí que mi look invernal había dado resultado, así que me mantuve bien arropado hasta el final, hasta que el cuadro rojillo conquistó el derecho a ser de nuevo un equipo de Primera.

Osasuna es también -ojalá lo siga siendo- más que un club. Todos podrían parodiar la frase alusiva en origen al FC Barcelona y decir lo mismo siendo seguidores de cualquiera de los equipos, pero yo defenderé mis razones para copiar a los azulgranas. Quienes saben de la singularidad sociopolítica y geográfica de Navarra conocen perfectamente ese pequeño mundo repleto de contrastes: del desierto de Bardenas al verde de Baztán, del acento ribero del sur al euskera del norte. Atomización política, posturas irreconciliables… Todo eso es un hecho. Y en medio de ese puré, muchas veces indigesto, una válvula de escape capaz de unir, no de separar: Osasuna. La pequeña Navarra se representa cada día de partido en el estadio del Sadar, punto irrebatible de convivencia.

Sentimientos traicionados

Y ahora, esto. Osasuna está cuestionado, enredado en posibles amaños de partidos, metido en desapariciones inexplicables de dinero, como un triste colofón a unos años de nefastas gestiones de vividores, cuyos sentimientos jamás calibraron la verdad de ese más que un club. Decepción. La decepción es un sentimiento tan ilimitado que podríamos vivir con él toda la vida y aún nos sobraría capacidad para acogerlo en nuevas descargas. Después de observar a un país sumido en la corrupción, cuando crees que nada podrá sorprenderte, te dan un mazazo brutal contra tus quereres deportivos.

El club que nos encandiló con su cantera, aquella delantera de Echeverría, Iriguíbel y Martín, capaz de doblegar a los poderosos, aquel sentimiento dominguero que nos alimentaba los lunes, aquel orgullo de explicar la traducción del único equipo de Primera con nombre vasco (Osasuna: la salud, en euskera), aquella afición desplazada en los años 80 a casi todos los estadios con sus banderas azules y rojas… Todo  eso se larga por el sumidero de la falta de escrúpulos. Los que no tienen vergüenza se ciscan en los sentimientos de los demás, sean cuales sean, y así nos va, lo mismo en la política que en la economía o el deporte. Qué asco.